Pablo Cabañas Díaz.
En la madrugada del veintiuno de mayo de 1920, perdía la vida el presidente Venustiano Carranza, en un jacal de Tlaxcalantongo, en el estado de Puebla. Acababa así un largo proceso político que se había iniciado un año antes, cuando el general Álvaro Obregón se postuló a la presidencia de la República. La autoridad política de Carranza, indiscutida hasta ese momento, fue sufriendo desde entonces un continuo deterioro, como consecuencia de un cúmulo de circunstancias que culminaron con la pérdida efectiva de su poder en diciembre de 1919 e hizo crisis en los primeros meses del año siguiente.
Para el 14 de mayo de 1920, la rivalidad entre Obregón y Carranza era abierta y manifiesta. El 12 de mayo, será una fecha fatídica que anunciaba el final, ese día un emisario del general Jacinto B. Treviño lleva el ultimátum de Obregón a Carranza, concediéndole cuatro horas para que se rinda a cambio de ofrecerle una escolta que velara por su vida hasta Veracruz. De lo contrario Treviño lleva la orden de atacar con todos sus efectivos y hacer prisioneros hasta el último ciudadano que pusiera resistencia. Carranza rechaza las condiciones, que la considera «una limosna humillante», pero que da idea de la frágil situación en que se encontraba. Por esta razón decide abandonar los trenes que aún tienen suministros con el fin de poderse desplazar con rapidez. Carranza buscaba internarse en la zona montañosa de Puebla y escapar hacia Querétaro. Despide al escuadrón del Colegio Militar, que se había distinguido en las acciones, y se queda con una escolta de quinientos hombres. Inicia su camino para Tlaxcalantongo, acosado por las fuerzas rebeldes que le pisan los talones. El 17 de mayo se da la derrota de las fuerzas carrancistas y la huida de Carranza. Hay 2 mil prisioneros, 24 trenes, cuatro cañones, 200 ametralladoras, numerosos automóviles y gran cantidad de municiones que pierden los carrancistas.
Los tres últimos días de su vida transcurren en continua incertidumbre, entre abundantes lluvias y caminos intransitables y evitando el encuentro con contingentes armados. El 20 de mayo, se les une el general Rodolfo Herrero, que le ofrece el amparo de su tropa. A instancias de éste siguen avanzando hasta Tlaxcalantongo, en donde hallarían que comer y pastura para los caballos.
Con un tiempo infernal llegan a media tarde a un jacal de Tlaxcalantongo, y logran instalarse en un lugar apartado. En la madrugada del 21 de mayo una partida de soldados de Rodolfo Herrero, hacen fuego sobre el lugar donde calculan que está durmiendo, mientras profieren gritos de ¡vivas! a Obregón, y ¡mueras! a Carranza. Cuando acuden en ayuda del presidente éste está agonizando, muriendo a las cuatro y veinte de la madrugada.
A estas alturas resulta imposible asegurar si Carranza fue asesinado por los soldados de Herrero, o si, viéndose herido en una pierna e imposibilitado de huir, decidió suicidarse antes de caer en manos de sus enemigos. Los propios testimonios aportados por sus ayudantes son contradictorios. Es cierto que dichos testimonios pudieron ser arrancados bajo coacción y en peligro de muerte, pero ninguno lo rectificó ni siquiera muchos años después. También lo es que no se practicó una autopsia. Lo cierto es que Venustiano Carranza fue acribillado, al tiempo que escuchaba cantidad de barbaries que se fundían con el estruendo de las metralletas que anunciaban la muerte del autor de la Constitución Mexicana.
A 100 años del cruel asesinato de Venustiano Carranza, su muerte es de recordarse, no solo por la importancia del personaje, sino por los acontecimientos que se dieron antes y después de su asesinato. Carranza fue sepultado en el Panteón Civil de Dolores en la Ciudad de México. El 5 de febrero de 1942, cuando sus restos fueron trasladados al Monumento a la Revolución, donde aún permanecen. Rodolfo Herrero fue procesado en la Secretaría de Guerra y dado de baja del ejército, sin embargo, en 1922, de nuevo fue dado de alta en el Ejército y el presidente Lázaro Cárdenas lo expulsó definitivamente de las actividades militares.