Francisco J. Siller
Queda claro que al presidente Andrés Manuel López Obrador le urge reactivar la economía para salvar sus 38 programas sociales y sus obras faraónicas, sobre las que ha puesto encima de cualquier interés, incluso por la salvaguarda de empleos, de pymes y medianas empresas.
Con números de contagiados y fallecidos por COVID-19 alejados de la realidad, porque se ha negado a la aplicación de pruebas masivas que reflejen el impacto de la pandemia en México este lunes 18 inicia la primera etapa de lo que llama la “nueva normalidad” para reiniciar actividades en 265 municipios que se asegura están libres de virus.
Sin embargo no esta dispuesto o no quiere reconocer que la crisis de salud –sean cuales sean sus resultados– representa un brete pasajero, en comparación al daño económico que será tan grande, que llevará el resto de su sexenio para recuperar lo perdido y aún así dejarlo en niveles mayores a los que él recibió en 2018.
En el documento “México la nueva política económica en los tiempos de coronavirus”, López Obrador se pinta de cuerpo entero y asegura que el COVID-19 no es la causa en la recesión económica global, sino que vino a precipitar en medio de un agotamiento, el modelo neoliberal en el mundo.
Piensa que su política económica tendrá resultados porque se basa en cinco principios fundamentales: Democracia, Justicia, Honestidad, Austeridad y bienestar, cualquier otra cosa representa ser resabio del neoliberalismo que tras 40 años ha fracasado, así que hay que buscar un camino del todo nuevo.
Su texto, eminentemente político, intenta ser un análisis económico al que le sobra de todo, pero que evita referencias a las verdaderas acciones que deben emprenderse para paliar la crisis económica que este año provocará perdidas entre 6.5 y 10 por ciento del PIB, lo que representa entre uno y dos millones de desempleados.
El presidente piensa, está convencido, que los empresarios que participaron del crecimiento de México en los últimos 40 años lo hicieron para enriquecerse, que los gobiernos neoliberales arraigaron la creencia que debían alcanzar por encima de todo, el progreso material del país, sin intervenir en el bienestar y felicidad de los mexicanos.
Quizá una duda que viene de semanas atrás fue despejada en el documento, cuando se refiere a la creación de dos millones de empleos para lo que resta del año y es que pretende crearlos con el uso intensivo de mano de obra en la construcción de caminos, viviendas, escuelas, unidades deportivas o mercados.
Habla de créditos y apoyos a la población para estos programas de autoconstrucción, pero en ningún momento dice de que se vaya a usar a la industria formal de la construcción, pues persiste en él la idea que ingenieros y arquitectos no son necesarios, pues solo encarecen las obras.
López Obrador pone dentro de sus expectativas más fuertes el T-MEC, que entra en vigor el 1 de junio, pero no lo critica por ser un instrumento fruto del neoliberalismo, pues la vecindad con la economía más fuerte del mundo ayudara a impulsar nuestras actividades productivas y a la creación de empleos.
El documento de 32 cuartillas está plagado de críticas al neoliberalismo, a la corrupción, el influyentismo de empresarios, incluso insiste que la cancelación del Aeropuerto de Texcoco fue por voluntad del pueblo, cuando todos sabemos que fue por un capricho de su parte.
Afirma que su lucha anticorrupción podrá darle otros cien mil millones adicionales para combatir la infelicidad del pueblo que por décadas ha sido impuesta a los pobres y los desposeídos y a los que los programas sociales dan la oportunidad de gastar en apoyo de las cadenas productivas.
Llama la atención que sus creencias religiosas las refleje cuando habla de vivir con austeridad, con solo lo necesario, que bajemos al consumismo, las extravagancias y a la frivolidad, quiere convertir a México en un país donde no se compren productos de lujo a un país sobrio, sin ostentación ni derroche.