lunes, agosto 4, 2025

CONCATENACIONES: El inamovible horario de verano

Fernando Irala

Una vez más, como ha ocurrido ineluctablemente desde hace un cuarto de siglo, los relojes se adelantaron una hora el pasado fin de semana, para dar comienzo al mal llamado horario de verano, el cual –ya se sabe— abarca desde principios de la primavera hasta cerca de mediar el otoño.

El hecho esta vez ocurrirá en forma casi clandestina, sin mucha publicidad, y con la gente distraída entre la contingencia sanitaria por el coronavirus, y el inicio de la Semana Mayor, que por esta ocasión será santa, como no la hemos vivido las generaciones actuales, todos encerrados en casa.

En los países europeos, donde la medida se originó, ya están en duda los supuestos beneficios que la medida aporta; en cambio está muy claro que se altera el biorritmo de los seres humanos, y se altera el bienestar y el descanso, sobre todo de los adultos mayores. En esas naciones empieza a abandonarse ese vaivén horario, y a lo más en algunos lugares se aplican referéndums para determinar en qué hora se quedan, si en la más temprana o en la más tardía, pero sin volver al truco de estar avanzando y retrocediendo las manecillas del reloj a lo largo del año.

Aquí en cambio, la inercia o los compromisos inconfesables se siguen imponiendo.

En un país tropical, sin cambios abruptos en el clima, en donde el sol ha hecho su reino semi perenne, nunca ha tenido mucho sentido eso de “aprovechar mejor la luz del día”, o suponer que los inviernos son tan crudos que nos obligan a maximizar la actividad en los días veraniegos.

Este inicio de horario, el cambio generará menos estragos para la mayoría de la población, enclaustrada o con sus actividades distorsionadas por la pandemia.
Frente a la preocupación por conservar la salud y preservar la vida, esto del horario parece, y en realidad es, una minucia.

Lo que sí sorprende es la persistencia de una disposición que en estas latitudes no tiene lógica alguna, beneficio visible o necesidad evidente.
¿Hasta cuándo?

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