MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
¿Recuerda usted a Schafik Hándal y los Acuerdos de Paz de Chapultepec firmados a principios de la década de los 90 del siglo pasado en México?
En materia de política exterior, México es vastamente reconocido. Su calidad de mediador en la negociación tendente a acercar voluntades y llegar a acuerdos de paz en Latinoamérica tuvo con esos Acuerdos una etapa que viene a colación por el contraste de la diplomacia desplegada en esos días, ni más ni menos que los del salinismo, y los burdos asumidos en el rescate de Evo Morales, quien pretendió perpetuarse en el poder en Bolivia. Veamos
Hace unos días, con un colega recordábamos al desaparecido político Gustavo Carvajal Moreno, llamado “canciller sin cartera, y compartió pinceladas de ese episodio en el que intervino el veracruzano. Fue la negociación que tuvo como protagonista a Schafik Hándal, identificado como Comandante Simón en la dirigencia de la guerrilla salvadoreña del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Los diálogos que derivaron en los Acuerdos de Chapultepec y llevaron la paz y la reconciliación a El Salvador, se celebraron en ese escenario que a la 4T provoca prurito por haber sido residencia del emperador Maximiliano de Habsburgo, traído por los conservadores decimonónicos con carácter de emperador de México.
Pero, vaya, la historia patria está salpicada por esa vocación que México tiene en materia de asilo y refugio político, la larga tradición reconocida mundialmente y que ha registrado episodios que se presumen y otros, como el del dimitente Evo Morales, que despiertan suspicacias y obligadamente inscriben al voluntarismo diplomático instruido desde Palacio Nacional.
Y es que, partir del asilo político otorgado a Evo Morales, quien renunció a la Presidencia de Bolivia y prácticamente huyó en la que se antoja estrategia para allanar su retorno, como salvador de la patria y apaciguar la violencia que provocó su dimisión, es una página más en la historia contemporánea latinoamericana escenificada por líderes que llegaron al poder con la bandera de la democracia y contra la corrupción, sin duda cierta e insultante de grupos entronizados en el poder, pero han terminado por mimetizarse con aquellos a los que combatieron, e incluso han incurrido en la dictadura.
Veamos el contraste con un episodio poco conocido de la diplomacia mexicana.
Corría el año de 1992, aquel miércoles 15 de enero se encontraban reunidos en el Castillo de Chapultepec del Distrito Federal, el entonces presidente salvadoreño Alfredo Cristiani, el líder del FMLN Schafik Hándal, Óscar Santamaría, el escritor David Escobar Galindo y el comandante Roberto Cañas. El diálogo lo patrocinaba el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari, quien durante meses seguía de cerca la negociación.
Por el Gobierno mexicano estaba el entonces secretario de Relaciones Exteriores, Fernando Solana Morales, pendiente de todo lo que ocurría en aquella mesa, una negociación que parecía no tener fin.
Y mire usted, el PRI tenía como enviado a Gustavo Carvajal Moreno, “el canciller sin cartera”, cuya experiencia databa desde el gobierno del presidente José López Portillo, quien le había encargado la tarea de brindar importantes apoyos al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN); incluso no es un secreto que hizo lo mismo con la guerrilla nicaragüense, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, en las postrimerías de la década de los 70.
Bien. La mañana de aquel día todo iba bien. Los acuerdos habían madurado y estaban listos para ser signados por los representantes del Gobierno salvadoreño y los del FMLN. El presidente Carlos Salinas fue informado por sus enviados que todo estaba a punto para la firma el día jueves 16 de enero.
Era invierno en la capital de la República mexicana; frio y humedad en el vetusto castillo. Había algunas risas, bromas, el ambiente de guerra que vivía El Salvador se transformaba en camaradería en suelo mexicano. De repente todo cambió. Las alarmas se encendieron. El comandante Schafik Hándal, líder del FMLN, había sufrido un infarto al miocardio.
El famoso “teléfono rojo”, a través del cual los altos funcionarios del gobierno federal se comunican con el Presidente de la República sonó en Los Pinos, entonces residencia oficial de los presidentes de México. Carlos Salinas fue informado de la delicada salud en que se encontraba Hándal. Al momento un Helicóptero militar despegó del Campo Marte y aterrizó en el Castillo de Chapultepec. Schafik fue subido a bordo y trasladado al Centro Médico Nacional Siglo XXI, donde un equipo de médicos lo esperaba para ser intervenido. La operación fue un éxito pero la información no trascendió.
El jueves 16 de enero, lo que pocos saben, con menos de veinticuatro horas de reposo, Schafik Hándal, firmó los Acuerdos de Paz que ponían fin a la guerra en El Salvador, un conflicto que enfrentó abiertamente, durante la guerra fría, al PRI y sus gobiernos con Estados Unidos por la oposición mexicana a la solución militar planteada por la Casa Blanca.
“Es motivo de profunda satisfacción para nosotros que la firma del Acuerdo de Paz se realice en el Castillo de Chapultepec, aquí donde los Niños Héroes demostraron la indomable voluntad de los mexicanos para defender su Patria, su dignidad y su soberanía; lugar que evoca también la victoriosa lucha de Benito Juárez contra la impostura, por la República y las reformas que dieron a México su perfil definitivo como nación soberana. Estos valores que pertenecen a México, están integrados en los cimientos de la latinoamericanidad”, expresó el valiente guerrillero.
Y frente a Carlos Salinas de Gortari siguió agradeciendo a “México su constante y cotidiano apoyo a la negociación salvadoreña y al pueblo mexicano su calor y simpatías”.
Los años pasaron, pero el agradecimiento de Schafik Hándal a México y al PRI, jamás pasó, menos aún a Carlos Salinas de Gortari con quien lo unió una amistad.
Hombre bien nacido, Schafik Hándal siempre se alegraba de que una delegación de mexicanos llegara a visitarlo a su austera casa y si eran del Partido Revolucionario Institucional, se alegraba más. Gustavo Carvajal Moreno, fundador de la Copppal, quien muchas veces acudía junto con sus compañeros priístas, pasaba a comprar algunas viandas para no llegar con las manos vacías. “Cooperen, no sean gorrones” les decía en tono de broma. Conocía las dificultades económicas de su amigo y procuraba no causarle molestias.
Schafik era un gran conversador. Hombre agradecido, siempre preguntaba por México, por el PRI, así como por sus amigos mexicanos.
Era un buen anfitrión, mejor amigo y sobre todo un excepcional salvadoreño que, generoso, no le negó la paz a su amada patria. Falleció el 24 de enero de 2006 en El Salvador, en su patria por cuyas libertades luchó.
¿Alguna comparación con Evo Morales? El boliviano se llama perseguido por Estados Unidos, víctima de Estados Unidos pero refiere que Estados Unidos, el gobierno de Trump, le ofreció un avión para viajar a donde quisiera. En México tiene vida de jeque; se le trata como Jefe de Estado, aunque se asume ex Presidente.
No hay comparación alguna en aquel ejercicio de la política exterior de México y lo ocurrido con el chico boliviano que se quiso perpetuar en el poder. Conste.
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