Mouris Salloum George*
México está emparedado entre paralíticos y epilépticos.
Esas patologías hacen de la libertad aspiración fallida y de la democracia una ignota quimera, en tanto no se construya, de veras, la democracia sustancial.
Estamos a horas de que conozcamos el estado que guarda la nación desde la óptica del poder supremo. Invariablemente, los informes de gobierno son una feria de triunfalismos inanes.
Lo fueron, los de Carlos Salinas de Gortari, que en su último mensaje consideró empedrado el camino rumbo a la posmodernidad.
Lo fueron, los de Enrique Peña Nieto, que cerró el ciclo neoliberal dejando a México en el peor de los mundos posibles.
La economía está colgada de alfileres, la diplomacia no tiene más que respuestas reactivas y casuísticas, la política es oficio degradado, los partidos políticos chapotean en sus pantanos de pugnas fratricidas por sus escombros.
La sociedad civil no se atreve a salir a las calles, a sus trabajos o a centros de recreo, a no ser que alguien preste su chaleco antibalas. Y, aun así, no salva la piel.
Suponemos que es llegada la autocrítica del poder político. La autocrítica es la crítica de sí mismos; no la crítica a los demás. En eso radica el acto de honestidad.
De la crisis nadie escapa, si no se empieza por reconocerla y nombrarla por su nombre. Lo dijo el filósofo, quien no reconoce sus errores, está expuesto a repetirlos. Los platos rotos los pagan terceros. ¡Ya basta!
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.