Sergio Gómez Montero*
Buda buscó la total disolución,
y fue representado hasta el infinito,
por los que desean -y no soportan-
la ausencia de dios
L. Teuco Castilla: “Las casas de Buda”
Por lo común, cuando uno vive en la pobreza (la mitad de la población de este país), se pregunta siempre cuándo comenzará la bondad, como si ella fuera el maná que se niega a llover del cielo y le quita así, como en el Gorgias, la posibilidad al gobierno de los hombres de tornar a éste en divino. Mostrando de tal forma que la retórica si no palabrería es palabra vana, como palabra vana es también lo que se queda en promesa y nunca alcanza a ser realidad. En ese hacerse realidad, la palabra se desgasta de manera inútil y más vale, como en el Fedón, saber de antemano qué es lo que realmente quiere decir la palabra, que en el caso del gobierno de los hombres es la promesa y que se diferencia sustantivamente de la realidad, porque hay mucha distancia entre verdad y deseo de verdad. Si no lo logramos distinguir nunca seremos invitados al Banquete.
Tratando de cerrar ahora esa distancia que existe entre lo que se prometió y lo que se ha venido concretando, se mantiene el abismo brutal en el país entre ricos y pobres y no se ve cómo ese abismo irá paulatinamente diluyéndose en la medida en que sus orillas se acercan la una hacia la otra, porque ni Urzúa, ni Romo ni Esquivel ni varios de los que manejan en el equipo de AMLO la cuestión del dinero han dicho de qué manera se manejará la riqueza (no en balde somos la 14 economía mundial), vía por ejemplo un justo manejo de las tasas impositivas para que los que mucho tienen mucho aporten y los que menos tienen mucho reciban, para así lograr que la desigualdad disminuya. Eso pronto habría que concretarlo.
No es cosa de que los gobernantes vuelvan de nuevo a leer a Platón (que es cierto, en mucho ayuda), sino sólo de caminar por las calles de este país (con mucho cuidado, eso sí) y darse cuenta de que lastima la pobreza y lastima también, y quizá más, la desigualdad, pues duele mucho que apenas diez tengan la riqueza de lo que tienen 60 millones de habitantes del país. A eso se le llama desigualdad y eso es lo que realmente duele al hablar con verdad del país en que vivimos. Un país triste, en bancarrota, destrozado, hundido en el abismo de la desigualdad y una miseria extendida.
Dígase, pues, que Platón y sus Diálogos ilustran con claridad para conducirnos de la Retórica a la Sabiduría (y no desprecio para nada a la primera, pero entre forma y fondo me inclino por el segundo) y por ende a la Verdad, por ser un apasionado gramsciano de ella, pues sin ella no hay cambio verdadero y eso, aun, en este país no se vislumbra claramente. Que en el horizonte aparezca esa verdad en hechos concretos, en políticas públicas que ya se pongan en práctica tan luego inicie el nuevo gobierno es urgente y necesario, pues 10 no se cansan (pueden esperar), pero 30 millones tienen muy poco aguante.
Más vale no probarlo.
*Profesor jubilado de la UPN
gomeboka@yahoo.com.mx