José Antonio Aspiros Villagómez
Para Norma, mi esposa, en su cumpleaños, que celebramos con gran alegría.
Para Tere, mi madre (1926-2013) y don Gilberto, mi suegro (1919-2012) en sus aniversarios 5° luctuoso y 99° natal, respectivamente.
Para mi cuñada María Isabel (Marisa) en su cumpleaños y con pena por la pérdida de su hermano Luciano.
A todos se nos acumulan a veces los aniversarios y hay que celebrarlos o recordarlos, siempre también con los mejores deseos para los lectores de estos textos, que hoy se ocupan de un tema histórico a propósito de que, quien será presidente electo desde el 8 de agosto, Andrés Manuel López Obrador, ha dicho que el 1 de diciembre -cuando se ponga la banda tricolor sobre el pecho- comenzará la cuarta transformación de México después de la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Ciertamente los estudiosos dividen así la Historia de México. Los políticos ya no lo mencionan en sus discursos desde que claudicó la Revolución con la llegada de los tecnócratas al poder, y además en nuestra opinión hay un periodo más, el Porfirismo, que debería tenerse como un segmento aparte -el tercero en orden cronológico- en esa forma de dividir nuestra trayectoria histórica.
Nos guste o no, México cambió en esos 30 años para bien en muchos aspectos, y con episodios tan terribles como los que narra John Kenneth Turner en su libro México bárbaro. Hubiéramos podido referirnos a otros parteaguas de haber tenido continuidad, como los dos imperios -Iturbide y Maximiliano- y a la fallida alternancia del año 2000.
Hasta ahí lo dejamos como sugerencia para quienes se dedican de manera profesional a la Historia, y aunque falta más de un mes para que regrese momentáneamente el fervor cívico, como mexicanos de tiempo completo que somos cualquier día es oportuno para referirnos a nuestros símbolos patrios: el escudo, la bandera y el himno nacionales.
Aquella historia de que los colores de la bandera de México tuvieron su origen en los de la sandía que comieron Vicente Guerrero, Agustín de Iturbide y otros personajes reunidos para discutir el tema, se encuentra en un poema decimonónico de Rafael Nájera, con sustento histórico y titulado precisamente ‘El color de la bandera’.
Según lo que relata, el 13 de marzo de 1821 tuvo lugar ese encuentro en Iguala, cuyo pueblo “estaba de fiesta” porque Guerrero esperaba al “aliado poderoso de aquella campaña excelsa” y llegaría a “tratar urgentemente la adopción de la Bandera”.
“Los dos jefes denodados” se encontraron en una casa contigua a la modesta parroquia del lugar y el primero en hablar fue Iturbide, quien se refirió a las tres garantías del Plan de Iguala como base para los colores de la bandera: “la santa Independencia… la Religión divina (y) la Unión, que nos hará fuertes”.
Según los versos de Rafael Nájera, el antiguo realista habría dicho (no desde luego en octosílabos): “Pues estas tres garantías, / deben de ostentarse, bellas, / en los colores que lleve / nuestra flamante Bandera”, a lo que Nicolás Bravo propuso el azul del cielo para la religión, la pureza del blanco para la unión y el rojo para la independencia, por ser el mismo de la sangre con que se consiguió la libertad.
Iturbide lo frenó: “Don Nicolás”, le dijo, esos colores “no dan exacta la idea” … “y además son los que flotan / en la bandera francesa / y una imitación, sin gracia, / podría resultar la nuestra”. Por lo cual pidió “algo nuevo” y más expresivo para demostrar “la fe de nuestros mayores… el porvenir de la patria… y la majestad excelsa” del pueblo.
Hubo alrededor de aquella mesa otras propuestas. El italiano Vicente Filisola, ex realista también, planteó adoptar con “diversa combinación” los colores de la bandera de España, “que es nuestra madre”: “Barras de gualda y de sangre”, y aseguró que su iniciativa no era una “imitación rastrera”, a pesar de que precisamente la monarquía española lo había enviado a combatir a los insurgentes mexicanos.
Y así siguió aquella “acalorada discusión”. Ignacio López Rayón mencionó las barras y estrellas del lábaro estadunidense; Juan Álvarez sugirió que “lleve como emblema / un águila caudalosa / destrozando á una culebra”, y en esas estaban cuando entró un mozo que llevaba “en una enorme bandeja / una colosal sandía”.
Era la famosa y providencial sandía que permitió a Guerrero hacer la propuesta a Iturbide: “Señor, dice, vencida / la dificultad se encuentra: / He aquí los bellos colores / que serán Nuestra Bandera”.
Ya no dice el poeta en su versión rimada de este suceso, cuál fue la respuesta -evidente, por lo demás- de quien luego se coronaría emperador, sino que se produjo un “aplauso estrepitoso” de todos por la “hermosa idea”, y que hubo regocijo y enhorabuenas a Guerrero “por su feliz ocurrencia”, que fue aprobada.
Cómo les habría gustado a cierto personaje contemporáneo y a sus correligionarios, que la proposición de Bravo y no la de Guerrero (azul y no verde), hubiera sido la aceptada. Porque, en abril de 2004, el entonces presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados Juan de Dios Castro Lozano, tuvo que disculparse desde la tribuna legislativa por haber dicho a los participantes en el II Parlamento de las Niñas y los Niños, que la bandera tiene cuatro colores.
El militante del Partido Acción Nacional lo dijo para destacar el color de su organización política: “Ustedes creen -retó a los menores- que (la bandera nacional) tiene tres colores: verde, blanco y rojo, pero tiene un cuarto color, no lo han visto, el azul, vean el lago del islote, donde está el águila devorando la serpiente”. Luego se retractó de su “lección” a los infantes.
En cuanto al diseño y los colores de la bandera de México, debe decirse que la italiana, también verde, blanco y colorado, es posterior a la de México además de que el tono de ambos verdes es diferente y el tamaño de los lábaros también.
Es obligado mencionar que el poema ‘El color de la bandera’, de Rafael Nájera, se encuentra en la edición 1910 del Romancero de la guerra de Independencia y en la versión facsimilar de 2010 publicada por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (hoy Secretaría de Cultura) con motivo del centenario de la Revolución iniciada por Francisco I. Madero y el bicentenario de la guerra que emprendió el cura Miguel Hidalgo.