JORGE HERRERA VALENZUELA
Al acabarse la clase política mexicana, encontrándonos con partidos y grupos políticos sin ideología, somos testigos de una supuesta campaña político-electoral. En este nuevo milenio los tres primeros sexenios están caracterizados por la frivolidad, la incapacidad, la inseguridad, la violencia, la corrupción y la impunidad. La partidocracia y la delincuencia organizada dominan en el país, frenado éste en un progresivo desarrollo. Se perdió el liderazgo latinoamericano y soportamos las permanentes groserías del empresario metido a presidente de los Estados Unidos de América.
Vivimos momentos cruciales para el futuro de las generaciones de los últimos 30 años. Sí, a los nacidos poco antes de la última década del siglo pasado y a los 11 millones de jóvenes que por primera vez elegirán al Presidente de México, les heredamos, como alguna vez lo dijo Luis Donaldo Colosio Murrieta, un país destrozado, con sed y hambre de justicia. Duele tal situación a quienes lucharon y forjaron México de constante progreso, no sin los naturales tropiezos.
Los tres candidatos presidenciales y su comparsa ya han demostrado, hasta la saciedad, que manejan intereses estrictamente personales. No hemos escuchado planes formales, realizables, para dar solución a la problemática nacional. Cada uno de ellos tiene su tripleta de apoyos partidistas y es vergonzoso el actuar de los dirigentes, rayan el cinismo y los electores siguen el juego con gran conformismo, luego vendrá el arrepentimiento.
Hoy estamos en una etapa que no indigna, sino que causa tristeza. En el siglo pasado, cuando el dominio lo tenía un partido, el PRI, los grupos gremiales, los sindicales, los del medio rural, apenas conocían el nombre del “bueno”, del que recibía la bendición presidencial para ser candidato, se lanzaban a la calle y presurosamente llegaban a rendirle honores al elegido. Eso se conocía como “la cargada”.
Ruidosas manifestaciones de los ferrocarrileros con los silbatos de las locomotoras, el de centenares de matracas. Las bandas de música de todo tipo para amenizar los mítines, a los cuales lo más socorrido eran “los acarreados” sacados de sus casas en las colonias de barrios populares. Templetes repletos de representantes de “las fuerzas vivas”. Todo tenía colorido, tenía sabor mexicano y hasta los tímidos candidatos como Miguel de la Madrid Hurtado se transformaban frente a los multitudes.
Ahora, las cosas también han cambiado en ese ángulo. La diferencia está en que en épocas pasadas, burócratas, comerciantes, profesionistas, empresarios, industriales, comerciantes y hasta estudiantes, se proclamaban “voluntariamente” simpatizantes, apoyadores, seguidores del candidato presidencial—en su caso, de gobernador– , logrando muy pocos de ellos algún beneficio en el sexenio. La oposición nunca ganaba, hasta que ocurrió en 1997 en el Distrito Federal y en 2000 a nivel nacional.
Desde que las encuestas dejaron de ser “cuchareadas” y el tabasqueño empezó a figurar en el primer lugar de la preferencia de los electores, los conservadores PANistas como Germán Martínez Cázares y Manuel Espino engrosaron las filas de Morena, después Gabriela Cuevas también se quitó el uniforme blanquiazul. Ni qué decir de la ola perredista que eclipsó el Sol Azteca para irse con “el rayito de la esperanza” y siguieron los priistas que arrumbaron en el rincón la banderola de “democracia y justicia social”. Total que “la cargada” ahora está integrada por los interesados en no quedar fuera de las nóminas oficiales, ya sea en una oficina o sentados en la Cámara de Senadores o, “de perdis”, tres años cobrando como diputado federal.
PREGUNTA PARA MEDITAR:
¿Recuerdan, estimados lectores, que hace 18 años millones de electores se volcaron a la calle para votar “por el cambio”? y antes de un año, se arrepintieron de haberlo hecho.
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