De Octavio Raziel
El amar se da todo el tiempo. Desde el amor maternal y su consecuente el filial, así como el fraternal, romántico, sexual, platónico, universal, etcétera.
Desde que se abrieron los closets, el amor no necesariamente se da entre parejas de distinto sexo. Lo importante es amar.
El 14 de febrero, Día del amor, salen chorros de sangre y melaza del corazón que cubren las calles, los edificios, las ciudades; sobre todo las fachadas de los comercios que esperan la llegada de millones de enamorados a adquirir figuras, peluches, chocolates, etcétera, para entregarse a la contraparte.
En lo personal, fui un varón muy enamoradizo ¿Será que me tocó más testosterona que a los demás caballeros? Aunque hay un punto a mi favor: si bien he tenido muchas amantes, les he sido fiel a todas y a cada una de ellas en su momento. Me confieso como un monógamo serial.
Al final, como los viejos marinos, encontré el puerto en dónde recalar.
Los años han pasado. No soy joven, pero tampoco viejo. Me gustan las muchachas; ¡Sí! pero, ahora, como perro de carnicería fina, sólo miro y suelto la baba.
Procuro mantenerme vivo, entero, alegre, dispuesto a las novedades y a los cambios, abierto al asombro y al aprendizaje. No dejo que el decaimiento o el dolor me dobleguen. He perdido algunos amigos, amores, dioptrías, grosor de los huesos; del tiempo no puedo decir lo mismo, pues no lo perdí, gané mucha, demasiada experiencia, serenidad. No sería tan estoico como lo soy ahora si me hubiera extraviado en el espacio de la vida.
Sigo escribiendo y trato de aprender un nuevo idioma; además, estudio las nuevas formas del periodismo. Vivo intensamente este día de San Valentín –y todos los demás días- con mimo, sensibilidad y con la intensa consciencia de estar vivo. Procuro que cada día sea una obra de arte.
En este Día del amor quisiera –en un ejercicio memorístico- evocar las veces que lo celebré y con quien lo hice; pero se agolpan los recuerdos.