Francisco Gómez Maza
Hubo un momento, en la trastabillante historia mexicana, en el que los políticos, emanados del oscurantismo neoliberal, enterraron la Revolución Mexicana y la vida se volvió un eterno sufrimiento para las mayorías, particularmente para los millones de pobres, que pueblan y subsisten en este suelo, que alguna vez los verdaderos revolucionarios, como Emiliano Zapata e incluso Francisco Villa, soñaron como un paraíso.
Pero vinieron los gobernantes, que confunden la política con el negocio y descubrieron que uno de los mejores negocios era asociarse con los barones del narco, y empezó a gobernar, detrás de La Silla, el padrino de la mafia, de lo que en este país llamamos delincuencia organizada. Y sus secuaces empezaron a hacer de las suyas, como ocurrió y ocurre en el Estado de Veracruz, donde un ex priísta y ahora panista (que fácil es para los políticos eso de lo que los brasileños llaman brincadeira, el bailar de un lado a otro) sustituyó a un ladrón y mafioso y no pasó nada. Veracruz sigue siendo una herida en el cuerpo canceroso de México y, como lo dijo yn sical, una fosa. ‘El estado entero es una fosa’, como lo reportó el diario neoyorquino, en su edición en español.
Este asunto de las desapariciones forzadas lo práctican tirios y troyanos. Lo usan como medio de contención los dueños de los cárteles de la droga, los señores de la delincuencia organizada, pero también lo practican las fuerzas de seguridad del Estado., con sus cuerpos de élite dedicados a lo que denominan “limpieza social”. Reporta el NYt que eñ gobierno mexicano reconoce oficialmente la desaparición de más de 30,000 personas: hombres, mujeres y niños que están atrapados en un limbo, ni muertos ni vivos, víctimas silenciosas de la guerra contra el narcotráfico. Pero tal cifra es de cuando tomó posesión Enrique Peña Nieto. En lo que va del sexenio, el caso más sonado, más escandaloso, más dramático es el de la desaparición de 43 jóvenes estudiantes normalistas de la escuela normal de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, pero las desapariciones forzadas están a la orden del día y practicadadas por ambos frentes. Todo el mundo, por ejemplo, está convencido de que los 43 no están muertos, sino recluidos en alguna de las más horrendas mazmorras de la soldadesca. La mayoría, como dice el NYT, sólo aparece en una fosa común, en cualquier cementerio clandestino, ya pulverizada, ya reducida a un vil ADN que difícilmente puede desentrañas la identidad del resto cadavérico.
La verdad es que nadie sabe realmente cuántas personas desaparecidas hay en el país. Ni el gobierno —que no tiene un registro nacional de los desaparecidos—, ni las familias atrapadas en ese purgatorio emocional, ni las autoridades de los estados mexicanos, como Veracruz, donde Karla y Yunery desaparecieron en el mismo periodo de 24 horas, según el reporte del Times.
El reportero del diario neoyorquino recuerda que, cuando el nuevo gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, comenzó su mandato en diciembre de 2016, la cifra oficial de desaparecidos del gobierno estatal era de unos cuantos cientos. El gobernador, después de una revisión básica, corrigió la cifra a casi 2600. Tan solo en el último año han sido desenterrados los restos de casi 300 cadáveres de fosas clandestinas en Veracruz: fragmentos no identificados que apenas son el inicio de una historia de lo que ha sucedido en el estado, y en todo el país, durante la última década.
“Hay una cantidad infinita de personas con demasiado miedo como para decir algo, de cuyos casos no sabemos nada”, dijo el fiscal general del estado, Jorge Winckler al enviado del NYT. El estado no puede con más víctimas. En marzo, Veracruz anunció que ni siquiera tenía dinero para hacer pruebas de ADN a los restos ya encontrados, lo que llevó a padres de jóvenes desaparecidos a pedir dinero en las calles para conseguirlo ellos mismos.
El gobierno estatal, abrumado, decidió parar temporalmente todas las nuevas búsquedas de fosas clandestinas. Simplemente ya no hay dónde poner los cadáveres.
“Veracruz es una fosa enorme”, dijo el fiscal general. Durante más de una década, los carteles en todo México han asesinado a sus rivales con una impunidad flagrante y dejan los restos en fosas clandestinas por todo el país. A menudo, los soldados y las fuerzas de seguridad hacen lo mismo, lo que ha dejado a muchas familias demasiado aterrorizadas como para pedir ayuda a un gobierno que perciben como cómplice.
Es sumamente eficiente y cruel: sin un cadáver, no puede haber un caso. Además, las desapariciones infligen una prolongada tortura sicológica: les quita a los seres amados incluso el fin que implica la muerte y les deja un dolor perpetuo alimentado por la esperanza.
“Lo más cruel de una desaparición es que te deja con esa esperanza desesperada de que tu hijo podría seguir vivo en algún lado”, dijo Daniel Wilkinson, director en Human Rights Watch. “Quedas atrapado en un limbo horrible, donde no puedes ni tener un duelo, ni seguir adelante porque eso sería una traición, como si estuvieras matando a tu propio hijo”.
Durante más de una década, los carteles en todo México han asesinado a sus rivales con una impunidad flagrante y dejan los restos en fosas clandestinas por todo el país. A menudo, los soldados y las fuerzas de seguridad hacen lo mismo, lo que ha dejado a muchas familias demasiado aterrorizadas como para pedir ayuda a un gobierno que perciben como cómplice.
Es sumamente eficiente y cruel: sin un cadáver, no puede haber un caso. Además, las desapariciones infligen una prolongada tortura psicológica: les quita a los seres amados incluso el fin que implica la muerte y les deja un dolor perpetuo alimentado por la esperanza.
“Lo más cruel de una desaparición es que te deja con esa esperanza desesperada de que tu hijo podría seguir vivo en algún lado”, dijo Daniel Wilkinson, director en Human Rights Watch. “Quedas atrapado en un limbo horrible donde no puedes ni tener un duelo ni seguir adelante porque eso sería una traición, como si estuvieras matando a tu propio hijo”.
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