Raúl Moreno Wonchee
Cuando la alternancia a toda costa obstruyó el progreso de México al arranque del nuevo siglo, se puso en evidencia el gran engaño que escondía el fundamentalismo democrático. Si se trataba de democratizar el régimen político, no había por qué simular el nacimiento de una democracia redentora. Pero como se buscaba hacer de las elecciones competidas el correlato político del libre mercado, hubo entonces que proceder a la venta de ilusiones, lo que cobró ominosa realidad en un mercantilismo electoral apenas acotado por los esfuerzos de algunos apóstoles del fair play. En esas andábamos cuando Peña con su Pacto nos alevantó y nos metió en la senda de las reformas que le abrieron a México el camino del futuro con gran disgusto de los monopolios de aquí y de allá. Luego, la gran provocación intentó desestabilizarnos y lo sigue haciendo. Una señora que ostenta dirigir al PRD, con información infundada y de origen desconocido, denunció ante la Fepade que Odebrecht (la constructora brasileña usada como garlito para debilitar y aún desmadejar gobiernos latinoamericanos inconvenientes para el Norte) aportó un montón de millones de dólares a la campaña presidencial de Peña. En vez de encausar debidamente la denuncia, el fiscal Santiago Nieto procedió ilegal e insidiosamente a divulgarla, por lo que fue cesado y al mismo tiempo elevado a los altares de la democracia sin adjetivos. El escándalo mediático no alcanzó a ocultar las intenciones del fiscal: descalificar al gobierno, expulsar al PRI de las elecciones y clausurar la vía electoral. Cuando advirtió el fracaso del engaño, ya investido nuevo apóstol de la democracia, Santiago se rajó.