miércoles, noviembre 20, 2024

CONCATENACIONES: Aviones, equipajes y albercas

Fernando Irala

Celebraron hace un par de meses los diputados por la aprobación de reformas a las leyes de aviación civil y del consumidor, para garantizar que no haya abusos contra los pasajeros y proteger los derechos de éstos.

Alguna diputada eufórica dijo en la tribuna parlamentaria: “hoy les decimos a las aerolíneas que se les acabó su agosto”.

Las reformas ya entraron en vigor, y disponen compensaciones y reembolsos en caso de cancelación o retraso de vuelos, así como el derecho de cada pasajero a llevar consigo una maleta de hasta veinticinco kilogramos y equipaje de mano sin costo extra, entre otros puntos.

En el papel todo suena muy bien. Pero el júbilo de diputados y el de algunos incautos durará muy poco.

En sus orígenes hace más de un siglo, la aviación fue una opción de lujo para transportarse, y por décadas funcionó así. A cambio de un boleto caro, las compañías proporcionaban no sólo la transportación del equipaje, sino alimentos, bebidas espirituosas, periódicos y revistas, entre otras comodidades incluidas.

Luego el negocio y la cantidad de pasajeros fue creciendo, y las aerolíneas optaron por popularizar los vuelos aunque conservando sus segmentos de lujo, y mostraron al mundo que hasta en los aviones hay clases.

Más tarde la competencia entre empresas se intensificó, y a fines del siglo pasado surgieron las aerolíneas de bajo costo, cuyo modelo es vender sus lugares a módicos precios, y mantener su rentabilidad por la vía de abatir costos, para lo cual suprimen o reducen todo lo que no es estrictamente indispensable, por ejemplo las comidas, las bebidas, la franquicia del equipaje –así se llama–, el número de azafatas. Adicionalmente, estas compañías se hacen de recursos con la venta de todo aquello que restringen y otros servicios, como el manejo de equipaje, dar prioridad en el abordaje, expedir los pases de abordar, o asignar asientos, entre otros detalles.

Se han generado así, como en cualquier industria, diversos segmentos de mercado, desde quienes prefieren volar a precios incluso inferiores al que ofrecen en la misma ruta los autobuses, sacrificando para ello cualquier comodidad, hasta quienes pagan boletos de primera clase para viajar sentados en amplios sillones forrados en piel, y disfrutar de comida y vinos que al resto de los pasajeros se les niega.

Así funciona también la hotelería: cada viajero elige si quiere habitación o cama ancha, y que el hotel tenga restaurante de especialidades y alberca, o que no los tenga, y cada quien paga por lo que elige.

El resultado de las reformas, que garantiza mejores servicios a todos los pasajeros, inevitablemente tendrá su reflejo en los precios de los vuelos. Las aerolíneas de bajo costo simplemente incluirán ahora los servicios que antes eran opcionales y se los cobrarán a todos, los usen o no.

Esperemos que ahora los diputados no vayan a intervenir en el ramo hotelero. Porque entonces todos tendremos derecho a alberca, y todos la pagaremos, inexorablemente.

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