Francisco Gómez Maza
- 2,500 a cada funcionario de casilla
- 2,000 por credencial de elector
El diario Reforma ha hecho un buen trabajo de encuestas y de seguimiento de la estira y afloja entre Delfina Gómez Álvarez y Alfredo del Mazo Maza, por la gubernatura del estado de México.
Delfina es maestra y juega representando al Movimiento de Regeneración Nacional. Del Mazo va por los caciques de Atlacomulco, sinvergüenzas caciques (lo digo sin rubor y sin insultarlos, eso y más se merecen) que llevan 80 años usufructuando las riquezas del estado de México con la bendición maldita de los corruptos del PRI.
Este martes Reforma publicó, del lado derecho de su página frontal, o home page como le dicen ahora, con fotografías y porcentajes (obviamente es más bonita ella que el pariente flaco) que Delfina Gómez Álvarez y Alfredo del Mazo Maza están llegando, en la recta final, a la meta del domingo 4 de junio, empatados:
Delfina, la maestra ex diputada, con 31.9 por ciento de las preferencias electorales y Alfredo, el primado de Peña Nieto, con 30.7. Ni para dónde hacerse. Como decía mi paisano Juan Bañuelos Chancona, no sirve ya el papel, no sirve el llanto; escribo en las paredes… No sirven los fraudes. No sirve la compra de votos que está haciendo el PRI, ofreciendo 2,500 pesos a los funcionarios de casilla que participarán en la elección del domingo, a los que ofrecía el miércoles, o sea ayer, un “curso de manejo de casilla” y hasta 2,000 por cada credencial de elector que presentaran de vecinos y familiares.. De plano, los priistas no tienen remedio. Como decía Colosio Murrieta de Manuel Camacho: Manuel no tiene remedio. No tienen vergüenza. Menos el taxista frutillero Enrique Ochoa Reza. La corrupción la traen en los genes paternos, de padre y madre. Les brota de los poros.
Y tienen dinero a lo bestia. El Erario siempre está abierto para ellos, aunque lo llenemos los ciudadanos con nuestros impuestos. Los funcionarios de alto nivel del gobierno federal – de secretarios de Estado para arriba- han ido al estado de México cuantas veces se los ha ordenado el presidente de la república a darle todo su apoyo en especie y en dinero contante y sonante al primo; a entregar regalitos a los indios. Y se van con los indios porque son multitudes de pobres, hambrientos e ignorantes. No saben quién es Alfredo del Mazo Maza (no saben leer castilla, sino sólo hablan náhuatl y el otomí), pero los obligan a cruzar los colores de la bandera tricolor, en la boleta electoral, que esa es la buena, esa es México). Dan su voto al PRI hasta por una sopa marchan, Pero si usted les pregunta que están haciendo, por quien están votando, le contestan que no saben. Me consta. Qué miserables, los priistas.
En el fondo, cambiar o no cambiar es el dilema para las mayorías mexiquenses. Hay muchos que están con el PRI por conveniencia, sobre todo mujeres jóvenes, que no sé qué le ven al flacucho del primo, como nunca supe que le veían a Peña Niego en aquella atropellada campaña de los monederos electrónicos de Soriana y Moner, que le dieron el triunfo al televisivo político.
La única alternativa que nos queda entonces en el estado de México, escenario del trabajo fecundo de una de las más entregadas educadoras mexicanas, mi tía maestra Rosario Marcelin de Rincón (nadie se acuerda de ella) es:
Triunfo de Delfina Gómez Álvarez, o agandalle del PRI, como ha ocurrido desde hace 80 años. Alfredo del Mazo Maza, el pariente del escribidor, el primo presidencial se alzaría con el triunfo de siempre, producto del fraude, de la corrupción, del agandalle, como ha ocurrido desde hace ya más de cuatro décadas en ese incansable pueblo de indios y de caciques.
He ahí el dilema para los mexiquenses que irán a las urnas el domingo venidero, 4 de junio. Los priístas están ya preparando los machetes del fraude. Dinero a manos llenas. Y dinero para los ciudadanos indígenas que no saben castilla, menos leer. Les dan una bicoca para que crucen los colores de la patria. Y los indios son muy temerosos de la patria. Ay, priístas. Ay caciques de Atlacomulco. Cuándo aprenderán. No tienen pena. No tienen vergüenza.
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