Una fotografía de Donald Trump

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MIGUEL ÁNGEL FERRER
Las palabras -decía Carlos Marx- son la envoltura material del pensamiento. De modo que sabemos por sus palabras lo que alguien piensa. Y si no hay palabras, el pensamiento de esa persona permanece ignoto para los demás. Pero puede ocurrir que ese alguien pronuncie palabras con la intención de ocultar o encubrir su pensamiento. O que diga palabras que induzcan a una percepción falsa o equívoca de su pensamiento. O que un día tenga un discurso equis y al día siguiente un discurso contrario o diferente.
En estos tres últimos casos se encuentra la fotografía de Donald Trump. Sus palabras pueden estar encubriendo su pensamiento o pueden estar induciendo a que se crea una cosa que en realidad no piensa. Y si un día dice una cosa y otro día afirma otra contraria o distinta, el resultado viene a ser el mismo: se ignorará lo que en realidad piensa.
Por estas razones para conocer y juzgar el verdadero pensamiento de Donald Trump sólo queda un camino: atenerse a los hechos y no a las palabras. Facta, non verba decían los antiguos romanos. O, muy castizamente, “obras son amores y no buenas razones”.
Estas sabias sentencias deben ser aplicadas para analizar el pensamiento de Trump en todos los temas de su gobierno. Lo mismo los internos que los internacionales. La expulsión de los trabajadores indocumentados, la construcción o extensión de un muro en la frontera con México, los nexos de Estados Unidos con Rusia, China o Irán, la actitud de Washington frente al islam y, entre otros muchos asuntos, la postura de Trump frente a la guerra, y las agresiones militares a otros países.
Por lo que toca a México, hay dos temas centrales en la agenda. Uno, la erección del muro fronterizo; y dos, la deportación de once millones de mexicanos indocumentados. Y aunque también ha dicho Trump que puede echar hacia México a indocumentados que no son mexicanos, este tópico, por absurdo, está menos en las preocupaciones del gobierno azteca.
Empecemos con el tema de la deportación de aquellos once millones de mexicanos indocumentados. Esta fue la postura trumpiana original. Pero ahora dice que está considerando una especie de tregua o de replanteamiento de la postura inicial. Este replanteamiento puede consistir, según sus propias palabras, en una legalización de esos once millones o de una buena parte de esa cantidad. Ayer dijo una cosa y hoy dice una contraria, distinta o muy distinta. ¿Cuál es la verdadera idea de Trump?
¿De veras quería deportar a once millones de indocumentados mexicanos? ¿O es que las dificultades y obstáculos que enfrenta ese propósito lo han llevado a cambiar de idea? ¿Eso de la deportación era sólo tema de campaña electoral o era y es un pensamiento fijo y ajeno a las cuestiones eleccionarias? ¿Cómo saberlo?
Pues ateniéndonos a los hechos. ¿Puede la economía estadounidense, sobre todo en el sector de los servicios, arreglárselas sin esos once millones de trabajadores? ¿Puede el gobierno de Trump vencer los obstáculos legales, políticos, económicos, sociales y culturales que se alzan frente a ese propósito? Frente a lo desconocido, la mejor receta puede ser el clásico “esperar lo mejor, preparándose para lo peor”.

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