ESCARAMUZAS POLÍTICAS

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Gloria Analco

  • México rompe el guion del despojo

México hizo algo que hasta hace poco parecía impensable: derrotó a una corporación estadounidense en el tribunal del CIADI del Banco Mundial. No solo frenó un intento de despojo multimillonario al erario, también obligó a la compañía a pagar los costos del juicio. En Washington, el silencio es elocuente. El mensaje cruzó la frontera sin necesidad de discursos: México ya no se arrodilla, litiga, documenta y gana.

El triunfo fue presentado por las agencias como una nota menor de carácter técnico. Pero detrás de ese lenguaje aséptico se esconde un intento brutal de saqueo al presupuesto público mexicano.

La empresa reclamaba más de 2 mil 700 millones de dólares por la supuesta expropiación de un predio en Jalisco. El Tribunal no solo desechó la demanda por carecer de jurisdicción, también ordenó a la corporación pagar alrededor de 1.3 millones de dólares por los costos del arbitraje. No es la cifra lo que importa: es el precedente.

Quien colocó este caso en su verdadera dimensión histórica fue el economista estadounidense Richard Wolff, una de las voces más respetadas y críticas del capitalismo financiero global, catedrático emérito, autor de referencia internacional y estudioso de estos conflictos. Tras investigar a fondo el expediente, fue categórico:

“Permítanme decirles algo con absoluta claridad. Lo que acaba de hacer México en la Corte del Banco Mundial no tiene precedente en décadas. Y créanme, yo he estudiado estos conflictos económicos durante casi medio siglo”.

Para Wolff, no se trató de una simple victoria jurídica, sino de una ruptura del patrón que durante años permitió a las corporaciones aplastar a los Estados mediante litigios amañados.

Según su investigación, este caso no nació como una disputa comercial corriente. “Fue un intento calculado de una corporación estadounidense para extraer recursos, influencias y privilegios que no le correspondían, aprovechando una estructura internacional diseñada durante décadas para favorecerlos”.

La estrategia -documenta Wolff- se apoyó en cifras infladas, daños ficticios, proyecciones manipuladas y documentos alterados. Una ingeniería legal del fraude diseñada para transferir miles de millones de dólares del presupuesto mexicano a una empresa privada.

Lo extraordinario, subraya Wolff, no fue la existencia del fraude. Eso es, lamentablemente, habitual en este tipo de litigios. Lo verdaderamente disruptivo fue que México decidió no quedarse callado. Mientras otros países optan por negociar en la oscuridad para evitar fricciones con Washington, el Estado mexicano rechazó el pago y llevó el caso hasta las últimas consecuencias.

La defensa mexicana armó un expediente que sorprendió a los propios árbitros internacionales: auditorías internas, peritajes independientes, análisis financieros, revisión de cláusulas ocultas y detección de informes modificados después de haber sido firmados, una violación directa a los estándares internacionales del CIADI.

“Ahí se rompió la narrativa de la empresa. No había daño económico real. Había una estrategia para obtener pagos multimillonarios mediante engaños”, resume Wolff.

Y entonces ocurrió lo impensable: el Tribunal no solo desechó el reclamo, sino que ordenó a la empresa pagar por haber actuado de mala fe. Una decisión excepcional en un sistema históricamente inclinado a favor del capital corporativo.

Por primera vez en mucho tiempo, una empresa estadounidense no solo perdió, sino que fue exhibida.

Wolff es explícito en su valoración del nuevo momento mexicano:

“México no ganó por suerte. Ganó porque presentó uno de los equipos jurídicos mejor preparados que he visto enfrentar a una corporación estadounidense en una corte global”.

Y detalla los pilares de esa victoria: precisión técnica, dominio de los tratados internacionales, lectura quirúrgica del funcionamiento del Banco Mundial, peritajes financieros impecables. Una maquinaria institucional que simplemente no existía hace apenas una década.

Este caso muestra con claridad que, bajo la 4T, el Estado mexicano dejó de comportarse como un actor subordinado en los tribunales internacionales. Hoy actúa como litigante estratégico. Anticipa, documenta, desmonta y expone. No negocia en lo oscuro. No acepta chantajes financieros, como se desprende de los propios dichos de Wolff.

La reacción en Washington, afirma el especialista, fue inmediata. Los cabildeos empresariales presionaron al Departamento de Estado para entender cómo México sostuvo un expediente tan sólido.

Y lo que realmente les inquietaba no era un solo caso. Era el precedente. La posibilidad de que otros gobiernos revisen viejas disputas, contratos amañados y arbitrajes fabricados bajo el mismo patrón de despojo.

Porque esto es lo que estaba en juego: no un predio, no un tecnicismo legal, sino 2 mil 700 millones de dólares arrancados al presupuesto público. Dinero que habría salido de hospitales, escuelas, infraestructura y salarios para alimentar una operación financiera diseñada desde el escritorio.

Esto es, en esencia, la financiarización que Wolff ha denunciado durante décadas: corporaciones que ya no buscan producir riqueza, sino extraerla de los Estados.

Para Wolff, que ha visto caer a decenas de países bajo este mismo modelo, lo ocurrido en el CIADI marca un punto de quiebre. En su opinión, México se comportó como potencia jurídica. Como Estado que conoce las reglas, domina los mecanismos y está dispuesto a exhibir hasta la última irregularidad, aunque incomode a las grandes potencias.

Mi lectura es la misma: México no solo ganó un juicio. Defendió su soberanía frente al capital financiero internacional. Demostró que el sistema de la financiarización no es invencible cuando un Estado organizado se enfrenta con decisión política y preparación técnica.

Esta vez no se impuso el silencio. Esta vez no hubo arreglo en lo oscuro. Esta vez México litigó, documentó, expuso el fraude, ganó el caso y cobró los costos del abuso.

Y en un mundo donde el dinero suele dictar sentencia, eso equivale a una victoria mayor: la del Estado frente al poder del capital.

Como advierte Wolff, cuando un país demuestra que puede ganar donde históricamente siempre perdían los mismos, nada vuelve a ser exactamente igual.

 

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