Adrián García Aguirre / Cdmx
*“Un minuto también tiene sesenta segundos”.
*Figura excepcional del deporte y el periodismo.
*Futbolista, entrenador, locutor, periodista y escritor sin igual.
Hombre de múltiples vertientes, polifacético e inteligente, culto, elocuente y expresivo, Fernando Marcos González nació en la Ciudad de México el 30 de noviembre de 1913, cuyos padres fueron don Egidio Márcos y la señora Filomena González.
De una bonhomía única, fue conocido simplemente como Fernando Marcos, futbolista, árbitro, entrenador, periodista deportivo de fútbol mexicano en radio y televisión en sus mejores épocas, verdadero ícono en el ámbito futbolístico de México.
Se convirtió en un auténtico factótum, y a pesar de su vasta trayectoria, solo le faltó incursionar en la actividad actoral, un papel que, hasta donde se tiene entendido, nunca tuvo entre sus aspiraciones.
Sin embargo, en cada una de tales actividades dejó una huella imborrable: como técnico dirigió a equipos profesionales de Primera División y a la selección nacional; y como árbitro, su legado fue igualmente significativo, marcado por el dramáticos y espectacular episodio del incendio en el estadio del Parque Asturias capitalino en 1939.
Fue un evento que algunos vinculan a una polémica decisión arbitral de Marcos; pero este relato se escuchó narrar en varias ocasiones por el propio don Fernando en un programa radial durante la década de 1990, donde lo hizo con una precisión y gracia sorprendentes.
En el rol de comentarista, su desempeño alcanzó niveles excepcionales por su profundo amor y conocimiento del futbol, como evidenció en su libro “Mi amante el futbol”, y que con su vasta cultura le otorgaron un lugar privilegiado.
El historiador Enrique Krauze, en un ensayo sobre el fútbol mexicano, reconoció su grandeza, recordando cómo, incluso al hablar de un tiro penal, se atrevía a citar a Cicerón, clásico de la literatura latina.
Don Fernando se volvió un referente altamente codiciado entre las televisoras Televisa y el antiguo Canal 13 del Estado, y él mismo relató que se incorporó a este último a instancias y por órdenes de Margarita López Portillo, hermana del presidente, mandamás de los medios entre 1976 y 1982.
Más tarde, un antiguo compañero de Televisa le cuestionó su cambio a la competencia y la respuesta de don Fernando fue contundente: “No me pasé a la competencia, sino que me salí de la incompetencia”.
Era un maestro de los juegos de palabras y un epicúreo de las ocurrencias, con un ingenio que se reflejó en aquellos hilarantes ejercicios titulados “editoriales en cuatro palabras”, y “un minuto también tiene sesenta segundos”, además de que como polemista consumado, tenía una capacidad notable para el debate.
Además de su labor en el deporte, don Fernando dejó una marca significativa en el periodismo, colaborando en los diarios La Prensa y El Nacional, cuyas columnas eran imprescindibles por sus juicios amenos y certeros, siempre atractivos.
En la radio, trabajó junto a su compañero don Jacobo Morett, que relató que cuando Manuel Buendía dirigía La Prensa, encomendó a don Fernando cubrir el funeral de uno de los hermanos Rodríguez, notables pilotos de F-1.
La crónica que escribió culminó de manera memorable, enfatizando que “las mujeres eran las que más lloraban la muerte del piloto, quizá porque son ellas las que más sufren cuando dan la vida”, frase tan impactante que Buendía decidió recortarla, exponiéndola donde todo el personal pudiera verla y exclamando: “¡Así es como se escribe!”
Con Morett abordaba diversos temas de forma extraordinariamente amena, gracias a su inigualable elocuencia, simpatía y cercanía, cualidades que se llevó al fallecer el 18 de julio de 2000 en su querida Ciudad de México.
