Por Pablo Cabañas Díaz
En el México del siglo XX, la escritura fue territorio de censuras silenciosas: el país nunca perdonó al intelectual que se negó a transar con el poder o con el canon oficial. Rubén Salazar Mallén (1905– 1986) y Octavio Paz (1914–1998) representan dos polos de esa tensión, dos formas de ser escritores incómodos ante una sociedad que premia la obediencia, la complacencia o la capacidad de convertirse en autoridad moral reconocida.
Salazar Mallén, periodista, novelista y profesor, vivió al margen de la consagración institucional. Durante cincuenta años impartió clases en la UNAM con un salario precario, sin reconocimiento oficial ni estabilidad laboral, mientras el sistema privilegiaba a quienes podían navegar con habilidad los circuitos de poder. Su periodismo y su literatura criticaban las estructuras de corrupción, el cinismo de las élites y la complacencia de la clase media. Su voz era afilada, incómoda y, sobre todo, independiente: no pedía permiso para señalar lo que otros preferían callar.
Un encuentro en mayo de 1984 en un café enCiudad Universitaria mostró la intensidad de su carácter. Salazar Mallén, hemipléjico y con un brazo inmóvil a la manera de una garra, hablaba de todo: de la izquierda, la democracia, el éxito literario y de Octavio Paz, a quien calificaba de plagiario y oportunista. Sus críticas, aunque duras, estaban fundadas y reflejaban su independencia intelectual y moral.
Octavio Paz, en cambio, encarnó la ambigüedad del intelectual que busca mantener la independencia crítica, pero que no puede eludir la legitimación del sistema. El laberinto de la soledad lo consagró como la voz autorizada sobre México y la condición mexicana. Sin embargo, Paz se apropió de conceptos de Salazar Mallén y de Samuel Ramos. En 1939, Salazar Mallén publicó artículos titulados El complejo de la Malinche, que años después Paz utilizó en El laberinto de la soledad. Ante la denuncia de plagio, la célebre frase sobre “el león que se alimenta del cordero” como bien lo señaló Fernando Solana Olivera (1954), ilustrando como los poderosos consumen las ideas de los más débiles: “De paso, no estoy contra el plagio cuando la víctima desaparece. Ya se sabe, el león se alimenta de cordero. Un libro que todo mundo conoce de Samuel Ramos y unos artículos que ya nadie recuerda de Salazar Mallén son mis fuentes secretas” La elegante y abusiva prosa de Paz convirtió la copia en fuente legítima, ignorando la existencia de Salazar Mallén como víctima literaria.
La diferencia entre ambos se hace tangible en la anécdota relatada por colaboradores de Fernando Benítez (1912–2000), editor del suplemento cultural Sábado. Benítez, profesor de tiempo completo en la UNAM con plaza segura y vida acomodada en Coyoacán —en una mansión obsequiada por Carlos Hank González— evitaba encontrarse con Salazar Mallén, a quien consideraba una carga para el suplemento y una molestia por llevar constantemente familiares y amigos a la redacción. Esta actitud ilustra la relación sobre los intelectuales independientes: privilegiando al influyente y aliados del PRI, mientras los insumisos eran invisibilizados.
