Por Pablo Cabañas Díaz
México ha mantenido, a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, una política exterior guiada por la prudencia, la legalidad internacional y la defensa del principio de soberanía. Desde la formulación de la Doctrina Estrada en 1930, el país ha sostenido que el reconocimiento o desconocimiento de gobiernos extranjeros no debe ser instrumento de presión política, sino expresión del respeto a la autodeterminación de los pueblos y a la solución pacífica de los conflictos. Gracias a esa postura, México ha construido una reputación de equilibrio diplomático que lo distingue en los foros internacionales. Por eso, el anuncio del senador Gerardo Fernández Noroña de viajar a Palestina —financiado por los Emiratos Árabes Unidos— no es una simple anécdota, sino una ruptura simbólica con esa tradición que durante casi un siglo ha defendido la sobriedad y la coherencia institucional como esencia de la política exterior mexicana. Su gesto arriesga la reputación e intereses estratégicos de México en el escenario internacional.
La Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), en su comunicado del 8 de octubre de 2023, estableció una posición clara ante el conflicto entre Israel y Palestina: “De no detenerse de inmediato, este conflicto está en vías de producir un desastre humanitario de proporciones inconmensurables y sin precedentes”. La Cancillería, al pronunciarse en esos términos, reafirmó el principio de equilibrio que ha caracterizado a la diplomacia mexicana: condenar la violencia sin romper puentes, sin caer en gestos ideológicos ni protagonismos individuales. Esa postura institucional contrasta abiertamente con la actuación personal del senador Fernández Noroña, quien busca erigirse en portavoz de una causa ajena al mandato del Estado mexicano.
El 21 de octubre de 2025, Fernández Noroña solicitó licencia al Senado de la República “por motivos personales”. Detrás de esa licencia se encuentra un supuesto viaje a Palestina presentado como “una visita de solidaridad”, sin coordinación con la SRE y sin aval institucional. Su acción constituye, en los hechos, una intromisión en una zona de alta conflictividad internacional, donde la diplomacia se mide en matices y no en consignas. México no delega sus relaciones exteriores en legisladores; hacerlo confunde las fronteras entre la representación popular y la representación del Estado.
Este episodio no es aislado. Noroña ha estado envuelto en controversias que exhiben la distancia entre su discurso y su práctica. Se hizo pública la adquisición de una residencia en Morelos valuada en 12 millones de pesos, en abierto contraste con su autoproclamada austeridad. Viajó a Coahuila en un avión privado de dos mil dólares por hora, sin explicar el origen de los recursos. Y ahora encabeza un viaje “humanitario” financiado por un país que mantiene intereses estratégicos en una región convulsionada. La suma de estos actos revela un patrón: el protagonismo como método, la opacidad como hábito y la vanidad como estrategia política.
Surge entonces una pregunta de fondo: ¿dónde comienza el conflicto de intereses y en qué punto la empatía se transforma en propaganda? La diplomacia exige prudencia, discreción y coherencia; el espectáculo mediático demanda ruido, inmediatez y exhibición. Cuando la selfie sustituye al argumento y el tuit reemplaza a la nota diplomática, el riesgo no es sólo estético: es político.
La trayectoria del senador Fernández Noroña, ha estado marcada por la confrontación constante, los desplantes y los desafíos permanentes a la oposición. Su licencia temporal no representa una pausa, sino una prolongación del espectáculo donde la etica y la diplomacia se subordinan a la autopresentación. En suma el legislador encarna, de forma extrema, una tendencia global de la política contemporánea: la personalización del poder. En el fondo, este episodio no trata de Palestina, ni siquiera de diplomacia: trata del uso del dolor ajeno como recurso para la autopromoción.
