Por Pablo Cabañas Díaz
Hay libros que no se leen, se heredan. México a través de los siglos, coordinado por Vicente Riva Palacio y publicado originalmente entre 1884 y 1889, pertenece a esa categoría de obras monumentales que aspiran no solo a narrar el pasado, sino a fundar una memoria colectiva. Concebida en plena era del positivismo porfiriano, la serie —que abarca desde la época prehispánica hasta el gobierno de Porfirio Díaz— fue el intento más ambicioso del siglo XIX por darle a México una historia total, moderna y nacional.
Leído hoy, en tiempos de desmemoria y fragmentación, México a través de los siglos aparece como una pieza de arqueología intelectual y, al mismo tiempo, como un espejo incómodo: muestra los cimientos ideológicos del Estado liberal que aún sostiene buena parte de nuestro imaginario histórico. Su estilo, solemne y enciclopédico, contrasta con la mirada crítica contemporánea, pero su ambición narrativa sigue siendo admirable. La obra se propone contar la historia no como una sucesión de fechas sino como una epopeya nacional, donde cada siglo parece avanzar hacia el progreso inevitable del liberalismo.
Riva Palacio —militar, político, novelista e historiador— logra articular una síntesis donde la historia se convierte en pedagogía moral. El indígena aparece como símbolo de origen, pero también como obstáculo a vencer; el conquistador, como antagonista y fundador; el liberal, como héroe civilizador. El resultado es un relato profundamente decimonónico, en el que la historia nacional se asemeja a una novela de redención. A la luz de la historiografía contemporánea, el texto muestra sus sombras: la idealización del progreso, el centralismo de la Ciudad de México, la exclusión de las voces populares, la ausencia de mujeres. Pero juzgarlo solo por esas carencias sería un error.
Lo que México a través de los siglos ofrece es una radiografía de cómo una nación se pensó a sí misma cuando aún estaba en construcción. Fue, en su tiempo, una empresa editorial sin precedentes: cinco volúmenes profusamente ilustrados, con mapas, grabados y retratos, publicados por Ballescá y Compañía en Barcelona, lo que revela la tensión entre lo nacional y lo extranjero incluso en su producción.
Su lectura hoy no es solo un ejercicio de erudición sino de memoria crítica. Nos recuerda que toda historia nacional es también una narrativa política, una operación de poder sobre el pasado. Si México a través de los siglos quiso fundar la historia oficial del país, releerlo en el siglo XXI implica desmontar ese mito para recuperar, entre sus páginas solemnes, las fisuras de la historia real: los silencios, los olvidos, las vidas que quedaron fuera del relato triunfal.