Palabra de Antígona| Provocación presidencial

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 Sara Lovera

SemMéxico, Cd. de México, 23 de septiembre, 2025.- No sé si se trata de una estrategia bien calculada o de un juego divertido en el que caen los machos —políticos, comentaristas o periodistas—; lo cierto es que se trata de una provocación de Claudia Sheinbaum Pardo.

En México, desde la Colonia, las mujeres casadas mantenían sus apellidos de solteras, y no fue sino hasta después de la Independencia cuando algunas empezaron a agregar el apellido de su marido.

Seguramente la presidenta está encantada con la reacción. Por eso salió a explicarlo y dijo que las mujeres no son de nadie, aprovechando las frases machistas que aparecieron, como “le quita el nombre del marido, ¿cómo?”. Leí a un periodista en redes sociales decir que con gusto usaría el apellido de su mujer, o a una señora mintiendo al publicar que en 1791 las mujeres, al casarse, adquirían legalmente el apellido del esposo.

Estoy parcialmente de acuerdo con quienes dicen que así distrae sobre los problemas “fundamentales”, como la corrupción y el crimen en que están enredados los funcionarios de Morena.

La presidenta aprovechó el enojo machista y utilizó la mañanera del 17 de septiembre para explicar por qué nombró a Josefa Ortiz Téllez Girón y le quitó el Domínguez: “porque las mujeres no somos de nadie”. Una maniobra que tendió una cortina de humo sobre hechos documentados que involucran a personajes como Hernán Bermúdez, entre muchos otros.

Sabe y actúa desde el poder que tiene, y su narrativa provoca reacciones entre machos y feministas que aplauden y difunden frases hechas, como que en esta administración se está “recuperando la identidad de las mujeres”. En ambos casos hay supina ignorancia.

La bibliografía es abundante. Historiadoras feministas latinoamericanas han documentado cómo, desde el siglo XVI, las mujeres al casarse seguían usando su nombre completo de nacimiento y nunca existió una ley que las obligara a olvidarse de él, porque siempre tuvieron nombre propio. En los años setenta en México incluso hubo una campaña que acompañó la demanda de eliminar del rito matrimonial la Epístola de Melchor Ocampo.

Historiadoras serias como Carmen Diana Deere, Magdalena León, Arlene Díaz y Alberto Baena Zapatero, en estudios sobre las mujeres novohispanas, han documentado con actas y registros de la época que, en la mayoría de los casos, las mujeres conservaban su nombre de soltera al casarse.

En los siglos XIX y XX en México, según los códigos civiles, las mujeres conservaban el nombre de nacimiento en todos los documentos oficiales y tenían la libertad de usar el “de”, pero sin obligación de ley. Se trataba, eso sí, de la presión social o la costumbre, resultado del control patriarcal. En los países sajones es más común la práctica de perder el nombre original al casarse, aunque tampoco es una imposición legal. ¡Sorpresa!: en los países árabes las mujeres al casarse conservan su nombre de nacimiento.

Por conveniencia, muchas adoptan el nombre de su marido, como artistas, políticas o intelectuales. Ejemplos sobran: Cristina Pacheco, cuyo nombre real era Cristina Romo Hernández; Elena Urrutia, en realidad María Elena Lazo de Mendizábal; o doña Amalia González Caballero de Castillo Ledón, a quien le gustaba usarlo todo completo. Así pasaron a la historia.

Lo cierto es que la presidenta, con el poder que le confiere el Ejecutivo de la nación, utiliza una narrativa para distraer, sin tener una verdadera política de género.

Sus asesoras no ayudan: deberían explicar y convertir esas frases controvertidas —que inquietan a los machos— en una política pública real, no en demagogia.

Reitero: en México hace siglos que no es ley usar el apellido del marido al casarse. ¿Por qué tanta sorpresa? Ahora nos toca documentarlo. Veremos.

Periodista. Editora de Género en la OEM y directora del portal informativo semmexico.mx

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