OTRAS INQUISICIONES: La librería de cristal: un refugio en la Alameda

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Por Pablo Cabañas Díaz

Había algo utópico en aquella estructura transparente que surgió como un espejismo entre los árboles de la Alameda Central. Una librería de cristal, sí, literalmente de cristal, proyectada para ser no solo un espacio de venta de libros, sino un centro de irradiación cultural en la Ciudad de México. Su existencia, aunque breve en la línea del tiempo urbano, permanece como un episodio luminoso —y ahora melancólico— en la historia intelectual del país.

La historia comienza en los años finales del sexenio de Lázaro Cárdenas. Rafael Giménez Siles, exiliado español, editor de vocación y nostálgico de su tierra, llegó a México con una visión: una editorial iberoamericana, una librería sin fronteras, un punto de encuentro entre la palabra escrita y la vida pública. Apoyado por Cárdenas y en complicidad con Martín Luis Guzmán, fundó EDIAPSA. El corazón visible del proyecto fue una librería como ninguna otra: transparente, moderna, viva.

Diseñada por el arquitecto español Arturo Sáenz de la Calzada, la “Librería de Cristal” fue inaugurada en 1941 en la pérgola de la Alameda. Contaba con música ambiental que flotaba entre los jardines, una sala de exposiciones en la planta alta y, como si fuera una escena trasplantada de Montparnasse, un café donde se daban cita Alfonso Reyes, Vasconcelos, Novo. No era solo una librería, era un foro, una plaza abierta al pensamiento.

El modelo de autoservicio rompía con el ceremonial de la librería tradicional. Aquí el lector podía tocar, hojear, deambular sin culpa. Abría desde temprano y cerraba pasada la medianoche. Era democrática, abierta a los peatones, a los noctámbulos, a los flâneurs y a los turistas que empezaban a ver en México una metrópoli moderna. En 1946, el New York Times la calificó como “la librería más extraordinaria del mundo”. Fue reproducida en postales, crónicas y hasta en una película protagonizada por Silvia Pinal.

Pero como toda joya arquitectónica que se enfrenta al utilitarismo urbano, su destino fue trágico. En 1973, durante el gobierno de Luis Echeverría, la librería fue demolida. La lumbrera que ocupó su lugar para el drenaje profundo fue un gesto cínico: la llamaron “Lumbrera Librería de Cristal”. La cultura se sacrificaba, una vez más, por el progreso mal entendido.

Hoy, entre los árboles de la Alameda, queda solo el eco. Ninguna placa, ningún indicio. Pero en la memoria de quienes pasaron por allí, la Librería de Cristal sigue brillando. Fue un fragmento de civilización suspendido en el corazón de la ciudad.

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