miércoles, junio 25, 2025

OTRAS INQUISICIONES: Guerrillas, bancos suizos y sobres sellados de La Habana

(PRIMERA DE TRES PARTES)

Pablo Cabañas Díaz


El 7 de agosto de 1976, un avión monomotor Piper Cherokee despega del aeropuerto de Acapulco. No lleva bandera visible, ni plan de vuelo registrado. A bordo, un solo pasajero: David Graiver. Banquero argentino, millonario precoz, con conexiones en Suiza, Nueva York, Tel Aviv, y La Habana. Su destino: la nada. La nave cae unas horas después en un paraje deshabitado de la Sierra de Michoacán. El accidente fue rápido, la muerte instantánea. Pero el eco de su desaparición resonaría durante décadas. Lo que llevaba consigo era más que un portafolio: era una clave.

David Graiver era más que un financiero. Era una bisagra entre el dinero de los bancos y la sangre de las revoluciones. Su caída selló un secreto: parte del financiamiento de las guerrillas centroamericanas había pasado por sus manos, sus empresas, sus cuentas. Nadie lo admitiría oficialmente. Pero los rastros estaban por todas partes: transferencias codificadas, fundaciones pantalla, maletas con doble fondo.

En los años 70, Centroamérica hervía. Nicaragua era un campo minado entre los Somoza y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En El Salvador, la represión militar empujaba a la articulación de la guerrilla que pronto se uniría en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Guatemala se fracturaba entre la guerrilla y el brutal contraataque del ejército.

¿Quién los financiaba? La respuesta oficial: Cuba, la Unión Soviética. La respuesta real: mucho más compleja.

Desde la Habana, el Departamento América, dirigido por Manuel Piñeiro, alias “Barbarroja”, articulaba una red continental de apoyo. Allí se decidía quién recibía dinero, entrenamiento, armas, propaganda. Pero los canales no eran directos. Los fondos salían de la isla, pasaban por bancos europeos, eran lavados por fundaciones suecas, o se triangulaban con cuentas venezolanas. En esa operación estaba implicado un nombre recurrente en los documentos desclasificados: Graiver.

Un exfuncionario del Ministerio del Interior cubano, entrevistado en 1993 por la revista Cambio 16, reveló: “Barbarroja confiaba en muy pocos hombres de negocios. Graiver era uno. Era discreto. Entendía la causa sin ser “militante”.

Las transferencias se movían como peces en río turbio: de Zúrich a Ciudad de México, de Caracas a San Salvador. A menudo, las ONGs europeas servían de pantalla. En Suecia y Noruega, fundaciones humanitarias canalizaban recursos a zonas de guerra. Pero una parte de esos fondos se desviaba, a veces sin que lo supieran sus donantes. En México, casas de cambio en la colonia Roma facilitaban el acceso a divisas para las redes de apoyo clandestino.

Un documento interno del Departamento de Estado norteamericano, fechado en 1978, señalaba: “Se detectan movimientos de fondos procedentes de cuentas radicadas en Suiza y Luxemburgo hacia organizaciones centroamericanas vinculadas al FSLN y al FMLN. El rastro apunta a operadores argentinos radicados temporalmente en México y Nueva York”.

El nombre de Graiver no aparecía. Pero sus huellas sí. Su firma financiera, Graiver & Co., tenía sucursales en Ginebra, Nueva York y Tel Aviv. Invertía en seguros, bienes raíces. En paralelo, su red creaba empresas “fantasma” que recibían donaciones de origen opaco. Esas empresas hacían transferencias a fundaciones legalmente constituidas, que a su vez financiaban proyectos de cooperación en zonas rurales centroamericanas.

¿Eran obras sociales? A veces. A menudo, eran escuelas de formación política, centros de adiestramiento militar, refugios para cuadros insurgentes.

México jugó un papel clave. Durante los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo, se mantuvo una política ambigua: por un lado, se condenaba el intervencionismo; por el otro, se permitía que las ciudades mexicanas fueran plataformas logísticas de la revolución. En Coyoacán, Iztapalapa, Cuernavaca y Acapulco operaban casas de seguridad donde se alojaban emisarios del FSLN y el FMLN.

En ese contexto, David Graiver entraba y salía de México con pasaporte argentino, sin levantar sospechas. Viajaba a Nueva York, firmaba convenios bancarios, se reunía con empresarios, negociaba con banqueros suizos. Era un puente entre mundos. Un facilitador.

En 1975, según registros judiciales argentinos, Graiver gestionó una transferencia de tres millones de dólares desde una cuenta del Banque de Crédit et Commerce International hacia una fundación con sede en Caracas. Esa fundación, según fuentes de inteligencia venezolana, habría servido como intermediaria de los sandinistas.

Para entender el alcance de David Graiver, hay que mirar su firma como un iceberg: lo visible era apenas una décima parte. Su negocio no era solo legal: era funcional a una causa mayor, tejida entre la fe en los mercados y la simpatía hacia las revoluciones. No se declaraba militante, pero sus movimientos financieros tenían banderas.

El sistema Graiver incluía entidades como el Banco Comercial de La Plata, el Banque de Crédit International, y diversas firmas de papel en Liechtenstein. Su imperio se expandía por Nueva York, Buenos Aires, Tel Aviv y Ginebra. Operaba también con aseguradoras, editoriales, e inversiones en bienes raíces.

La pieza clave era su capacidad de convertir dinero “caliente” en recursos “legítimos”. Es decir: lavar dinero revolucionario con mecanismos de Wall Street. Tenía acceso a corredores de bolsa, abogados tributaristas y notarios en tres continentes. Esa red permitió que fondos de organizaciones como los Montoneros circularan sin dejar huellas evidentes.

Según un cable de la inteligencia francesa fechado en 1975, “una parte de los activos de Graiver en Suiza fueron usados como garantía de operaciones solidarias hacia organizaciones del sur de México y Centroamérica”. Esa afirmación fue ignorada por años, hasta que en los años 90 exguerrilleros del FMLN reconocieron que “algún argentino ayudaba a canalizar fondos desde Europa”.

El tránsito del dinero incluía varias estaciones: desde Luxemburgo a Caracas, luego a Ciudad de México, y de allí a Tegucigalpa o San Salvador. El efectivo llegaba en valijas diplomáticas, o bien se retiraba en casas de cambio asociadas a figuras del exilio argentino. La conexión con la banca panameña, particularmente con el Banco Cafetero, servía para “disfrazar” los ingresos como remesas comerciales.

En entrevistas recogidas por el periodista colombiano Germán Castro Caycedo en 1982, un exmilitante del ERP argentino aseguró: “Nos encontrábamos en Cuernavaca con emisarios del FSLN. Todo el sistema de financiamiento pasaba por tres nombres. Uno de ellos era Graiver”.
La magnitud de los montos nunca fue completamente aclarada. Algunas estimaciones hablan de entre 20 y 35 millones de dólares gestionados entre 1974 y 1976 en operativos que involucraban a movimientos de izquierda del Cono Sur y Centroamérica. ¿Todo ese dinero pasó por las manos de Graiver? Imposible saberlo.


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