Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*Un calificativo de “derechista” y “neobolchevique”.
*Guerra de leyes entre las instituciones.
*Contradicciones de Gorbachov y dinamismo del opositor.
*El Novo Ogarevo, el 9+1, fue un pacto inaplazable.
Una parte considerable de los rusos percibió que mientras el refinado y cultivado Mijaíl Sergeievich Gorbachov aparecía bloqueado por sus contradicciones, Borís Nicolaievich Yeltsin, con sus maneras simples y directas, derrochaba dinamismo y sabía comunicar.
En los meses siguientes arreciaron el cruce de descalificaciones entre Yeltsin y Gorbachov (el primero llamó “dictador” al segundo, y éste, merecidamente o no, lo tachó a su vez de “derechista” y “neobolchevique”) y la guerra de leyes entre las instituciones de la RSFSR y la URSS.
Éstas produjeron particular perturbación por las iniciativas de Yeltsin para impedir la represión de los nacionalistas bálticos y crear unas fuerzas armadas sólo obedientes a Rusia, masivas manifestaciones populares de apoyo a uno y otro bando inclusive.
Al comenzar marzo de 1991, la ruptura entre los dos centros de poder de Moscú parecía total y definitiva; pero tras proponer la creación de un partido fuerte de oposición al PCUS, Yeltsin aprovechó el referéndum del 17 de marzo en toda la URSS sobre el proyecto de una Unión renovada elaborado por Gorbachov para añadir una pregunta en la RSFSR sobre la creación del cargo de presidente de la República elegido por sufragio universal.
Los votantes de Rusia aprobaron ambas cuestiones en un 71,3% y en un 69,9 % de los votos respectivamente, con lo que sus dos patrocinadores se sintieron vindicados.
Este resultado abrió la puerta a un nuevo acercamiento y el 23 de abril, apenas un mes después de que superara en el Soviet Supremo ruso una moción de censura planteada por la mayoría de diputados comunistas.
Ocurrió tres semanas después de que el Congreso de Diputados Populares de Rusia (CDPR) le concediera poderes extraordinarios, cuando Yeltsin y los presidentes de otras ocho repúblicas adoptaron con Gorbachov en Novo Ogarevo un pacto inaplazable y necesario denominado 9+1.
Se comprometían a firmar cuanto antes un nuevo Tratado de la Unión que tendría que reescribir las relaciones entre el Centro y las repúblicas, y la primera ganancia para el Gobierno ruso fue la transferencia por el soviético del control sobre las minas de carbón de Siberia.
Estos acontecimientos corrían paralelamente a una nueva ola de huelgas en demanda de una mayor participación de los trabajadores en los beneficios económicos.
El Novo Ogarevo significó un nuevo bandazo de Gorbachov, que esta vez se aproximó a los yeltsinistas y al campo de las reformas más progresistas a cambio de una “colaboración constructiva” para superar la gravísima crisis del Estado soviético, con una economía por la cuesta de abajo y los nacionalismos periféricos desgarrándolo dramáticamente.
El 12 de junio Yeltsin ganó las primeras elecciones presidenciales directas en Rusia con el 57,3% de los votos frente a un elenco multicolor de contrincantes encabezado por el primer ministro soviético hasta enero, Nikolai Ryzhkov, candidato del PCR y ubicado en el centro-derecha del PCUS.
Los apoyos incondicionales de la formación Rusia Democrática (RD, protopartido de signo radicalmente liberal y reformista liderado por Afanásiev y Nikolai Travkin, y que gozaba de una moderada mayoría en el Soviet Supremo republicano) y de los alcaldes Popov en Moscú y Anatoli Sobchak en Leningrado.
Ambos fueron revalidados con mayorías masivas e hicieron posible este contundente respaldo en las urnas, que en la primera capital se tradujo en un arrollador 72% de los sufragios, mostrando así que el anterior régimen ya estaba fuera de un ámbito histórico que había pasado a mejor vida.