OTRAS INQUISICIONES: Esplendor y ocaso de los grandes cines

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Por Pablo Cabañas Díaz

En las décadas de 1980 y 1990, la Ciudad de México vivió el último gran acto de una época dorada para sus cines emblemáticos, aquellos templos de luz que reunían a familias, cinéfilos y curiosos bajo marquesinas luminosas y aromas de palomitas recién hechas. Lugares como el Cine Roble, el Latino, el Chapultepec, el Palacio Chino, el Cosmos y el Dorado 70 no solo proyectaban películas: eran centros culturales donde se vivía el cine como un evento social y artístico de primer orden.

El cierre de salas legendarias como el Cine Roble —con su arquitectura modernista y estrenos de gala—, el Latino en Paseo de la Reforma, y el Chapultepec enfrente del edificio del Seguro Social marcó el inicio de una transformación urbana y cultural. Estos cines sucumbieron ante el avance de los multicinemas, la inseguridad, la competencia de nuevos formatos de entretenimiento y el abandono institucional. Muchos de estos espacios fueron demolidos o reconvertidos en comercios genéricos, perdiéndose así parte de la memoria viva de la ciudad.

Imaginen, si quieren, una tarde cualquiera en el Cine Latino, con su imponente fachada mirándose en el reflejo de Paseo de la Reforma. La majestuosidad de su vestíbulo, que daba la bienvenida a multitudes ansiosas por una función que prometía magia y escape. En las butacas, se compartían risas, suspiros y, a veces, lágrimas, mientras la gran pantalla desplegaba historias de mundos lejanos.

El Cine Chapultepec, por su parte, era un refugio en la efervescente Colonia Cuauhtémoc, donde las oficines importantes del gobierno federal y de la inicitiativa privada tenían sus sedes. Su ubicación estratégica lo convertía en el epicentro de encuentros sociales, donde la vida nocturna de la ciudad vibraba en cada función. Las filas para entrar se extendían como serpientes de personas deseosas de ser parte de un espectáculo que, en realidad, comenzaba desde el momento en que se cruzaba el umbral de sus puertas.

Estos cines fueron testigos de una era donde el cine no solo era entretenimiento, sino una experiencia compartida, un ritual urbano que conectaba a una comunidad diversa bajo el manto de la oscuridad y el parpadeo de un proyector. La historia de estos cines permanece como un eco de un tiempo donde el cine era una celebración comunitaria, un reflejo de una ciudad

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