Fernando Irala
Por si algún elemento de complicación faltase en la por momentos áspera relación de nuestro país con Estados Unidos, el resurgimiento de la plaga del gusano barrenador en el ganado mexicano ha derivado en la prohibición de la exportación de reses con destino al mercado de aquella nación, y en una crisis de la ganadería nacional, que enfrentará pérdidas millonarias si esta situación se prolonga.
Según las cifras oficiales, México exporta cada año al país vecino más de un millón 400 mil cabezas de ganado en pie, lo que da a los productores un ingreso de unos mil 400 millones de dólares. Eso, mientras haya exportación. Pero a partir de este fin de semana está suspendida.
En realidad, el problema lleva ya varios meses incubándose, aunque en vez de resolverse pareciera ir en crecimiento.
La plaga del gusano, originada por los huevecillos de una especie de mosca, llevaba erradicada en la región desde 1991, hace más de treinta años.
Las larvas de la mosca se alojan y desarrollan en el tejido vivo de los animales de sangre caliente, por lo que cualquier herida superficial es un espacio ideal para su crecimiento, donde generan infecciones que en pocos días causan la muerte del ganado enfermo.
Los nuevos brotes de este mal en la región tuvieron lugar en Panamá en 2023, y el año pasado se detectó su presencia en Guatemala. Un caso en Chiapas en noviembre disparó las alarmas, y generó el cierre de la frontera norteamericana para comercio de reses en ese mismo mes.
En febrero de 2025 se llegó a un acuerdo entre ambas naciones que permitió la reanudación de las exportaciones con previos controles sanitarios y restricciones en el número de piezas. Pero apenas tres meses después ese acuerdo se ha caído y se ha llegado a un nuevo veto para el ganado mexicano.
La razón es simple, los casos siguen aumentando en los rebaños, e incluso se han documentado ya en seres humanos en el sureste del país un par de contagios de la enfermedad, que los médicos llaman miasis.
Mientras tanto, el diálogo entre los gobiernos no ha avanzado en buenos términos.
De aquel lado se quejan de que México no hace los esfuerzos suficientes para el combate a la plaga, que no quiere autorizar la fumigación continúa por aviones estadounidenses, sino que se pretende limitarla a seis días de la semana, lo que rompe y minimiza el impacto sanitario, y que en el extremo se les quieren cobrar impuestos a la importación de piezas para el mantenimiento de las unidades aéreas.
Del lado mexicano, no lo va usted a creer, pero consta en los medios, se ha dicho que los requerimientos norteamericanos son excesos, que las acusaciones son parte de una campaña negativa, que aquí hay colaboración pero no subordinación, y que no somos piñata de nadie.
A ver cómo se ponen de acuerdo.
Sólo como anécdota al paso, la estrategia más eficaz de combate al barrenador ha sido la producción de moscas estériles, que son liberadas en las zonas ganaderas, con lo que se bloquea la reproducción de los insectos y se corta el ciclo de la enfermedad.
Pero luego de la erradicación de 1991, en México simplemente se cerraron y desmontaron las exitosas plantas productoras de moscas irradiadas en el sureste. Hoy ya no existen. Ahora dependemos de la importación desde Panamá, y del apoyo norteamericano, aunque el tema se ha vuelto una especie de amor apache.