J. I. Chávez García confundió Revolución con bandidaje

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Luis Alberto García Aguirre / Pátzcuaro, Mich.

*Torturar, matar, mutilar y quemar, sellos de un personaje.
*Asesinatos al ritmo y compás de la Caballería Rusticana.
*Gustoso, el jefe daba libre licencia libre para matar.
*El actual presente de México se parece a ese pasado.

La deplorable y atroz situación de inseguridad que se padece en México, parece seguir el patrón de lo que ocurrió en años posteriores a los primeros días de la Revolución y al asesinato de Francisco I. Madero, cuando el Estado mexicano prácticamente desapareció.
Hace más de cien años, el llamado “Atila de Michoacán”, José Inés Chávez García (1889-1918), que había hecho sus primeras armas bajo el mando de Joaquín Amaro y pretendía ser general de Francisco Villa, se dedicó a torturar, violar, asesinar, secuestrar, matando, mutilando y quemando vivas a sus víctimas y destruir sus pueblos y propiedades.
No hubo lugares habitados que pretendieran resistirse, porque su legión de demonios a caballo acababa con ellos, como pasó en Apatzingán, Cotija, Degollado, Paracho, San José de Gracia, Cuitzeo, Pátzcuaro, Tacámbaro y muchas más poblaciones que, por sus órdenes, quedaron parcial o totalmente desaparecidos.
Los que se entregaban se salvaban del incendio; pero otros habitantes no escapaban de la violencia de los chavistas a los cuales su jefe daba licencia para matar, y su crueldad sádica y espectacular iba acompañada por la música tocada por una banda que ejecutaba hasta la Caballería Rusticana, sin descansar antes de que terminaran las masacres consabidas.
En Pátzcuaro y los demás pueblos mencionados de Michoacán y Guanajuato, en sus plazas y templos religiosos era habitual ver colgados, apuñalados lentamente, fusilados en el mejor de los casos, en tanto el destino de las niñas y de las mujeres es mejor ni recordarlo.
Las autoridades nunca pudieron con él hasta que una epidemia mortífera y arrasadora acabó con él en Purépero; pero la plaga chavista sólo duró tres años, hasta que la gripe o influenza española acabó con José Inés Chávez García en noviembre de 1918.
Personaje casi olvidado, ha dado lugar a preguntarse la razón de evocarlo, sin que se trate de conmemorar el centenario de la masacre y destrucción del pueblo de Degollado, Jalisco, luego reconstruido con el nombre de La Resurrección y Pueblo Nuevo.
Sin embargo, sí se trata de exhibir a esos temibles matones y verdugos con los que se había hundido México hasta llegar a un presente que se parece a ese pasado, en medio de la inseguridad imparable y la violencia mortífera.
En las tres primeras décadas del siglo anterior fue cuando muchos dizque revolucionarios, que no compartían para nada la mística de la Revolución, revelaron su naturaleza criminal, con o sin la máscara y los ideales del villismo , el zapatismo o el carrancismo.
Más terrífico aún, es el hecho de que los bandidos de la época del movimiento armado detonado a fines de 1910, igual que en los años presentes de los llamados cárteles o “crimen organizado”, tuvieron y tienen cierta base social.
José Inés Chávez García tenía a su favor, como Pedro Zamora -quien actuó con la misma perversidad, crueldad y vesanía en Jalisco en la misma época-, innumerables espías que hoy en día se llaman “halcones”, y es por eso que el escritor Ramón Rubín en su “Pedro Zamora, Historia de un violador”, editado en 1983, dice que esa gente dejó una estela de dolor y de vergüenza.
Su participación en esas tropelías criminales parecía llevar por exclusiva finalidad el homicidio, el atropello, el saqueo, el secuestro, el plagio y el estupro en la más clara versión del bandidaje, y a estas alturas aún hay quienes preguntan por qué los apoyaron y apoyan en los pueblos.
Los bandidos de 1810 y 1820, los de 1914 y 1920, y los actuales no necesitaban de la leva para reclutar a sus sicarios y matones, porque estos no pertenecen únicamente a las clases más pobres e ignorantes de la población, llenas de resentimiento que explican su crueldad.
En tan lejanos tiempos, por esos malvivientes siempre afrontaron las hazañas más temerarias, y por esos tomaron las armas, no siempre en nombre de la justicia, sino para hacerse ricos indebidamente, a sabiendas de que -como era antes- tenían o tienen una esperanza de vida de pocos años.
José Inés Chávez García ordenó, participó y consumó aquellas orgías de saqueos y violaciones, mutilando y asesinando despiadadamente a las personas que él y sus matarifes tuvieran enfrente, sin consideración ni con Dios Padre.

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