El oceánico Talón de Aquiles
José Luis Camacho.- México arrastra un oceánico Talón de Aquiles a lo largo de toda su historia del siglo XX y ahora en parte del siglo XXI. Su tendón más fuerte como es su fuerza de trabajo es a la vez su fortaleza y su debilidad en su relación con los Estados Unidos, una relación que navega entre la dominación y la reivindicación del respeto a nuestra soberanía.
Por un lado ha sido su fortaleza por las remesas que envían los trabajadores y trabajadoras de origen mexicano que alivian las precarias economías de sus familias y por otro lado una obscena debilidad para el Estado Mexicano, una forma de evadir sus facultades de responsabilidad inherentes con un desarrollo social y económico capaz de garantizar para toda la población trabajadora empleos dignos y decentes.
Los migrantes mexicanos no cruzan la frontera del norte del país ni siquiera para buscar el sueño americano, lo han hecho para una vida menos hostil e ingrata, huyen de una vida menos sórdida para darle a sus familias formas de vida de sobrevivencia. Ha sido así la vida de millones de mexicanos y mexicanas al cruzar la frontera en las condiciones impuestas por los coyotajes impunes que han gobernado la frontera norte de México.
A diferencia de otros mandatos presidenciales, a la presidenta Claudia Sheinbaum, se le ha escuchado decir que la migración de la mano de obra mexicana hacia los Estados Unidos ha sido por necesidad. Ya no son héroes como llegó a escucharse en el discurso presidencial de Andrés Manuel López Obrador.
Y si ha sido heroica sería porque es una migración de mano barata porque como dijo Laura Vázquez Maggio, profesora de la Facultad de Economía de la UNAM en una mesa de trabajo sobre las migraciones, realizan “trabajos mal pagados, difíciles, riesgosos, sucios, sin prestaciones, que típicamente los nacionales no quieren hacer”.
Para esta académica universitaria de los cerca de los 50 millones de migrantes en Estados Unidos, unos 11 millones nacieron en México y tres o cuatro millones no tienen documentos migratorios regulares. Y de esos 11 millones de origen mexicano, 8 millones están ocupados en las tareas más duras de la economía norteamericana de la construcción, limpieza, agropecuarias, servicios y preparación de alimentos.
A diferencia de la economía china, durante el periodo neoliberal, México desaprovechó la oportunidad de insertarse en el desarrollo de la economía global. En 1997, James D. Wolfensohn, presidente del Banco Mundial, en un discurso de gobernadores en Hong Kong, llegó a sorprenderse del “éxito logrado por China” al que calificó de notable. “Apenas en la generación anterior, ocho de cada diez habitantes se ganaban la vida a duras penas labrando la tierra por menos de un dólar al día. Uno de cada tres adultos no sabía leer ni escribir”, decía Wolfensohn.
En su discurso el presidente en esa etapa del Banco Mundial se sorprendía de que en ese año “doscientos millones de personas han salido de la pobreza absoluta y menos de cada diez persona es analfabeta”. China se convirtió en el principal prestatario y uno de los accionistas “más preciados ya que habita más de la cuarta parte de los destinatarios de nuestros servicios”, destacó en ese mismo momento Wolfensohn.
Los líderes chinos supieron adelantarse al futuro y conservando sus formas de gobierno al grado de que hoy son la economía mundial que ha puesto de cabeza a la administración de Trump, mientras México lidia angustiosamente con la imposición de aranceles a pesar de haber signado un nuevo tratado de libre comercio con su gobierno desde su primer mandato.
Por qué México no logró aprovechar como China ese milagro económico cuando desde las administraciones presidenciales de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto fueron sumisos entreguistas de la economía neoliberal impuestas por el Consenso de Washington, de convertir al Estado mexicano en un simple empleado del capitalismo foráneo.
Sobre todo cuando dos de los presidentes mexicanos, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, fueron reeducados por medio del proyecto Camelot en universidades norteamericanas afines a la economía neoliberal, como también los llamados “Chicago Boys”; tanto que Zedillo es ahora uno de sus más fieles esclavos de su servidumbre intelectual.
La presidenta Sheinbaum ha descrito brevemente algunos de los rasgos de ese periodo de la vida de México, que dibuja nuestra tragedia cuando el Estado mexicano se desmanteló y dejó de ser el rector de la Economía y reconvirtió su tarea esencial en un simple burócrata de los dictados del Consenso de Washington.
Una dura etapa, como mencionó la egresada de la Facultad de Ciencias de la UNAM ahora inquilina de Palacio Nacional, cuando se registró la mayor expulsión de mexicanos a Estados Unidos y se desmantelaron empresas públicas estratégicas para el desarrollo de la nación. Fertimex era una de las empresa públicas que producía los fertilizantes para el agro. Igual destino la completa privatización de Teléfonos de México y la venta de los ferrocarriles, que habían sido el símbolo político de la Revolución mexicana al mismo tiempo de reducir el papel público de Petróleos Mexicanos y de la Comisión Federal de Electricidad.
En este gobierno pueden haber propósitos de recuperar la pérdida de la rectoría del Estado Mexicano, que pueden devolverle su capacidad de soberanía y dignidad al crear y ser aprobado en la Cámara de Diputados un marco jurídico nacional en materia energética dirigido a reducir la dependencia del sector privado en esas empresas del Estado. Sobre todo al otorgarles una personalidad jurídica de empresas públicas, organismos que fueron los principales objetivos de las privatizaciones neoliberales en caliente.
Sin embargo, la economía mexicana no deja de ser aún débil en su Talón de Aquiles al seguir apostando a la inversión extranjera en la creación de empleos por empresas como Home Mart o Netflix.
Lo deseable es que la misión del Plan México coloque por encima de la volátil inversión extranjera el fortalecimiento del mercado interno y la promoción de la producción nacional; disminuya las importaciones; se puedan crear empleos bien remunerados en el terreno de las manufacturas y de servicios; se promuevan polos de desarrollo en diferentes zonas del país; se fortalezca el desarrollo tecnológico y la innovación junto con ampliar el acceso a la educación media y superior como señala el mismo y ambicioso ese plan de desarrollo nacional que bien puede definirse como un enfoque de un actualizado y congruente de un nuevo Estado Rector den México.
Es una misión que no deja de estar cuesta arriba al buscar colocar la economía mexicana en el Top 10 de las economías mundiales, crecer 15 por ciento de contenido nacional; desarrollar industrias como la farmacéutica; crear millón y medio de empleos adicionales en manufactura especializada y sectores estratégicos y sobre todo disminuir la pobreza y la desigualdad, fuentes de las migraciones de la mano de obra barata a Estados Unidos.
Si este plan de la presidenta Sheinbaum lo logra, con esa cabeza de científica con la que actúa, nuestro Talón de Aquiles dejará de doler al pisar y doblar las rodillas; y el país podrá andar, correr y saltar los muros de aranceles y cualquier otro de Trump. Y con ello hablar de verdadero respeto y de iguales.