martes, febrero 11, 2025

NENA… homenaje a la vida

Por: Rafael Serrano

La tristeza es un pesimismo con tendencia al llanto. Surge de los acontecimientos nefastos y más si esos están cubiertos por la muerte. Pero, para consuelo, dicen, la tristeza trae en su alforja una luz débil que permite afrontar las contrariedades, los avatares, las vicisitudes de la vida y asimilar las pérdidas, una sanación. Tal vez este relato de homenaje a Nena, mi perra indómita, sea excéntrico; producto de las obsesiones de un obnubilado animalista. Pero tiene una doble intención: por un lado, aliviar mi tristeza haciendo que el sentimiento hable y por otro lado, ofrecer una parábola sobre lo que significa vivir y luchar por existir, sobre todo siguiendo la sentencia de nuestro Nezahualcoytl: solo un breve instante aquí. Dos vías de sanación.

NENA en su cerro… en el Valle Sagrado

Hace unos días murió mi perra Nena. Habíamos perdido la batalla contra un cáncer que le devoró la piel. Ella luchó con nosotros (Margarita y yo) y no quería irse, aunque los dolores eran implacables; hasta el último día antes de la eutanasia siguió defendiendo su territorio y encabezando a su manada; a su manera nos protegía. Una guerrera o un corazón valiente. Leal a carta cabal. Nos enseñó a luchar y no desistir. Era una perra mestiza, hermosa, hija del abandono; tuvo varias camadas, peleó en las calles hostiles de Oaxaca y cuando llegamos a vivir al Cerro del Crestón la adoptamos; a ella y a cuatro de sus críos que nos hicieron animalistas radicales. Cuando murió Nena nuestras almas se llenaron de tristeza y sus críos, ya adultos (2 de 4 que le sobrevivieron), se reunieron en torno a la jefa indomable, sin habla pero ahí presentes ante el espectáculo de la soledad y el silencio. Nos sentimos tristes, desarticulados, rotos. La muerte es implacable, es una daga que corta el viento y hiere profundo.

Nena y sus críos

Para no abandonarnos en la nada existencial usamos la comprensión/compasión que encierran los relatos míticos. Los vikingos, al morir, se enterraban donde sus perros yacían para que los acompañaran al Valhalla, donde el gran dogo Garm guardaba las puertas del inframundo. Los perros eran los mediadores entre el reino de la vida y el reino de la muerte. Aquí, en México, la tradición originaria nos cuenta que los perros ven muy bien de noche a las almas y cuando éstas se separan del cuerpo lo anuncian ladrando y aullando. Cuando uno muere, nuestros perros guiarán a nuestras almas al territorio de la eternidad, al Mictlán. Vendrán por sus amos buenos para guiarlos al lugar de los muertos. Ya lo decía Juan Rulfo cuando caminaba cargando a su hijo moribundo… ya llegamos, “…no oyes ladrar a los perros…” Los chuchos anuncian, advierten y acompañan, son seres superiores.

En estos años de vivir en el valle sagrado de Oaxaca hemos visto como nuestra lucha contra el maltrato animal es una labor incansable y a veces inútil. Hay miles de perros muriéndose en las calles, abandonados, hambreados, golpeados y otros miles de mascotas maltratadas por amos que no entienden que los animales son seres vivos que les duele vivir sin comida, en condiciones infames y con enfermedades algunas espantosas; no entienden que los animales también sufren por el abandono y el maltrato que es violencia pura y llana. Se dirá, hay también mucho dolor entre los humanos, maltrato, violencia y abandono. Cierto: en ambos casos hay una relación estrecha y dependiente. Si hay maltrato animal hay maltrato humano y viceversa; atrás de un perro o gato abandonado o maltrecho en una casa hay un generador de violencia actuando. Por supuesto hay gente bondadosa también. Mi perra Nena era de esa estirpe de perros mestizos rescatados de la miseria humana, sobrevivientes de la crueldad y la indiferencia. Rescatada, nos devolvió una fidelidad absoluta y nos acompañó “defendiendo” nuestra casa, nuestro territorio.

Hemos tenido muchos duelos perrunos en los pocos años que tenemos aquí en el Valle: Pitaya, Nenita, Ronda, Maruca, Chinita, Lobo grande, la Muñeca, Osa, el Inge, Lorenzo…; y los muchos rescatados que no se salvaron, los abandonados, los perdidos y tal vez cientos, miles que son innombrables … Sirva este homenaje también para ellos y los que vienen sin la oportunidad de llorarlos.

Las obligaciones morales hacia los animales

El etólogo Konrad Lorenz nos muestra que la lealtad animal no es poca cosa. Es un legado de la evolución, cuyo principio no es la sobrevivencia del más fuerte sino la colaboración y la amistad; una fraternidad que está ligada a la asociación, a un “yo colectivo”, a un “nos-otros” que le llamamos sociedad. El antropocentrismo niega este principio. La relación con los animales refleja, sin contaminaciones ideológicas, que la fidelidad es un rasgo superior de la sobrevivencia. Como dice Lorenz: “el animal está privado de todo derecho, no solo de acuerdo a la ley, sino también por lo que respecta a la sensibilidad de muchos seres humanos”. La fidelidad canina no es un cliché es una virtud profunda hundida en la evolución de la vida, es el cimiento de la amistad y de la fraternidad que refiere a la “disposición a hacer un gran sacrificio sin pensar en una recompensa o beneficio propio”. Lorenz nos dice que en su relación con sus perros siempre fue segundo en eso de amar más que al otro: “Se exactamente lo que digo y no me siento culpable, al hablar así de un antropomorfismo sentimentaloide. Ni siquiera el más noble afecto humano procede de la razón y de una moral específicamente humana, sino de estratos mucho más profundos, ancestrales, puramente emotivos, por lo mismo, instintivos”. Los animales sociales más evolucionados tienen el mismo corazón que los humanos y alcanza cotas muy altas: “El hecho simple de que mi perro me quiera más que yo a él constituye una realidad innegable que cada vez que pienso en ella, me avergüenzo. El perro esta dispuesto a dar su vida por mi. ¿Y yo?” Apelando a Nietzsche aprender la lección: “Nunca pondrás nada en el corazón de los demás sino lo tienes en el tuyo”.

Estamos obligados como los perros a ser fraternos y amorosos. Recordar que no somos sino a través de los demás: “¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?, ¿cuándo somos de veras lo que somos?, bien mirado no somos, nunca somos a solas sino vértigo y vacío, muecas en el espejo, horror y vómito, nunca la vida es nuestra, es de los otros, la vida no es de nadie, ¿todos somos la vida? pan de sol para los otros, ¿los otros todos que nosotros somos?” (Octavio Paz). Nuestros amores son pan de sol y los perros son soles perpetuos.

Margarita me escribió este epitafio:

Roto
No, no estás triste
No, no es tener el corazón roto
Es estar roto, completo, de cuerpo entero
Te atravesó el dolor por todo el cuerpo y te dejó roto,
en pedazos que parecen tuyos, pero ya no son tú,
son tus pedazos
Roto de irreparable
Como la rama rota
El vaso roto
La perra muerta
La casa vacía
Roto, no triste…

 

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