Pablo Cabañas Díaz
David Herbert Richards Lawrence (
Lawrence encontró en México el país que podía hacer realidad uno de los anhelos más importantes de su vida: comprar un rancho y construir una especie de comuna, en la que él, su esposa y sus amigos más cercanos pudieran vivir de una manera creadora y libres de la racionalidad opresiva, el afán técnico y la obsesión por el progreso que habían devorado a Europa. Ese proyecto logró realizarlo no en la vida, sino en una novela: La serpiente emplumada.
El crítico literario Emmanuel Carballo, señala al respecto: México […] solo fue en la vida y la obra de Lawrence un pretexto de evasión y búsqueda. Sus tres viajes a México -comprendidos entre 1923 y 1925-, pueden catalogarse como simples excusas que un hombre iluminado se da a sí mismo para buscar en un país, que él considera primitivo, argumentos que comprueben sus tesis acerca del triunfo de la sangre sobre la razón, de los instintos sobre la inteligencia y del sexo sobre la enajenación. Lawrence viajó a México con un solo propósito, el de encontrar aquí el paraíso perdido, y como no pudo encontrarlo se dejó ganar por la exasperación y el odio, aunque también, ante ciertos hechos y personas, por el amor y la ternura .
Ronald G. Walker, en un libro sobre los escritores ingleses en México y que devela en el título precisamente esa contradicción: Paraíso infernal, afirma:
“México es presentado como una tierra saturada de muerte: la política, el arte, las fiestas y las demás costumbres sociales, los rituales religiosos antiguos y modernos, el paisaje mismo: todo esto se siente como una manifestación de una subyacente, endémica fijación con la muerte en México”.
Lo que Lawrence nos dejó de México y el mexicano, en La serpiente emplumada es que la crueldad del mexicano salta a la vista del lector. La novela inicia con la descripción de una corrida de toros. Una de las primeras cosas que hace Lawrence al llegar a la ciudad de México es asistir a una corrida de toros. No saben lo que van a encontrar allí, pero viene decidido a conocer el país en sus más profundas raíces populares. La impresión que esa fiesta le produce es tan fuerte que el viajero inglés decide abrir su novela precisamente con esa imagen en la que se junta la crueldad y el entusiasmo, la fascinación y el asco.