lunes, enero 20, 2025

La piedra de Sísifo

Los dilemas de México ante Trump: soberanía o traspatio

Por José Luis Camacho López

Las relaciones con Estados Unidos, la más importante para nuestro país   desde que llegó al México independiente al primer procónsul Joel Roberto Poinsett en los años de 1822 y 1824, han oscilado entre la soberanía o el traspatio.

Poinsett, norteamericano de origen francés,  un diputado disfrazado de agente secreto, tuvo la misión   encargada por el presidente James Monroe, de ser el pregonero de  la doctrina  del nuevo imperio:  señalar  y marcar las fronteras de su traspatio  hasta la Patagonia.

Desde esa época del siglo XIX  con la Doctrina Monroe,  “América para los americanos” se adjudicó la frase de traspatio o patio trasero para todas las nacientes naciones de la región sur del continente de Latinoamérica y del  Caribe.

El  arribo del hablantín y ponzoñoso  empresario  Donald Trump  a otro mandato de cuatro años en la Casa Blanca este 21 de enero,  ha desatado un oscuro torbellino de temores para México, festejados por aquellos descendientes de los polkos mexicanos en plena invasión militar norteamericana en 1847 que cercenó al país. Los mensajes de Trump recuperan la Doctrina Monroe junto con la del  Destino Manifiesto, la guía que ilumina la supremacía de su fe expansionista colonialista e imperialista.

La misión de Key Salazar, el anterior procónsul del gobierno del demócrata Joe  Biden, recorrió  la misma ruta sembrada por Poinsett. Cada procónsul lo ha hecho  con sus propios de matices personales, algunos tan delirantes y paranoicos  como Henry Lane Wilson  o  el actor de Pedro Páramo,  John Gavin;  o tan sinuosos y oscuros como John Dimitri Negroponte, un refinado,   opaco  halcón en la etapa del Irán-Contra para suministrar armas a los contras nicas tras el triunfo de los sandinistas en 1979.  

La misma misión habrá de llevar a cabo otro halcón nombrado anticipadamente por Trump:  Ronald D. Johnson, un militar y agente del espionaje de la Central de Inteligencia Americana, mejor conocida por sus siglas de la CIA, que ya en El Salvador probó u capacidad de dominio e influenza en el sumiso gobierno del empresario Nayib Bukele.

Trump dijo en uno de sus previos mensajes amenazantes por la red social Truth que Ron trabajaría “en estrecha colaboración con nuestro gran candidato a Secretario de Estado, Marco Rubio, para promover la seguridad y la prosperidad de nuestra nación a través de políticas exteriores sólidas que prioricen el tema de Estados Unidos”.

 

 

Todos los procónsules imperiales en México cumplen al pie de la letra el fondo aunque con diferente forma la antigua Doctrina Monroe y su fanático instrumento religioso del Destino Manifiesto; todos los representantes de Washington, republicanos o demócratas han estado cortados por la misma tijera de Poinsett, cada cual con su estilo, pero igualmente intervencionistas en todos los asuntos internos del Estado Mexicano.

El nuevo emperador de Washington amenaza con una masiva expulsión de trabajadores inmigrantes de origen mexicano y latino; catalogar de terroristas a los grupos del crimen organizado dedicados al narcotráfico para justificar una intervención más abierta que la de sus agentes de la DEA y de la CIA; aumentar las tarifas de los aranceles de productos mexicanos hechos en el país.

 Trump advierte al gobierno mexicano de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo que  debe  frenar las caravanas de los más desgraciados de los países del sur del continente que cruzan el río Suchiate en busca del sueño americano  y exterminar el narcotráfico, principalmente el fentanilo, la principal droga  responsable de la muerte de cientos de miles de adictos estadunidenses.

Difícil tareas cuando el origen de esos conflictos están en la política de bárbara explotación  de los recursos del sur del Río Bravo  que solamente han ahondado la pobreza de países como los centroamericanos y de un consumo descomunal de drogas de la propia población estadunidense.

En México se ha desatado un grotesco espectáculo de pánico político mediático sin reparar que la historia de las relaciones entre nuestro país y el imperio del norte de nuestra frontera del río Bravo es una memoria viva. El territorio mexicano no ha dejado de ser útil a los  intereses geoeconómicos y geopolíticos desde  el arribo de Poinsett con apenas unos meses del México independiente de la corona española.

El presidente Ronald Reagan (1981-1989) aborrecía a México, repetía que  era su traspatio. Un feroz anticomunista junto con la primer ministra británica Margaret Tatcher y Karol Wojtyla, el jefe político de la Iglesia de Roma,  inauguraron  la nueva era del neoliberalismo político y económico en el orbe. Crearon su llamada Doctrina para Democracia con la que  derribaron  el muro de Berlín;  enterraron   el imperio soviético e impusieron la doctrina de la geoeconomía que en México sustituyó a un  remedo de Estado benefactor surgido del régimen del partido de la ideología demagógica de la Revolución mexicana,  que jamás logró convertir al país en una nación capaz de resolver uno de los detonantes del movimiento armado de 1910:  la  insondable desigualdad social y por tanto asegurar a cada familia mexicana un digno bienestar social.

De ahí que miles de trabajadores  mexicanos y sus familias mexicanas emigraran cada año en busca de un destino menos sórdido hacia la tierra del mundo feliz del sueño americano, a realizar  otras tareas laborales que,  llegó a ser parte del discurso hegemónico de la ultraderecha norteamericana,  no las hacían ni la población afrodescendiente norteamericana.

Las remesas que hasta los gobiernos del PRI ocupaban el tercer rango después de los ingresos del turismo y del petróleo,  hoy ocupan el primero sitio en los ingresos del país, son producto de esa ominosa sumisión  desde el siglo XIX, acrecentada en el siglo XX  y ahora en el siglo XXI. No es ningún orgullo las remesas como ha cantado la IV Transformación de la República en su primer y segundo piso.

A pesar del desdén, la ventaja de la asimetría entre los dos países, las relaciones mexicanas con su vecino del norte no se rompen como ocurrió en el siglo XIX donde ocurrieron los mayores agravios: el despojo brutal  de sus territorios del norte de Texas, la cruenta invasión de 1847 de una guerra de despojos para completar la anexión de otros territorios hasta California, la de un México en completa desventaja  en medio de las trifulcas entre conservadores y liberales que se disputaban en esos turbios años  la silla presidencia, un espejo lastimoso de lo que han sido las relaciones con Estados Unidos.

No obstante que el tema migratorio de los mexicanos en Estados Unidos, que han aportado al desarrollo y son el eje de la economía norteamericana,  siempre ha sido  el principal tema de confrontación entre Washington y el Estado mexicano. Las cajas de pensamiento de la ultraderecha norteamericana lo usan de estandarte acuerdo a la coyuntura del momento  político  para su consumo populista interno y  anunciar como Trump lo hace ahora que ha llegado un nuevo patrón en el continente y al mundo. Desde el los sesenta del siglo pasado, que se evidenció que México era el trampolín del narcotráfico se ha usado como espada para  acoso migratorio, de expulsar a los millones de trabajadores mexicanos o latinoamericanos que les han servido.

En las últimas décadas la libre entrada de armas por las fronteras del norte del país, causa de a causa del poderío de los grupos mexicanos  de la delincuencia dedicadas al narcotráfico que debilita la capacidad del Estado mexicano de ejercer su dominio de la violencia legítima, sella otra de las facetas intervencionistas y de sumisión a la estrategia cocinada en la Casa Blanca para México.

En noviembre de 2023, en una reunión de representantes mexicanos del gobierno de Vicente Fox con el  secretario de Estado, Colin Powel del gabinete del presidente   George Bush, el tema migratorio  pesaba en la reunión efectuada en la Casa Blanca. A pesar de la afinidad y empatía de los pensadores de la ultraderecha norteamericana  hacia gobierno de Fox, no hubo ningún acuerdo sobre la amenaza de una expulsión de migrantes mexicanos,  que llamaban con un eufemismo:  repatriación de mexicanos. La misión mexicana de alto nivel encabezada por el entonces canciller Ernesto Derbez, salió desencantada.

No hubo ningún acuerdo entre las partes ni calendario para discutirlo. En un arranque Adolfo Aguilar Zinser, representante de México en la ONU, había dicho que México seguía siendo percibido por Estados Unidos como su traspatio por su trato de subordinación. Powel negó que lo fuera y sacó a relucir la misma cantaleta de que México “es socio, vecino, un  gran amigo” y que jamás  trataría a México como un traspatio.

Extrañado al conocer esa descripción de “traspatio”, el presidente Fox se tranquilizó cuando uno de sus funcionarios le aclaró que ya habían otorgado concesiones a compañías norteamericanas al sur de Baja California ( Sempra Energy, Shell, Maraton Oil y El Paso Energy, para que descargaran gas natural licuado (GNL) en depósitos enormes que se instalarían en las costas de Tijuana, Rosarito y Ensenada. Jaime Martínez Veloz lo citó en un artículo en La Jornada publicado el 28 de  noviembre de 2003.

Según narró Martínez Veloz el presidente Fox se sintió aliviado: “México no es ni será el patio trasero de Estados Unidos. Pensar así me ofende. Podremos ser el cuarto de triques, el sótano de máquinas, la bodega de cachivaches, pero traspatio, ¡jamás!

El martes pasado 14 de enero, en la mañanera del pueblo, se anunció que la poderosa empresa Amazon Web Services, que en México  ha sido acusada de malos tratos laborales por sus trabajadores: despidos sin indemnización, obligados a renunciar cuando se enferman, horarios fuera de la ley,  invertiría una fuerte cantidad de  cinco mil millones de dólares, contrataría a unos siete mil trabajadores mexicanos, convertirá a Querétaro en una región digital por su ubicación estratégica y posicionaría  a México “como un modo digital y un líder en América Latina”.

Hoy, seguimos con el mismo dilema: traspatio o soberanía.

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