*El asco produce un terrible efecto de negación en quienes lo padecen. Quieren dejar de ver las fosas clandestinas y los niños desnutridos; necesitan dejar de escuchar los balazos y conocer las cifras reales de lo que cuestan la 4T y su segundo piso; están urgidos de aceptar lo que no es y conformarse con que a pesar de tener Dinamarca a la vuelta de la esquina, sólo pueden sobrevivir gracias a los plásticos del bienestar, pero, sobre todo, están muy, pero muy necesitados de ya no sentir e ignorar que, como dijo Paco Ignacio Taibo II, se las están dejando ir todita y doblada
Gregorio Ortega Molina
La náusea es una sensación física: mareo leve, malestar estomacal, cansancio. Puede aliviarse con el vómito.
Cuando trasciende a una sensación anímica, es porque lo que presenciamos o hacemos en lo social, profesional y familiar, nos disgusta. La descripción es realizada por Jean Paul Sartre en La náusea, el mundo de Antoine Roquentin, personaje cuya vida le parece nauseabunda por la ausencia de estímulos sensoriales e intelectuales. Respira sin vivir. Cree estar vivo, pero dejó de sentirse con el aliento requerido para actuar y ser, en el tiempo.
El asco es un malestar social, puede trascenderse de individual a colectivo, porque quienes lo padecen se descubren inermes ante fuerzas políticas, económicas, sociales y gremiales. Provoca daño anímico, y sólo se alivia cuando se anulan las causas que lo producen: violencia, desaparecidos, traición, pobreza como consecuencia de malas decisiones gubernamentales. Se puede vivir toda una vida asqueado.
Para Aurel Kolnai, en su ensayo Asco, soberbia, odio, “el asco tiene una función epistémico valorativa que el mero desprecio no puede cumplir, y ésa es la de ser la indicación inmediatamente anterior a un evento inmoral que debería ser reprobado. El asco naturalmente no puede ser un juicio definitivo, pero, al menos, es un indicador del juicio moral”.
El asco produce un terrible efecto de negación en quienes lo padecen. Quieren dejar de ver las fosas clandestinas y los niños desnutridos; necesitan dejar de escuchar los balazos y conocer las cifras reales de lo que cuestan la 4T y su segundo piso; están urgidos de aceptar lo que no es y conformarse con sobrevivir gracias a los plásticos del bienestar, pero, sobre todo, están muy, pero muy necesitados de ya no sentir e ignorar que, como dijo Paco Ignacio Taibo II, se las están dejando ir todita y doblada.
La soberbia que produce y acompaña al asco, reside en la tribuna presidencial, actúa cotidianamente, con voz, imagen, redes sociales, cifras irreales porque quienes gobiernan necesitan reinventar la realidad para permanecer en la titularidad del Ejecutivo, y se acompañan del Congreso, donde sus diputados y senadores convierten en inimpugnables las decisiones presidenciales, lo que dota a la doctora Sheinbaum Pardo de la certeza de poseer el don papal de la infalibilidad. Está, ya, en olor de santidad.
Mantener en la anomia que produce el asco, es la acción clave de los programas del bienestar.
Hay más. En El reloj de arena, de Maurice Maeterlinck encuentro la respuesta que nos explica nuestro asco institucional, eterno, perenne: “La humanidad habrá dado un gran paso cuando se haya desembarazado de los políticos. Pero como forzosamente serían otros políticos los que se desembarazarían, en fin de cuentas la humanidad no habrá ganado nada; tal como están las cosas, habría que recomenzar sin cesar”.
Lo terrible es que los políticos de hoy se apresuraron a mimetizarse con los del pasado, y el molde usado los deformó, resultaron peores. ¡Que asco!
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