Miguel Tirado Rasso
mitirasso@yahoo.com.mx
En este mundo al revés, parece que
lo recomendable es hacer lo políticamente
incorrecto para sumar popularidad y,
en ese campo, Trump se pinta solo.
El próximo martes 5 de noviembre le tocará al pueblo norteamericano decidir su futuro político para los próximos cuatro años. Ese día tendrá lugar la jornada electoral para elegir a quién gobernará al, todavía, país más poderoso del planeta. Habría que aclarar, sin embargo, que, de acuerdo a su Constitución, el presidente de esa Nación no es elegido por los votantes de manera directa, si no de manera indirecta, a través de un Colegio Electoral integrado por delegados electorales o compromisarios.
Cada estado de la Unión cuenta con un número determinado de votos, proporcional a su población y equivalente al número de senadores y representantes de la entidad. El total de votos electorales es de 538. La votación se da estado por estado por lo que el voto global no determina al ganador, sino que es la suma de votos electorales de cada estado la que determina quien llega a la Casa Blanca. En todos los estados, a excepción de Maine y Nebraska, el candidato que obtiene la mayoría de votos populares en la entidad, se lleva todos los votos del Colegio Electoral. Así para ganar, el candidato deberá obtener 270 o más, votos electorales.
En este particular sistema de votación, se puede dar el caso que quien gane la mayoría del voto popular, no alcance el número de votos electorales y pierda la elección. Esto ha sucedido 5 veces en la historia de los EUA. Dos en este milenio. En 2000 cuando George W. Bush derrotó a Al Gore, a pesar de que éste lo hubiera superado por medio millón de votos populares. Y en 2016, en la que Donald Trump obtuvo tres millones de votos populares menos que su contrincante Hillary Clinton, pero se quedó con la Presidencia.
En esta ocasión, nuestros vecinos se encuentran enfrascados en una contienda electoral que podríamos calificar de las más accidentadas de su historia, con características muy similares a la elección de hace cuatro años, que para nada son un buen recuerdo. Una vez más, por tercera ocasión, el magnate Donald Trump aspira a la presidencia de su país y, a su estilo, aunque ahora recargado, basa su campaña en mentiras, ataques, amenazas y descalificaciones. El polémico candidato perseguido por la justicia, se pelea con el mundo, en una estrategia que, para colmo, le ha dado resultados.
Y es que, en estos tiempos convulsos. En este mundo al revés, parece que lo recomendable es hacer lo políticamente incorrecto para sumar popularidad y, en ese campo, Trump se pinta solo. El personaje resulta muy atractivo para grandes sectores de la población estadounidense, a pesar de su racismo manifiesto, su abierta xenofobia y su inocultable misoginia.
Sorprendentemente, resulta que muchos de sus fanáticos pertenecen precisamente a los grupos de población que públicamente denosta y desprecia como los afroamericanos, los latinos y las mujeres, cuyos votos son fundamentales para él. El ex presidente ha logrado polarizar a la población de su país con un discurso de odio en el que los buenos son sus seguidores y los malos son el resto de la población (¿Le suena familiar?).
A menos de una semana del día de la elección presidencial, la competencia se encuentra técnicamente empatada. La ventaja que la candidata demócrata Kamala Harris sacó cuando se oficializó su candidatura, no logró sostenerse y el neoyorkino recuperó terreno, con todo y el pesado bagaje de causas penales que carga en contra y que no son menores. El ex presidente se defiende de estas acusaciones alegando que los demócratas utilizan el Departamento de Justicia como arma en su contra porque saben que les va ganando. Los otros datos dicen que Trump es el primer ex presidente de la historia de los EU condenado por un delito grave.
De acuerdo al promedio de las últimas encuestas publicadas por el New York Times, Kamala Harris mantiene una mínima ventaja de un punto porcentual sobre su contrincante (49 % vs 48%). Su menor ventaja desde mediados de agosto. Según este diario, las encuestas estatales no parecen inclinarse a favor de Trump, como sí ha sucedido en las nacionales.
La batalla final parece que tendrá lugar en los llamados estados columpio (Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Nevada Michigan, Pensilvania y Wisconsin). Siete estados en los que, a diferencia de otras entidades en las que históricamente es conocida su inclinación por uno de los dos partidos contendientes, Demócrata o Republicano, por lo que de antemano se conoce el sentido de los votos de sus Delegados Electores, son entidades que no muestran una definición partidista, lo que obliga a los candidatos a intensificar sus campañas en ellas y a dedicarles particular atención en la persecución de su voto.
Por lo pronto, no hay pronósticos sobre el resultado de esta elección, aunque si preocupación y mucha, a nivel mundial, pues un posible triunfo del magnate no significará una buena noticia. En un desplegado publicado en The New York Times, suscrito por 200 profesionales de la salud mental lo declaran no apto para liderazgo y “una amenaza existencial para la democracia… (ante) sus síntomas de trastorno severo e intratable de personalidad maligno-narcisista…”