viernes, noviembre 8, 2024

La Iglesia ortodoxa rusa como residuo del pasado

Rakak B. Kadjieff / Moscú, Rusia

*La Liga de Ateos Militantes difundió su postura por todos los medios.
*Cien mil feligreses perseguidos y victimados por la dictadura estalinista.
*Franklin D. Roosevelt condicionó su apoyo económico y militar a la URSS.
*Nikita Krushchev aplicó medidas represivas en la década de 1950.
*Mijaíl Gorbachov cambió las reglas del juego en la relación Estado-Iglesia.
*La actual jerarquía está alineada al régimen de Vladímir Putin.

Durante las décadas de 1920 y 1930, el Estado soviético continuó con su cruzada contra la Iglesia ortodoxa iniciada años atrás, tratando con dureza extrema las expresiones religiosas, pues según la ley soviética, el culto estaba permitido.
Se autorizaba únicamente eso; pero sin promover las creencias, mientras que la propaganda antirreligiosa era legal y estaba más que extendida, en especial en las zonas rurales, en donde, por tradición ancestral, tenían mayor arraigo
La Liga de Ateos Militantes, fundada en 1925, utilizó todos los medios a su alcance -conferencias, periódicos y películas- para difundir la idea de que la religión “el opio del pueblo”, como la definía Carlos Marx, y un residuo perjudicial del pasado.
En 1941 la Liga contaba con unos 3,5 millones de miembros e iba más más allá de la propaganda: las represiones estalinistas de la década de 1930 persiguieron y se cobraron la vida de cien mil personas vinculadas con casos relacionados con la Iglesia, escribió el ensayista Andréi Béglov.
La Segunda Guerra Mundial cambió la posición de Iósif Stalin respecto a la Iglesia ortodoxa, y en 1943, después de una reunión con miembros leales e importantes de la Iglesia, el dictador permitió elegir un nuevo patriarca, que tuvo apoyo y financiamiento del Estado soviético.
También permitió a los creyentes celebrar la Pascua, la Navidad y otras fiestas, en lo se consideró una concesión de Stalin, quien así volvía a legalizar la ortodoxia religiosa; pero no había sido una epifanía, sino de un calculado análisis de los pros y los contras.
En 1941-1942, el presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt, pidió al dictador que concediera a los ciudadanos soviéticos más libertad religiosa, amenazando con retirar el apoyo económico y militar de Estados Unidos en tiempos de guerra, si el líder soviético no cumplía con lo acordado.
Mientras tanto, los alemanes abrían iglesias en los territorios ocupados después de la invasión de junio de 1941 para ganarse a los fieles ortodoxos, aunque Stalin decidió que sería imprudente socavar la autoridad soviética destruyendo iglesias y sacrificar el ateísmo estatal en aras de la victoria que parecía posible.
Además, Serguius, nuevo patriarca, era totalmente leal y servil a las autoridades del Kremlin: “Demostraremos que el creyente ortodoxo más devoto puede ser un ciudadano leal de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas”, escribió el prelado en su mensaje anual.
El trato con el clero cambió tras la muerte de Stalin en 1953, y el nuevo líder soviético, Nikita Krushchev, llevó a cabo una nueva campaña antirreligiosa entre 1958 y 1965; sin embargo, los tiempos eran menos duros que antes de la guerra.
El historiador Vladislav Tsipin escribió que la nueva ola de represión no causó derramamiento de sangre y apenas hubo arrestos; pero el Estado omnipotente aumentó los impuestos a quienes apoyaban a la Iglesia, aunque la ortodoxia sobrevivió.
Durante las siguientes dos décadas, la Iglesia ortodoxa rusa tuvo poco apoyo; pero tampoco sufrió de represión indiscriminada como en el pasado, y es que los creyentes soviéticos podían ir a la iglesia, aunque estaba mal visto.
Fue Mijaíl Gorbachov -en el poder entre marzo de 1985 y diciembre de 1991- quien cambió las reglas del juego, y aunque fuese ateo, durante su Perestroika permitió que los creyentes realizaran sus rituales litúrgicos.
En 1988, permitió que se realizara una celebración nacional para conmemorar la proximidad del primer milenio de cristianismo en Rusia, y en 1991, su gobierno adoptó una nueva ley sobre la libertad religiosa, que eliminó todas las antiguas restricciones del comunismo soviético.
Se acercaba un nuevo siglo, y con él una nueva era para la Iglesia ortodoxa rusa, cuyos jerarcas se han alineado y aliado al régimen de Vladímir Putin en su cruzada político-religiosa, que muestra la presencia de un neoconservadurismo imposible de creer y asimilar apenas al concluir el siglo XX.

 

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