Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia
*La eliminación de los parientes zaristas empezó en 1918.
*La familia del zar y la duquesa Elizaveta, entre las víctimas.
*Situación caótica, según la versión de Natalia Zikova.
*Aristócratas y otros personajes emprendieron al exilio
*En 1919 ya habían muerto cuatro grandes príncipes.
“Son tiempos en que no existe la piedad”: Julius Mártov.
En el fatídico año de 1918, reciente la victoria revolucionaria en Rusia, al empezar el exterminio de la dinastía Románov, las masacres de la ex familia imperial iniciaron -con consultar a las autoridades de entonces- con la eliminación, entre otros, de la gran duquesa Elizaveta Fiodorovna, hermana de la zarina Alexandra, llamada Alix familiarmente.
Esta versión la ofrece y la explica Natalia Zíkova, historiadora del Instituto Regional de los Urales, con sede en Ekaterinburgo. “Se optó por esa alternativa porque la situación en aquellos momentos era caótica”.
El 18 de julio de 1918, al día siguiente del fusilamiento de la familia imperial, Elizaveta Fiódorovna fue arrojada a una mina cerca de Alapáievsk, y para asegurarse de que acabaron con ella, los milicianos del Sóviet de los Urales lanzaron granadas en su interior.
Después de fusilar al zar, a su esposa, a su hijo Alexei y a sus hijas Olga, Tamara, María y Anastasia Románov, los bolcheviques de Alapáievsk dijeron que los aristócratas habían huido y anunciaron oficialmente que el Ejército Blanco los había “secuestrado usando un avión”.
Mientras que algunos miembros de la familia Romanov murieron en el centro de Rusia, otros fueron asesinados en Petrogrado -la antigua San Petersburgo- por orden del gobierno bolchevique, y para enero de 1919 ya había asesinado a cuatro grandes príncipes, entre ellos el tío de Nicolás II, todos enterrados en una fosa común.
Julius Mártov, un socialista no bolchevique, se enfureció después de la ejecución y escribió en un artículo titulado “¡Qué vergüenza!. Qué infamia!”: “¡Qué infamia tan innecesaria y violenta está golpeando a la Revolución!. Son tiempos en los que no existe la piedad”.
Hubo otros parientes que fueron salvados gracias a la suerte, como Gabriel Konstantínovich Románov, hijo del primo de Nicolás II, quien iba a ser fusilado ejecutado junto con estos cuatro príncipes en San Petersburgo.
Estaba enfermo de tuberculosis y lo salvó su esposa Antonina Nesteróvskaia, que conocía a Maxim Gorki, el escritor simpatizante del movimiento bolchevique, conocido ampliamente por ser amigo personal de Lenin y de otros jerarcas revolucionarios.
Gorki escribió al líder de la Revolución: “Querido Vladímir Ilich. Hazme un pequeño pero noble favor: deja salir de la cárcel al príncipe Gabriel. En primer lugar, es un hombre bueno. En segundo lugar está gravemente enfermo. ¿Por qué convertir en mártires a las personas ?”.
Sin mayores trámites, desde sus oficinas en el Kremlin, Lenin dio órdenes y dejó salir al preso de la cárcel y enviarlo a Europa, a donde se fue a vivir y finalmente a morir en 1955, de modo tal que Gabriel Konstantínovich fue salvado por Maxim Gorki, el segundo mayor poeta de Rusia, después de Alexander Pushkin.
Gabriel no fue, ni mucho menos, el único superviviente, pues entre 1917 y 1918 murieron veinte Románov más de los setenta con los que contaba la antigua familia del zar: el resto llegó a Europa y se estableció allí.
Esto no significó que sus fugas fueran fáciles, y es que muchos salieron de Rusia con las últimas tropas del Ejército Blanco compuesto por los residuos del zarismo en la evacuación de Crimea de 1920, mientras que otros se enfrentaron a dificultades de mayor riesgo.
Otro gran duque, Alexánder Mijaílovich, uno de los nobles que pudo abandonar Rusia, escribió en sus memorias: “Dos de mis parientes deben la vida a una asombrosa coincidencia: el comandante bolchevique que ordenó fusilarlos había sido pintor y uno de ellos había comprado sus cuadros. Así que no pudo matarlos y los ayudó a huir”.
El otro Romanov, según Alexánder, tuvo que huir a pie bajo una nevada indescriptible, llevando a su mujer embarazada a través del hielo del Golfo de Finlandia, y en la actualidad, hay unos treinta descendientes de los Románov en todo el mundo.
Una de ellos, la gran duquesa María Vladímirovna Románova, reside en España y su hijo Gueorgui también, casado con una escritora italiana, en la idea de que, como herederos legítimos, pueden asegurar la descendencia de Nicolás II.
En Madrid, ambos han hablado del rol de la nobleza casi extinta en el mundo actual y de su deseado regreso a Rusia, cuyo presidente, Vladímir Putin los trata bien y hay entendimiento, quien guardadas las distancias, se lleva en buenos términos con ellos; pero sin insinuar siquiera sobre la posibilidad de una restauración monárquica en la increíble nación de sus ancestros.