FRANCISCO RODRÍGUEZ
¿Qué apodos merecen EPN y AMLO?
Hace siete años pregunté aquí ¿qué apodo lo pondrá la Historia a Enrique Peña Nieto? Vale la pena repetir la interrogante ahora que, merced al libro del periodista Mario Maldonado el expresidente vuelve a estar bajo las luminarias de la opinión política.
En México, entre la sorna y la verdad no hay casi línea divisoria. El talento político de nuestra gente es proverbial. Las diferentes maneras en que han apodado a los de Atracomulco es casi infinita. Los adjetivos no alcanzan para englobar tanto horror. Es difícil acomodar un solo remoquete a quién. por justicia, merece casi todos. Falta todavía un último veredicto.
Peña Nieto incurrió en tantos errores de corrupción, entreguismo, ignorancia, sevicia, molicie, rapiña, prevaricato, sangre y masacre que, casi seguro, encontrará a tiempo al sacerdote cívico que le atine, que pueda lograr la hercúlea tarea de sintetizar en un solo mote todos los desperdicios humanos que caracterizan a esta pobre figura.
Es la manera que los mexicanos han elegido para desquitarse en vida de quienes le han hecho tanto daño. El subterfugio anónimo que sintetiza el repudio, la rabia y el resentimiento por la constante violación a su dignidad, valor personal e integridad, asesinada por la crueldad de la ambición desenfrenada.
El pueblo debe cobrarse la afrenta de la tolucopachucracia que se empeñó en arrasar con todas sus instituciones de un plumazo, por el perverso empeño de enriquecerse a velocidad turbo medrando a sus costillas. Tolucos y pachuquitas –léanse apellidos como Miranda, Osorio Chong, Nuño y, claro, Videgaray– son la especie antropófaga que vive y disfruta riquezas incalculables, producto de la miseria de la gente.
Así como hay personas respetables, casi siempre habitantes de las zonas vulnerables que viven de la basura, así existen los toluquitas, la basura que vive de la gente, como lo retrata magistralmente un meme que circuló por todas las redes digitales. Se trata. más que de una ocurrencia, de un auténtico homenaje a la resistencia.
Porque parece que esos infames años del llamado sexenio peñista, los mexicanos nos especializamos en recoger basura, para acumularla y empoderarla. Una especie del Síndrome de Diógenes, un Trastorno de Obsesión Compulsiva que ha entrado en el inconsciente colectivo de los connacionales.
El presupuesto todavía es demasiado alcahuete para colocar a tanto desperdicio biológico y ético. La burocracia no conoce fronteras para subsidiar a los favoritos, amigos, parientes y validos que marcan el rumbo y el ritmo de las preferencias sentimentales de los gobernantes, a costa de nuestros exprimidos y perseguidos impuestos.
Tal y como sucede ahora en el ya feneciente sexenio de Andrés Manuel López Obrador.
Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz
El anecdotario mexicano de los motes de la política es ancestral.
Somos especialistas en burlarnos de nuestra condición. A pesar de que la pierna de Antonio López de Santa Anna, apodado El Quince Uñas, fue enterrada con honores de Estado en el Panteón del Tepeyac, la turba la exhumó y arrastró la extremidad del cojitranco por las calles. Era la respuesta jocosa a sus traiciones.
Fernando Benítez puso a Venustiano Carranza el mote de El rey viejo, en una de sus documentadas novelas, en la que se retrataba a un hombre muy maduro, rebasado en todas las líneas por la oficialidad que le servía, para la que no fue impedimento deshacerse de él, en una noche lluviosa de Tlaxcalantongo, hace casi 104 años.
Así como Roberto Blanco Moheno relataba cómo Álvaro Obregón había perdido el brazo derecho en medio de la batalla decisiva de la Revolución, en los llanos de Guanajuato. Le apodaron El Manco de Celaya, y el divisionario decía que encontró la extremidad echando una moneda de oro al aire, para que el brazo se irguiera y así indicara dónde se encontraba.
El Turco Plutarco Elías Calles tuvo que defenestrar a El Nopalito Pascual Ortiz Rubio, después de que éste amenazó varias veces con renunciar porque nada le hacía bien, excepto su obra cumbre: un paso a desnivel peatonal de cinco metros, que cruzaba la calle de Uruguay, en la capital nacional. El costo no lo registra ni el Archivo General de la Nación.
Vicente Lombardo Toledano fue también un gran sacerdote de los entresijos políticos. Ponía los remoquetes exactos. Lo mismo llamaba El Narciso Negro al entreguista Ezequiel Padilla, que Cachorro de la Revolución al ungido Miguel Alemán Valdés, que lo había derrotado en las tenebras palaciegas. O Primer Obrero de la Patria, al charro Fidel Velázquez.
Es probable que haya salido del mismo portafolios el apodo para Manuel Ávila Camacho, su compañero de primaria en Teziutlán, como Mofletudo, y el de Adolfo Ruiz Cortines, el viejo pagador del ejército yanqui durante la intervención en Veracruz, recordado como Muelas de Coyote, por su habilidad para esquivar los compromisos y zafarse de sus amigos.
El recordado Humberto Romero Pérez, muy cercano a Adolfo López Mateos —López Paseos, fue su remoquete–, era el indicado para poder ver al Presidente. Pendiente de la audiencia, en Palacio, con el secretario de Gobernación Gustavo Díaz Ordaz sentado en la antesala, Romero se asomó por la puerta y preguntó a las secretarias “¿ya llegó el pinche Tribilín?, justo en el momento en el que el de Chalchicomula ya estaba ahí, esperando. Romero no volvió a tener empleo, cargo o comisión hasta que lo rescató José López Portillo y lo convirtió en diputado a la LI Legislatura.
Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, EPN, AMLO
Pichoseco, el sabio de Tlacotalpan, afirmaba que durante cinco sexenios arribaron a Veracruz los gobernadores cuyo apodo empezaba con la mexicanísima letra Ch, a saber: El Chato (Quirasco), El Chueco (Lopez Arias), El Chocho (Murillo Vidal), El Charro (Hernández Ochoa)… y El Choto (Acosta Lagunes). La picaresca jarocha celebró la ocurrencia durante muchas décadas.
La gente bautizó a Luis Echeverría como El Loquito, y a su amigo José López Portillo, como El Perro. Al primero, por su demencial síndrome de la bicicleta, todo un hiperquinético, pues perdía el equilibrio cuando no la pedaleaba, y al segundo, porque fue un apodo que se ganó a riñón, gracias a sus lloriqueos masiosarescos para defender a su modo la moneda nacional.
Miguel de la Madrid fue conocido como El Hombre Gris, debido no precisamente a sus luces. La Quina, Joaquín Hernández Galicia, el poderoso líder petrolero se ganó a pulso la defenestración y la cárcel, por haber bautizado a Carlos Salinas de Gortari como El Pitufo, aunque muchos también lo motejaban como La Hormiga Atómica, hasta que acabó siendo El Chupacabras y El Innombrable. La historia le concedió la razón al orgulloso nacionalista. Salinas no se ha podido quitar el estigma de ese pitufesco apodo.
Ernesto Zedillo Ponce de León también se ganó a pulso su anaquel en el repertorio de lo chusco, al ser apodado La Neta, pues decían que doña (Bru)Nilda se hacía trizas cuidando día y noche sus devaneos. Vicente Fox, el inconsciente, un chiquilicuatre militante, pasó a los anales como El Alto Vacío.
La gente apoda intermitente en las redes sociales, en las caricaturas y en todos los lugares de reunión y de convite político El beodo al consorte de Margarita, la dama del rebozo mordido, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. Es la forma de explicarse tanta sangre, tanto desatino y tanta corrupción transexenal.
Los adjetivos no alcanzan para explicar tanto error y horror de López Obrador.
Hace falta un barrido y un trapeado, pero a fondo, sin piedad, para acabar con el saqueo indiscriminado y con la estulticia, aunque ello suponga perjudicar nuestro sentido de la befa, nuestro carnaval del escarnio, que ha adquirido dimensiones continentales. Somos el hazmerreír del mundo, aunque nosotros riamos primero.
Hace falta ya un gobierno serio, con sentido de Estado, que ponga fin a los ridículos que nos denigran ante la comunidad internacional.
Y, entonces, ¿qué apodo le queda a Peña Nieto?
¿Cuál a López Obrador que, como su antecesor, también es señalado de corrupción, entreguismo, ignorancia, sevicia, molicie, rapiña, prevaricato, sangre y masacre?
Indicios
Confesiones desde el exilio: EPN, de la autoría de Mario Maldonado que ya está en los estantes de las librerías, tendrá mucho mayores ventas que todos los que le han escrito a López Obrador, pero que llevan su firma. Sí, más que todos estos juntos. * * * Y por hoy es todo. Alabo que haya llegado usted hasta estas últimas líneas y, como siempre, le deseo ¡buenas gracias y muchos, muchos días!
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