Federico Berrueto
Además de sus equipos de campaña, colaboradores, encuestadores y consultores, los candidatos y sus partidos se esmeran en convocar a especialistas y celebridades en diversas disciplinas para elaborar las propuestas que cambiarán al país si alcanzan el triunfo; desde luego, la oferta elaborada importa más por cuestión estética que como acción para ganar votos. José Antonio Meade, quizás el candidato presidencial mejor equipado para gobernar resultó irrelevante ante López Obrador, quien planteaba una oferta simple y fácil de comunicar: la corrupción es el origen de todos los males y dificultades del país. El repudio abrumador por la imagen de venalidad del gobierno de Peña Nieto anulaba al primero y potenciaba al segundo.
Convocar a los expertos es parte de la campaña; es un juego de espejos en el que importa la imagen, esto es, una futura presidenta bien acompañada y que escucha. La realidad, es imposible hacer campaña con estudios detallados por razonables que sean. Mucho mejor frases clave e imágenes que provoquen adhesión y empatía; conceptos de fácil comunicación, capaces de mover emociones y despertar el imaginario social.
Para ambas candidatas ese es el mayor desafío; en una elección presidencial los eventos y las actividades que realizan son escenografía. No se gana una elección con mítines o concentraciones, por abultadas que sean; es el mensaje y como tal, las palabras, el lenguaje corporal y el juego de imágenes que van consolidando adhesiones, rechazo o indiferencia. La semiología es la base de la comunicación eficaz y del marketing electoral.
Claudia goza de ventaja como toda candidata oficialista. Sin embargo, la situación corta para los dos lados; por una parte, la popularidad del presidente López Obrador es significativa -no mayor a la de otros presidentes que perdieron la elección-, pero es más intensa, más sólida y emotiva, abonada cotidianamente por su protagonismo mediático. Por otra parte, el gobierno está reprobado casi en todo. Las buenas cuentas, que las hay, se eclipsan por el fracaso en materia de seguridad, salud, lucha contra la corrupción, calidad del gobierno y educación, como queda de manifiesto en los resultados de la prueba PISA. Un presidente aprobado con un gobierno reprobado no es una plataforma inequívoca para ganar la campaña, como parecen indicar encuestas públicas. Sería suicida para Claudia confiarse por la complacencia social prevaleciente.
Xóchitl enfrenta un desafío mayor en la construcción de una imagen deseable. Su mayor fortaleza es su capacidad para movilizar adhesiones ciudadanas al margen de la política partidista. Lo suyo es la reacción inmediata, la capacidad para responder con humor, de manera razonable y, sobre todo, ser articuladora del poderoso sentimiento de la mayoría de la población que aspira a un mejor mañana. Pero, y es un pero que no es menor, es candidata opositora, es decir, tiene que dar cauce al descontento con el estado de cosas, rechazo que se extiende al pasado cercano del gobierno priísta al que la retórica presidencial ha extendido a las gestiones de Felipe Calderón y Vicente Fox.
El terreno no es parejo, no sólo por las ventajas propias del proyecto en el poder. El problema que debe preocupar es de la equidad y la legalidad. El presidente López Obrador ha resuelto ser parte de la contienda y de manera reiterada interviene al amparo de la libertad de expresión y el derecho de réplica, prerrogativas de los ciudadanos, no atribución de autoridades. La oposición enfrenta no a un partido o candidatos, sino a un gobierno con todos los recursos al alcance. Desde ahora el INE informa sobre los excesos mayores en el gasto de precampaña del oficialismo, que no se comparan con los de la oposición. Lo grave es cuando desde la misma presidencia se amedrenta a independientes, líderes de opinión y a medios de comunicación. Más grave todavía el utilizar los recursos del Estado mexicano en contra de los adversarios como es la inteligencia criminal o recurrir al uso político de la justicia penal, como lo hiciera Peña Nieto respecto a Ricardo Anaya en la pasada elección.
Las campañas con frecuencia conducen a la frivolidad e impiden que se decanten los términos de la disputa por el poder. En 2024, para la elección que mucho importa, la del Congreso, deberá quedar claro, porque así lo determinó López Obrador con el anuncio de sus iniciativas de reforma constitucional, que la disyuntiva es democracia o tiranía.