Teresa Gil
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La invasión estadounidense en 1847 (entre las muchas y permanentes que ha hecho y hace en México el país del norte), consigna el hecho histórico de las muertes de cadetes infantiles en el Castillo de Chapultepec, el 13 de septiembre. Y esa invasión, va hilvanada en las traiciones y zarandeos de gobiernos mexicanos de esa época. Uno de ellos Antonio López de Santana, aunque en ese momento estuviera en el poder un interino Pedro María Anaya. El código penal federal tipifica la traición a la patria, pero ésta se traiciona de muchas maneras sin que se penalice, con actitudes, con formas de vida, con apegos a proyectos de expresión extranjera. Formas que vulneran nuestra propia idiosincracia. Pero la gran traición, la que llevó a nuestro país a perder la mitad de su territorio se fue insertando por años en las actitudes y maneras de tratar al país de sus gobernantes. Derrotado nuestro ejército en aquella ocasión, en 1848 se firmó el tratado Guadalupe-Hidalgo, con el que cedimos parte de nuestro territorio. Aparte de Texas en 1836, que era la niña bonita de la disputa entre gringos, españoles, indígenas y mexicanos, cuando en realidad la tierra era nuestra. Y además se incluyó en diversas pérdidas, Arizona, Nuevo México en 1845, Alta California en 1847 con el agregado de Nevada, Colorado y Utah. Fue un raterío fenomenal.
ENTREGÓ MEDIO PAÍS Y SU RASGO PRINCIPAL FUE LA TRAICIÓN A LA PATRIA
En otras ocasiones lo he mencionado. Enrique Serna publicó en el año 2000 su quinta edición de El Seductor de la Patria. Ahora lleva muchas más. Auxiliado por destacados historiadores, había investigado la vida singular del aventurero López de Santa Anna cuyo principal dato biográfico es la traición a la Patria. Por su anuencia y complicidad, México perdió, como ya se dijo, la mitad del país. Serna destaca el cinismo de ese personaje, en letras grandes: “¿Vender yo la mitad de México? ¡Por dios!, cuando aprenderán los mexicanitos que si este barco se hundió no fue solo por los errores del timonel sino por la desidia y la torpeza de los remeros”. El libro considerado por algunos obra básica, fue publicado por Joaquín Mortiz y el propio autor señala que eso de seductor le fue sugerido por Enrique Krauze, que a su vez tomó la idea de Justo Sierra.
POCOS POLÍTICOS TIENEN LA SEDUCCIÓN QUE EXPLOTÓ EL VÁNDALO SANTA ANNA
La capacidad de seducción en su acepción amable cautivar, atraer, les ha cuadrado a pocos políticos mexicanos, aunque la otra parte “persuadir a alguien con engaños para que haga cierta cosa, generalmente perjudicial”, ha aparecido varias veces y ya los conocemos. El también autor de obras con títulos tan peculiares como Uno soñaba que era rey y Las caricaturas me hacen llorar entre muchas, destaca en los últimos tiempos por la biografía de otro personaje sometido a controversia, Carlos Denegri con El vendedor del silencio. En El seductor de la patria, se traslada al siglo XIX para recorrer con López de Santa Anna, sus muchas tropelías, engaños, arrase de pueblos, destrucción de enemigos, alianzas con Estados Unidos y su odio a Juárez. Fenece abyecto, exudando sus propias miserias en 1876, a los 82 años. Había sido presidente de México en once ocasiones. Serna publica una larga cronología de los avatares de Santa Anna con su hiperactiva personalidad a cuestas, a ratos despreciado y en otros aclamado por una multitud ignorante y miserable, como la que poblaba México en esos tiempos. Obra escrita en primera persona, casi siempre epistolar, advierte de lo que sucede cuando los gobernantes se trepan en su ambición y desprecian al pueblo. Y su destino final y lo que es peor el de su país, así se trate de altezas serenísimas.