Pablo Cabañas Díaz
Hace 64 años, el gobierno de Adolfo López Mateos, emprendió un esfuerzo sin precedente por atender el enorme rezago educativo de la población. De la mano del entonces secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, se diseñaron distintas estrategias para expandir y mejorar la educación primaria. La creación de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito con sus tirajes millonarios, distribución nacional y producción sostenida, le permitieron al gobierno responder a la demanda de amplios sectores de la población que no tenían acceso a los libros de texto. A finales de los años cuarenta, existían en el país 159 librerías registradas, en 2022, había 500 y la mayoría siguen concentradas en las grandes ciudades.En México, en el siglo XX y en el XXI, los libros siguen siendo bienes a los que no tiene acceso la mayoría de la población. En la segunda mitad del siglo XX, fueron las historietas un género que abarcaba un conjunto amplio y diverso de títulos. La rápida aceptación de las historietas como material de lectura, se debía a su costo, y facilidad para entender sus narrativas. De una lista de 105 títulos, las lecturas favoritas eran: El conejo de la suerte, Cuentos de Walt Disney, La pequeña Lulú, Tarzán, El super ratón, El llanero solitario y La familia Burrón.
Desde principios de los cincuenta, la carestía de los libros fue un problema que preocupaba a estudiantes y profesores. El 16 de julio de 1953, Martín Luis Guzmán envió al secretario de Educación Pública, José Ángel Ceniceros, un proyecto relacionado con el comercio de libros de texto, el cual consistía en crear textos que fueran gratuitos. En 1959, como hoy sucede, los libros de texto de primaria fueron cuestionados por considerárseles una versión “oficialista” o “doctrinaria” del gobierno. En la actualidad, el debate sobre la unicidad en términos ideológico–políticos de nuevo cobra fuerza.
La decisión de López Mateos continúa subsistiendo para apoyar la economía de las familias mexicanas, de ahí que la gratuidad sea un elemento fundamental, dado que elimina el factor económico como condicionante para la adquisición de los libros para la educación primaria y secundaria. En México, pensemos en el escenario de que los textos gratuitos no existieran y que los libros de texto fueran vendidos a precio de mercado; pensemos también en los altos niveles de desigualdad social y en el bajo poder adquisitivo de los salarios de una enorme parte de la población: si combináramos todos estos factores, ¿cuáles serían los niveles de deserción escolar en el país? ¿Qué afectaciones recibirían los niveles de cobertura de la educación básica? ¿Con qué elementos se podría garantizar el acceso a los servicios educativos? Todas estas cuestiones tendrían, sin duda, respuestas negativas.