sábado, noviembre 16, 2024

JUGO DE OJOS: De negros y negritudes

Miguel Ángel Sánchez de Armas
Tomen nota primos del norte: Barack Obama no fue el primer presidente mulato del Nuevo Mundo. Este honor corresponde a Vicente Guerrero, quien hace 194 años subió a la Primera Magistratura de México.
Esta cápsula histórica me sirve para recordar que contrariamente a lo que las ideologías dominantes han impuesto, el verdadero territorio negro de las Américas comienza al sur del Río bravo.
El 20 de agosto de 1619 un barco holandés atracó en Jamestown, primera población inglesa en lo que hoy es Estados Unidos, con un cargamento de 20 esclavos negros que fueron rematados entre los muy cristianos y muy piadosos colonos fundadores.
En los siguientes decenios, once millones 200 mil seres humanos originarios del continente que Conrad llamó negro, llegaron al Nuevo Mundo en el brutal tráfico de esclavos operado por muy católicos portugueses y españoles y muy cristianos británicos y holandeses. Pero de esta cantidad, sólo aproximadamente 450 mil fueron a parar a los mercados de nuestro vecino del norte.
Los demás, nos recuerda el profesor Henry Louis Gates, Jr., en una apasionante y estremecedora serie de la televisión pública yanqui, se diseminaron en lo que hoy es América Latina. Casi cinco millones fueron comercializados en Brasil, hoy el segundo país más negro del mundo después de Nigeria. A Cuba llegaron 800 mil, el doble que al territorio de su enemigo histórico.
No hay una nación en nuestro continente en donde no haya un importante grupo de población negra. En México, desde luego, en donde a todos nuestros problemas y desencantos debemos añadir que la política oficial de la revolución, llámese priista, panista, perredista, aliancista, morenista o cualquier otra ista, ha sido ignorar –quizá sea más apropiado decir negar- la herencia africana de muchos compatriotas.
Una de las investigadoras que colaboraron para la serie titulada Negros en América Latina fue mi querida amiga de la Universidad Veracruzana Sagrario Cruz (a quien por cierto, después de ver al lado del profesor Gates, le veo más oriundez del Serengueti que de Cholula).
Cuando ella era estudiante en la UDLA condujo un experimento del que resultó que más del 80% de los muy hispanos y altivos poblanos tenía sangre negra. Este electrizante dato fue tratado entre las clases dominantes de la tierra de los camotes a la manera de aquella aristócrata inglesa quien al escuchar de labios de Darwin que los hombres eran descendientes del mono, sin perder el ritmo de su abanico susurró a su vecino: “Dios mío… ¡ojalá que el pueblo no se entere!”
Sagrario desde entonces ha estudiado el tema de la negritud en México y es una de las muy pocas especialistas que tenemos en este terreno. Alguna vez quiso entrevistar para un trabajo académico a un famoso político del Sotavento a quien lo africano se le ve a dos leguas. El sujeto, de cuyo nombre no me quiero acordar pero cuyas iniciales son “F” de Fidel y “H” de Herrera, respondió ofendido que él era mexicano, no negro.
Este es un ejemplo de lo que el doctor Gates llama la ignorancia de quienes poco saben del mundo. Según recuerda este académico, en cada una de las naciones latinoamericanas a las que llegó la ola negra hubo después de 1850 políticas deliberadas para “blanquear” a la sociedad. Por ejemplo Brasil, que entre 1872 y 1975 recibió casi cinco millones y medio de inmigrantes, favoreció a grupos caucásicos y limitó a los más prietitos.
¿Cómo se define el color en las diferentes naciones de la zona? Mientras que en Estados Unidos hay negros y mulatos, Brasil tiene 136 clasificaciones de negritud, México 16 y Haití 98. Y en tanto en Estados Unidos una gota de sangre negra “te clasifica oficialmente como negro, en Brasil es como si una gota de sangre blanca te clasificara como blanco”.


Gates explica que Estados Unidos es el único país con la regla de una gota de sangre como clasificador racial debido a que durante la época de la esclavitud los dueños de las plantaciones quisieron asegurar que los hijos nacidos de las incontables violaciones y abusos que las esclavas sufrían a manos de muy calvinistas caballeros fueran legalmente considerados esclavos (ajá, economía, libido e historiografía: se podría armar una nueva carrera con esta curricula).
Quizá por ello sigue causando incomodidad entre los wasp gringos que el mismísimo pater patris Thomas Jefferson -autor del segundo párrafo de su declaración de independencia que reza: “Sostenemos como evidentes en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales”- tuviera seis hijos con la esclava Sally Hemings… quien era media hermana de su difunta esposa. ¡Ésa es igualdad!
Dice Gates que esta serie de televisión fue concebida para educar no sólo a los gringos y a los europeos, sino a los latinoamericanos, particularmente en tiempos en donde en muchos países hay campañas antirracistas o, como en México y Perú, “movimientos que reclaman el derecho de ser identificados como negros y que exigen respeto a su herencia africana”.
Salvo Haití, todos los países latinoamericanos quisieron emblanquecerse en algún momento. Gates observa que al construir y celebrar las herencias nacionales -incluso en casos como México en donde se reconoció constitucionalmente nuestro carácter plurilingüe y multicultural- de alguna manera la negritud se diluyó.
“Descubrí que en estas sociedades los grupos de la escala inferior son los más oscuros y con los rasgos africanos más acentuados. En otras palabras, la pobreza se construyó socialmente en la negritud”.
La serie Africanos en América Latina fue grabada en Haití, la República Dominicana, Cuba, Brasil, México y Perú. Restricciones presupuestarias y de tiempo impidieron a los productores visitar todos los países de la región, así que el profesor Gates hubo de elegir zonas representativas.
Por ejemplo, Brasil, segunda nación negra del mundo y lusófona. O Haití, país que estuvo en todos los medios del mundo por espeluznantes terremotos pero del que tan poco se sabe.
Recuerda Gates: “Todas las noches escuchaba a Anderson Cooper hablar de Haití, pero ni él ni ningún otro periodista se preocuparon por la historia del país. Se referían al vudú como una superstición lunática y no como una de las antiguas religiones del mundo. Y nadie mencionó el hecho de que el país se encuentra en el polo oeste de una isla con otro país, la Dominicana, con quien ha desarrollado una identidad por oposición: Esaú y Jacob, ying y yang… una hispanoparlante, católica y blanca –como gusta verse a sí misma-, la otra africana, negra, francófona y vudú”.
O México y Perú. Si La Habana es la ciudad gemela de Miami, dice el investigador y conductor de la serie, “México es nuestro país gemelo. Nadie piensa que México y Perú son negros, pero juntos recibieron 700 mil africanos durante la época de trata de esclavos”. La costa de Acapulco era negra en 1870 y sigue habiendo importantes comunidades negras en la Costa Chica, lo mismo que en amplias zonas de Veracruz.
Sagrario Cruz me convidó hace unos años a un carnaval en Coyolillo, comunidad a tiro de piedra del Lencero, en donde me sentí transportado a Uagadugú.
Estuve conversando con un profesor de la primaria local que era la misma imagen de Chinua Achebe y los relatos de su pueblo me recordaron un pasaje de Hogar y exilio del nigeriano:
“[Llegaron de otras tierras] y pidieron permiso para establecerse ahí. En aquellos tiempos había espacio suficiente y los de Ogidi dieron la bienvenida a los recién llegados, quienes poco después presentaron una segunda y sorprendente solicitud: que les enseñaran a adorar a los dioses de Ogidi. ¿Qué había sucedido con sus propios dioses? Los de Ogidi al principio se asombraron, pero finalmente decidieron que alguien que solicita en préstamo un dios ajeno debe tener una historia terrible que es mejor no conocer. Así que presentaron a los recién llegados con dos de las deidades de Ogidi, Udo y Ogwugwu, con la condición de que los recién llegados no debían llamarlas así, sino Hijo de Udo, e Hija de Ogwugwu … ¡para evitar cualquier confusión!”
Mientras escuchaba al profesor me imaginé a Juan Diego diciéndole a Zumárraga que sus antepasados prestaban a la venerable madrecita Tonantzin … con el nuevo nombre de Guadalupe.
Esa noche, de vuelta en casa, decidí que lo cejijunto, lo prognato y lo craneovoide no son, como juraba mi santa abuela, la herencia que mis blancos ancestros españoles transportaron a Guanajuato y a Jalisco y que fue contaminada por los indios prietos, sino en realidad la evidencia de que mis genitores se corretearon con los de Sagrario por las planicies del Serengueti y las faldas del Kilimanjaro.

 

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