lunes, diciembre 23, 2024

El sendero de las jacarandas

Adrián García Aguirre / Cdmx

*Estos árboles son un ícono de la Ciudad de México.
*Su floración es bella y de indiscutible presencia.
*Tatsugoro Matsumoto, el japonés que las trajo de Brasil.
*Su dinastía recogió la herencia del botánico y jardinero.
*Aparecen cada año en los primeros días de la Primavera.

Barrios, colonias, parques y calles de la Ciudad de México comienzan a teñirse de lila y morado antes de la llegada del 21 de marzo, que siempre ha venido acompañado de esa pequeña flor originada en las selvas brasileñas, conocida como jacarandá en portugués, con acento en la última letra.
Los árboles, sin discusión, tienen presencia en toda la capital mexicana, marcándola con su huella colorida y la historia especial de su llegada al país, y a una urbe que, sin ella, tendría menos luminosidad y belleza, ahogada por la contaminación humana y la automotor.
Muchas de las banquetas de la Ciudad de México están rotas o casi rotas desde adentro y se podría pensar que son los microsismos o los temblores de actitudes mayores sus principales victimarios; pero no es así: si levantáramos las aceras, encontraríamos una red subterránea de raíces de jacaranda.
Con un tronco de hasta setenta centímetros de ancho, estos árboles gigantescos llevan casi un siglo habitando el país, como lo comprueban el kilómetro y medio de jacarandas sembrados hacia la década de 1940 por don Ignacio Aguirre Ortiz, propietario de una productiva carpintería, quien vivió en la calle de Porfirio Díaz 95, en la colonia Del Valle de la Ciudad de México.
A lo largo de un buen trecho de esa calle, las jacarandas forman hasta la fecha un puente lila y morado colorido que, con su frondosidad, impide entrar el sol, formando arcos enormes de frescura, extraordinarios.
Son las que llegó a conocer don Nacho Aguirre y su prole citadina antes de cerrar su negocio e irse a residir a Torreón, Coahuila, siguiendo a Héctor, Gustavo, Ignacio y Arturo, quienes en su infancia y adolescencia crecieron a la sombra de sus ramas.
“Llegan con el mes de marzo. Su llamarada suave, persistente, prospera despacio en la mañana. Avanzadas de la Primavera, son como amantes orgullosas que otorgan una nueva oportunidad”, escribió Vicente Quirarte en un fragmento de En el Sendero de las Jacarandas, tomando esas seis palabras de lo que le contó el señor Aguirre.
Tatsugoro Matsumoto era un botánico y jardinero japonés originario de la población de Nara, que se instaló en México a finales del Siglo XIX, quien después de su llegada a la capital fue contratado como paisajista por el dictador Porfirio Díaz.
El plan del entonces presidente era “sembrar semillas y plantas porque en la Ciudad de México hay puros nopales y no hay árboles”, según declara Matsui, nieto del jardinero Matsumoto, fundador de una dinastía que siguió una tradición milenaria arraigada en la nación del Sol Naciente.
“Mi abuelo no tenía planeado plantar jacarandas -explica Matsui-, en su lugar pensaba cultivar cerezos, cuya famosa flor de Sakura es conocida por ser una representación de la fragilidad de la vida en las cuatro islas del Lejano Oriente”.
El nieto, al frente de una empresa floreciente ubicada en la calle de Colima de la capital del país, dice que hizo el intento de hacerlos crecer; pero que, según la estación, no lograron sobrevivir mucho tiempo en el clima templado, frío o caluroso de la Ciudad de México.
Los árboles orientales como los cerezos están acostumbrados a estaciones con temperaturas más cálidas, no tan drásticas como en Japón, y buscando una alternativa, don Tatsugoro optó por las jacarandas, árbol tropical sudamericano que conoció durante una estancia considerable en el subcontinente.
Además de crecer y dar sombra en el sendero de las jacarandas de la calle que lleva el nombre del personaje que ordenó colocarlas en jardines y calles capitalinas, viene la pregunta obligada: en dónde verlas en Primavera.
El Palacio de Bellas Artes enmarcado por árboles de jacaranda confirma que, claro, estos bellísimos árboles tienen presencia en toda la ciudad capital, y la avenida Juárez y la calle de Ángela Peralta son los lugares de donde se pueden apreciar mejor.
Chimalistac es un barrio tranquilo, apacible como pocos, localizado al sur del antiguo Distrito Federal cuyas calles empedradas y su arquitectura rústica convierten el recorrido en un paseo histórico.
El territorio que hoy ocupa pertenecía en tiempos prehispánicos al señorío de Coyohuacan, con una importancia tal, que la Ciudad de México emitió un decreto para declarar a Chimalistac como patrimonio tangible e intangible de la nación en 2012.
El Parque México y el Parque España están ubicados en las colonias colindantes Hipódromo y Condesa, uy son hogar de decenas de árboles de jacaranda, de los que cuelgan flores que llenan sus corredores y los hacen el lugar perfecto para dar un paseo en bicicleta o en compañía de un ser querido, sea humano o animal.
“Que sepan que nos nutren, que son tan necesarias como estar enamorado, que sin ellas marzo tendría que decirse de otro modo, es otro de los fragmentos de En el Imperio de la Jacaranda de Vicente Quirarte.
En el corazón citadino no podían faltar las emblemáticas flores, y el camino de la Iglesia de San Hipólito al Palacio de Bellas Artes está enmarcado por ramas púrpuras cada mes de marzo, en un perfecto sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, como tituló Diego Rivera a uno de sus más célebres murales.
Esta obra de arte magnífica se conserva en la cabecera poniente de la Alameda, en un museo sin igual, adornado en su entrada por jacarandas que fueron ahí plantadas para recibirnos.

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