Fernando Irala
Más de tres años después de que la Organización Mundial de la Salud declaró la emergencia internacional por la pandemia del covid, hace unos días determinó darla por concluida.
Lo anterior, señaló la OMS, no implica que el virus haya dejado de ser una amenaza, ni que haya que bajar la guardia en su atención. El covid sigue actuante y contagioso, aún causa enfermedad y muerte, pero ciertamente en niveles controlables por los sistemas de salud, y la ocurrencia de mortalidad en general está asociada a otras comorbilidades.
Lo cierto es que la aplicación masiva de vacunas, más el ciclo natural de la epidemia que ha venido a menos, permite levantar las medidas más restrictivas ante la enfermedad que causó tan graves estragos en la población y la economía de muchas naciones.
Es el tiempo del recuento de los daños, muy elevados en las cifras planetarias y terribles en el caso de México.
Las cifras del INEGI muestran que en el periodo más agudo de la infección, desde 2020 hasta septiembre de 2022, en nuestro país se produjeron entre 700 mil y 800 mil muertes en exceso, las cuales son atribuibles al covid como tal, más una cantidad de decesos ocurridos por el desquiciamiento de los servicios médicos, que llevó a demorar o impedir la atención de otros padecimientos.
El virus además golpeó con gran fuerza al personal médico y hospitalario, que hasta que hubo disponibles vacunas, tuvo que atender a los pacientes sin más protección que sus deficientes equipos y masacarillas. México fue el país donde médicos y paramédicos fueron más vulnerables. Entre marzo de 2020 y junio de 2021 se contabilizaron más de cuatro mil fallecimientos entre los trabajadores sanitarios, el peor desempeño del mundo, lo cual se explica en parte por las primitivas políticas aplicadas. Como ejemplo extremo cabe recordar que a los médicos y trabajadores sanitarios del sector privado se les negó prioridad en la aplicación de las primeras vacunas, en una discriminación absurda y criminal.
Ahora, la pesadilla planetaria del covid ha llegado oficialmente a su final.
En México, ya sólo nos queda la agonía a la que se ha conducido a los sistemas públicos de salud. Nadie puede negar que en la materia nuestro país tenía graves fallas y se habían denunciado innumerables casos de negligencia, desorden y corrupción. Se necesitaba una cirugía mayor. Pero la han realizado no cirujanos, sino carniceros que son responsables de una iatrogenia institucional de dimensiones catastróficas, de la cual tardaremos decenios en recuperarnos. Si es que nos recuperamos algún día.