miércoles, abril 24, 2024

Vladímir Putin, hombre de Estado y señor de la guerra

Luis Alberto García / Moscú

*Así llegó a Primer Ministro, al Kremlin y el poder.

*“Seis días que cambiaron al mundo”, de la sovietóloga Héléne Carrére.

*Primera etapa del proceso que acabó con el imperio de la URSS.

*Biógrafa de Lenin cuenta el debut político de un desconocido.

*Primeros pasos, mediante un interinato, en espera de nuevas elecciones.

*Además, se mostró frío y duro ante el conflicto en Chechenia.

Nacida en una familia aristocrática de Georgia que huyó a París tras la Revolución iniciada el 25 de octubre de 1917, Héléne Carrére d’Encausse nació en la capital francesa en 1929 y se convirtió en una de las más importantes historiadoras europeas debido a sus vastísimos conocimientos sobre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Autora de más de veinte libros, entre ellos biografías de Vladímir Ilich Ulianov, Lenin, y de los integrantes de la dinastía Románov, fue una de las primeras en intuir la caída de la URSS, cuando ya había ingresado a la secretaría permanente de la Academia Francesa e iniciaba su libro “Seis años que cambiaron el mundo”, editada en España por Ariel.

Héléne Carrére reconoce que, sin dudar, tomó parte del título del gran reportaje de John Reed, el periodista estadounidense que escribió “Diez días que estremecieron al mundo”, aparecido en 1918, no bien habían concluido los primeros enfrentamientos del movimiento bolchevique en contra del decadente régimen autocrático que encabezó Nicolás II desde 1894.

Transcurrido el siglo XX y al entrar a una nueva fase, la autora refiere que un hombre fuerte se impuso en 1999, porque Rusia estaba conmocionada en ese preciso momento: “La guerra en Chechenia había empezado de nuevo de la peor forma posible, es decir, extendiéndose, como se había anunciado, a todo el Cáucaso y a Rusia”.

“La paz negociada dos años antes –reseña la historiadora- voló en pedazos y los combatientes separatistas de remontaron el Volga y sublevaron a las repúblicas musulmanas, de modo que Vladímir Putin encarnaba la resistencia y consiguió detener el avance de los rebeldes en Daguestán”.

Al abundar sobre la instalación de Putin en el Kremlin, subraya que entonces sobrevino la segunda fase de esa guerra, una oleada de atentados particularmente mortíferos, desencadenada en Moscú y en la región de Kubán: “El miedo se generalizó; los moscovitas no se atrevían a salir de casa”.

Putin se reveló como buen hombre de Estado y también jefe de la guerra por su dureza y frialdad, al argumentar que los dirigentes chechenos no eran simples terroristas, sino generales en pie de lucha, de un conflicto bélico que volvía a recrudecerse y que debía concluir como fuese.

El 1 de octubre, Putin declaró la guerra total a Chechenia: hizo bombardear las bases donde se acuartelaban las tropas chechenas y se lanzó al asalto de Grozni en esa segunda guerra de Chechenia, pero a diferencia de la primera, que había provocado la indignación de la sociedad rusa, de los políticos y de la prensa, la guerra de 1999 obtuvo una aprobación casi unánime.

“Hubo un momento de indecisión al principio, como testimonian los sondeos, pero en cuanto el Ejército ruso fue obteniendo éxitos como la toma de Grozni), el apoyo de la opinión pública fue total.

El presidente de Rusia, Borís Yeltsin, apoyó a Putin, su Primer Ministro: los sondeos demostraron que aquel desconocido se había convertido en un personaje popular. ¿Qué destino le esperaría? ¿Sería un personaje de transición, un Primer Ministro efímero, o bien Yeltsin habría encontrado en él al sucesor deseado?

A principios del invierno, nadie conocía la respuesta; pero el mandato de Yeltsin todavía duraría unos meses más, y la atención se fijó entonces en las elecciones legislativas del 19 de diciembre de 1999, con las posiciones respectivas bien establecidas.

A la izquierda, el Partido Comunista disponía de un electorado fiel y estable, y poco más al centro, la coalición OVR llevaba la fórmula Luzhkov-Primakov, que parecía disfrutar de un amplio apoyo ciudadano.

En el centro, incluso en el centro derecha, había surgido un nuevo partido, Unidad (Edinstvo, en ruso), forjado por Serguéi Shoigú, un hombre de la nueva generación, de 45 años, ex ministro de Situaciones de Emergencia, conservador, apegado a las tradiciones rusas, cuyo símbolo de campaña fue un oso, especie animal que sedujo a sus compatriotas.

Según Héléne Carrére, Putin declaró su interés por ese partido, las elecciones subrayaron la importancia del apoyo a él y, como se preveía, los comunistas llegaron en primer lugar, con el 24% de los sufragios, seguidos de cerca por el partido del oso, solamente un punto atrás, mientras que la coalición Luzhkov-Primakov, tan esperada, no obtuvo más que el 13% de los votos.

Y detrás de ellos, otros candidatos totalmente irrelevantes quienes, a duras penas, en nombre de “Nuestra Casa Rusia”, escasamente consiguieron el 5% de los votos.

Se esperaba que saliese de las elecciones un parlamento de izquierda, y que los comunistas y los partidarios del dúo Luzhkov-Primakov pudieran formar un gobierno de coalición que, al menos, sostuviese la candidatura de Primakov a las elecciones presidenciales.

“El resultado de la votación desbarató esos cálculos. Se estableció un entendimiento tácito de manera inesperada entre los comunistas y los del oso, partidos mayoritarios, opuestos en el fondo, ciertamente; pero que compartían un mismo apego a la patria y la convicción de que el Estado debía representar un papel real en la vida económica y social”.

Tres meses antes de los comicios presidenciales, nadie sabía cómo acabarían; pero al día siguiente de las elecciones de diciembre, Yeltsin callaba: sus más íntimos allegados y su familia deploraban aquel silencio.

“El 31 de diciembre -prosigue la autora- llegando al ¬Kremlin a primera hora de la mañana, Borís -Yeltsin pasó una hora con el patriarca Alejo, dirigente de la Iglesia ortodoxa rusa, para enseguida dirigirse al país en cadena nacional de radio y televisión, y Rusia, estupefacta, oyó un discurso absolutamente inesperado”.

Yeltsin concluyó con una patética despedida anunciando que “conforme a la Constitución, Vladímir Vladimirovich Putin asumirá la presidencia provisionalmente, hasta las siguientes elecciones, que tendrán lugar dentro de tres meses”.

Así fue la primera aparición de quien, desde el 9 de agosto de 1999, había sido mencionado como posible Primer Ministro, hecho que significó el fin de una época histórica excepcional, el fin de una presidencia de la que más tarde se haría un balance sumamente negativo.

Luego de tener como Primeros Ministros a Víktor Chernomyrdin, Serguéi Tepachin y Serguéi Kirienko a lo largo de varios años, al abandonar el Kremlin para no volver, Borís Yeltsin dio a Putin un último consejo: “Cuide bien de Rusia”, algo que él no hizo en su década perdida.

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