Luis Alberto García / Moscú
* Siguió el camino de Maxim Demin, quien entró al futbol inglés en 1998.
* Con ansiedad irrefrenable, sale a comprar futbolistas como Ngolo Kanté.
* “Sheva” Shevchenko y George Weah, entre sus grandes adquisiciones.
* “Hay dinero para todos”, asegura el magnate, quien iba a comprar a la Roma.
* Mijail Kushnirovich, otro multimillonario con gustos balompédicos ocultos.
Invadida de capitales extranjeros, de inversionistas que han hecho fortunas en los más diversos rubros para acrecentarlas y lograr protagonismo en las más poderosas ligas del futbol europeo –lo mismo en la Premier inglesa, la Ligue 1 de Francia, la española o la italiana-, como pionero en esas lides, Maxim Demin adquirió al Bournemouth en 1998.
Fue el primer hombre de negocios ruso dispuesto a aventurarse en la compra de un cuadro tan antiguo como ése, fundado en el condado de Dorset en 1890, en un circuito que cuenta con clubes que, por mucho, superan el siglo de edad, como el Stoke City de la familia Coates, nacido en 1863, año en que surgieron las reglas que, en definitiva, regirían al futbol tal como hoy lo conocemos.
Al seguir los pasos de Demin, y como segundo multimillonario ruso invirtiendo en el futbol inglés, el petrolero Roman Abramovich salió de compras y adquirió a Juan Sebastián Verón por 24 millones de dólares por cuatro temporadas; al irlandés Damien Douff por 28 millones; y al liberiano George Weah, “Balón de Oro” europeo en 1995, actual presidente de ese país africano.
Por si no fuese suficiente, también compró los derechos de Njitap Geremi del Real Madrid, Marco Ambrosio, del Verona, y de los ingleses Glenn Johnson, del West Ham; Jurgen Mach del Sunderland; y Wayne Bridge, del Middlesbrough.
Como socio mayoritario de un Chelsea que apenas conocía, consiguió que se mantuviera al holandés Jimy Hasselbaink, al danés Jasper Gronkjaer, al italiano Gianfranco Zola, al español Albert Ferrer y a los campeones mundiales franceses Marcel Desailly y Emmanuel Petit, éste último anotador del tercer y último gol de la final contra Brasil en Francia 98.
Con los años, el Chelsea se fue fortaleciendo, renovando y convirtiéndose en actor estelar de la Premier y de los torneos europeos, integrados casi todos por clubes ricos, caracterizados por gastar más de lo que ingresan, como fue el caso de la adquisición al Sporting de Lisboa del francés Ngolo Kanté, por 36 millones de dólares, cifra altísima en los últimos años.
“Hay dinero para todos”, dice Roman Abramovich, al tiempo que busca imponer la competitividad, superando la que promueven el Barcelona o el Real Madrid, con un sistema de reparto de ganancias más que equitativo, que beneficia incluso a los equipos Southampton, Swansea y Everton, los más modestos y pobres –si cabe el término- de la Gran Bretaña, pero con dinero suficiente para importar jugadores de cierta calidad.
En 2006, Roman Abramovich se empeñó en contar con los servicios del ucraniano Andriy Shevchenko, a quien compró al Milán por 50 millones de dólares, sin que al astro le importara esa cantidad para verse obligado a hacer goles por racimos, al pensar que, primero está el futbol, y luego el dinero.
El empresario ruso-israelí fue fundamental para la llegada de “Sheva” a Londres y, por supuesto, en la decisión de éste para firmar un contrato por semejante cantidad, desatando rumores de que sus compañeros actuaban de manera diferente, al haber cuestiones de favoritismo de por medio.
Shevchenko negó que eso hubiese ocurrido, y aseguró que, durante su estancia en el Chelsea, sostuvo la misma relación entre el dueño y todos sus jugadores a quienes, a fin de cuentas, trataba como empleados de lujo, sin preferencias, con un gran año para todos -2007-, al obtener con merecimiento absoluto el Campeonato de Liga de Inglaterra.
“Primero Inglaterra, luego el mundo”, es otra de las frases de Abramovich y, sin duda, uno de los dichos que guían sus acciones desde que compró al Chelsea, ansioso de ganar el cetro de Liga cuantas veces sea posible, con un ilusión tan grande que, dicen sus allegados, cada semana demuestra una ansiedad incontrolable por adquirir más y mejores futbolistas.
De aquella época inicial, a los mencionados se sumaron los nombres de Roberto Carlos, Ronaldo Luiz Nazario de Lima, Michel Salgado, Ruud van Nilstelrooy, Lúcio da Silva, Walter Samuel y José Antonio Reyes, además de pretender hacer un redituable negocio –que finalmente se malogró- con el traspaso de Joe Cole, del Chelsea al Spartak.
Sin embargo, hubo algunos jugadores afortunados que, a golpe de chequera, fueron convencidos por Abramovich para integrarse a la Galaxia-Chelsea, como le ya le llamaban los aficionados a su club hace más de diez años, entre otros el argentino Hernán Crespo, el francés Claude Makelele y el rumano Adrian Mutu.
También se rumoró que, antes de ser salvador de estepitosa quiera, la escuadra guinda de la loba y sus hijos Rómulo y Remo, la Roma, estuvo a punto de ser comprada por la llamada “Pista Rusa” en la que corre la compañía petrolera Nafta-Moskova, propiedad de empresarios rusos, de la cual Roman Abramovich es poseedor del 20% de las acciones.
La falta de una entidad bancaria que hiciera posible la salvación del club que –en mejores circunstancias- casi elimina al Real Madrid la Copa Europea de Campeones en 2018, agrandó en aque ya lejano marzo de 2004 la posibilidad de los rusos de quedarse con uno de los grandes equipos del calcio italiano, quedando abierta una pregunta: ¿Abramovich lo sumaría a su emporio futbolístico?
Rebasado el medio siglo de edad y con dinero de sobra, Abramovich ha seguido sin dar alguna posibilidad –y sus razones tendrá- de que la Sbornaya nacional obtenga un buen lugar en su sede mundialista de Moscú frente a Arabia Saudita, Egipto y Uruguay.
Roman Abramovich sonríe de satisfacción con el Chelsea ganador, mientras mira a sus amigos del jet set mundial desde un lugar privilegiado como el que, feliz, compartió recientemente con su novia Dasha Zhukova durante la inauguración del centro comercial GUM, en Moscú.
Hoy, este monumento al Dios-Mercado, con todo el lujo imaginable, ubicado exactamente frente a la muralla del Kremlin, corazón del antiguo poder de los soviets, es propiedad de Mijail Kusnirovich -otro nuevo rico símbolo de la opulencia de su país-, quien, como Roman Abramovich, hizo fortuna gracias al apetito y ambición que los llevaron a invadir los escenarios que les ofreció la nueva Rusia.