Teresa Gil
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No parece broma que algunos sectores de entidades del norte de México se quieran ir a su propia república. La que todos tenemos en este momento, ha sido depredada de tal modo, que una huida a tiempo, para algunos, puede ser el inicio de otra vida.¿Podrán hacerlo con los graves problemas de crimen organizado que padecen la mayoría de los estados en pugna? Estos representan menos del 25 por ciento de la población nacional – poco más de 28 millones-, y si solo tienen 50 mil firmas, la solución a su deseo está remota. Lo que subyace en esa idea es una intención económica y una expresión real de desapego hacia el sur, al que no se han podido integrar completamente los estados del norte. Ha habido, además, una omisión de muchas décadas de parte de los gobiernos para hermanar pueblos y costumbres y mas bien se ha notado una separación geográfica que delimita estados ricos de pobres. No se esperaban que el terrible flagelo de la criminalidad se les atravesara en el camino. Hay además un racismo latente que no embona en un país de mestizos. Tan grandotes y güeros hay allá como en el sur y los morenos de talla baja abundan en todas partes. Lo que importa es comparar y evaluar los aportes mutuos y comportarse como nacionales del mismo país. Si algún día se configurara una verdadera estampida de Baja California, Baja California Sur, Tamaulipas, Coahuila, Sonora, Sinaloa, Nuevo León, Durango y Chihuahua, los tiempos venideros evaluarán una justa retirada por su independencia. Mientras, sigamos unidos para recuperar al México que es de todos. En uno de sus artículos sobre Cataluña, el analista argentino Guillermo Almeyra hace notar en La Jornada (8 de octubre), la inquietud que surge en los países del mundo cuando un hijo se quiere ir del hogar. La lista es muy grande y cada retazo de país tiene diversos intereses. El menciona movimientos locales que buscan un cauce -o un acicate- para liberarse: vascos, gallegos, andaluces, canarios, en España ; Liga norte y el Tirol, en Italia; flamencos en Bélgica; escoceses, galeses y norirlandeses en el Reino Unido, como ejemplo. El dato, con lo que también se incuba en forma incipiente en México, habla de un mundo convulso en el que las naciones no siempre satisfacen los anhelos de sus ciudadanos y el planteamiento natural es irse. Las formas brutales que despliega el sistema capitalista avizoran una búsqueda que en algunos casos puede ser peor. Pero cada quien tiene el derecho a darse una oportunidad. Huir de una ciudad, de un país, ¿es huir también de uno mismo? Juan José Arreola, el escritor jalisciense lo insinúa en El guardagujas (El cuento hispanoamericano Fondo de Cultura Económica 1986, muchas ediciones). En la recopilación que hace Seymour Menton recientemente fallecido, los cuentos se clasifican por corriente literarias y el de Arreola aunque fluctúa en su delineación lo integra al realismo mágico. Quizá porque el personaje central, un viejito, se diluye al final como si nunca hubiera existido y solo deja a lo lejos, el fulgor de su linterna de guardagujas. Un viajero al que le urge tomar un tren para llegar a la ciudad ”T”, y se dirige al operario de la estación para indagar la hora de salida, este personaje le presenta todos los obstáculos que existen para salir de ese pueblo y tomar un tren. Algunos son ocurrencias alegres, otros tenebrosos, algunos ofrecen salidas absurdas, como descarrilar el tren en pedazos y atravesar un precipicio con esos pedazos para armarlos al pasar, todo en la literatura fascinante de Arreola que envía la advertencia de lo que es la vida y las trabas que se ponen para transitarla y llegar a “T”. Menton, escritor y crítico literario estadounidense falleció en marzo de 2014. Fue uno de los grandes promotores del cuento hispanoamericano, al que le dio refuerzo y promoción, al analizar corrientes literarias que fueron surgiendo, recalcaba, a partir de la Independencia -en el caso México- y que se fue imponiendo como un verdadero género. Juan José Arreola nació en 1918 y es, por su parte, otro caso extraordinario, autodidacta, -no terminó la primaria-, se convirtió en uno de los escritores y críticos más sobresaliente hasta su muerte en diciembre de 2001. Publicó por primera vez su cuento El guardagujas en 1952, en Confabulario uno de sus libros.