Teresa Gil/
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En un país en el que más del diez por ciento carece de identidad, ¿como puede calificarse el que un juez del registro civil aplique sus prejuicios y se niegue a registrar a un niño del matrimonio de dos mujeres? ¿habrá leído ese ignorante el artículo cuarto constitucional que concibe la identidad como un derecho humano y garantía individual? La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) tuvo que intervenir para exhibir al titular del juzgado 40 de la delegación Iztapalapa, Juan Salazar Acosta y trasladó a las dos mujeres a otro registro civil en donde el matrimonio femenino logró el registro de su hijo. La influencia y el conservadurismo de la iglesia católica se está reflejando en tipos que no deberían de estar en esas instituciones. A Benito Juárez no le pasó por la mente que tipos así pudieran estar en la institución que él creó para puntualizar el laicismo. Acaba de pasar en otros estados, en donde además, algunos funcionarios se niegan a registrar a niños con el primer apellido de la mujer. Tipos retrógrados que le hacen el juego a una institución que acaba de cancelar prácticamente la ratificación legal del matrimonio igualitario. Pero la omisión de registro debe penalizarse. Los más de 14 millones que según el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM -dato dado a conocer por medios desde el 2015-, carecen de acta de nacimiento, ponen en evidencia el poco control que han tenido las instituciones obligadas y lo poco que se cumple la Constitución. La Secretaría de Gobernación dio conocer hace nueve meses un formato único de acta de nacimiento y se informó sobre una modernización del registro civil, que está en proceso. De los nacimientos registrados puede sacarse la cifra de registro. Como los casos abundan en zonas indígenas y marginales, muchos nacimientos se atienden en casas y por lo tanto no se denuncian. Pero además existen los obstáculos formalistas de las oficinas registradoras, como los que puso el juez mencionado arriba. A ese conservadurismo, burocratismo e ignorancia, se debe que millones de mexicanos no tengan identidad y que por lo tanto carezcan de derechos porque no existen legalmente. La literatura abunda sobre personajes anónimos cuyo origen y nombre nunca se supo o se ocultó. En La cabeza de la hidra de Carlos Fuentes, al personaje central le destruyen su identidad y hasta le cambian el rostro. En El difunto Matías Pascual de Pirandello, el propio hombre echa su identidad al río. Shane, el desconocido de Jack Schaefer, provoca muchas especulaciones sobre su nombre y origen, pero en la novela nunca se sabe su verdadera procedencia y apelativo. En El hombre que nunca existió de Ben Mcintyre, hay una metáfora de un ser inventado con fines de espionaje. Los casos literarios y reales se pueden mencionar por decenas y fueron propicios en el pasado con las guerras y la escasa tecnología; seres sin identidad y sin origen. Schaefer periodista y escritor estadunidense, publicó Shane el desconocido (Los libros de Mirasol 1962), como su primera novela y aunque vinieron muchas obras más, libros de cuentos entre ellas, Shane lo lanzó a la fama, se editó muchas veces a nivel mundial y recalcó esa fama con la película del mismo nombre, con un apuesto y buen actor Alan Ladd. El misterio del nombre de Shane tiene que ver con su espíritu justiciero. Es un forastero que llega, conoce a la familia del narrador, un muchacho, profundiza el impulso pionero de esa familia y termina liquidando a los maleantes que se quieren apoderar del pueblo. Sin señal alguna de su antigua vida, Shane se despide del pueblo y de aquella familia a la que tanto ha ayudado y se va como llegó, sin ninguna identidad. Así están millones de mexicanos, engarzados en la vieja trama del hombre que nunca existió, pero cuya vida no tiene nada de literaria.