Luis Alberto García / Moscú
* Es autor del libro-reportaje clásico “Mc Mafia, crimen sin fronteras”.
* Reflexión sobre los abismos y delitos de la globalización.
* Lo legal y lo ilegal a través de historias de la criminalidad en Rusia.
* Los mejores años de los “Vory v Zakone” ya son pasado.
* A las entidades mafiosas se les permitió seguir funcionando.
* Uslan Usoyan, Sergei Mijaílov y Tariel Oniani, jefes mafiosos.
La muerte violenta del jefe mafioso Aslan Usoyan el 16 de enero de 2013 en Moscú, pareció el final de la banda delictiva de los “Vory v Zakone”; pero habría que preguntarse lo que pasó con ella y otros temibles grupos que asolaron a la nueva Rusia desde fines del gobierno de Mijaíl Gorbachov, y el inicio del que lideró Borís Yeltsin a partir de la década de 1990.
A ello responde Misha Glenny, autor de libro-reportaje -ya clásico en su género- “Mc Mafia, el crimen sin fronteras”, aparecido en 2008, en el cual plantea la reflexión profunda sobre los abismos de la globalización, en los que los límites que separan lo legal y lo ilegal son cada vez más difusos.
“Los años gloriosos de los “Vory v Zakone” ya pasaron, dejando una época en la cual aprendieron y pusieron en práctica las habilidades y lealtades de las prisiones soviéticas, invirtiendo esas enseñanzas en agencias de seguridad privadas, según los conceptos creados por Vadim Volkov, analista de esos fenómenos”
Glenny agrega que los grupos criminales quedaron aparentemente subordinados a la hegemonía y poder del Estado en el año 2000, al ser electo Vladímir Putin: “Durante los siguientes cinco años, los servicios de inteligencia y seguridad rusos fueron los encargados de someter a esos grupos y a los oligarcas que se enriquecieron escandalosamente con las privatizaciones hechas por Yeltsin en el decenio anterior”.
Para el ex corresponsal de “The Guardian” en Europa oriental, a esas entidades mafiosas se les permitió aparentemente seguir funcionando, siempre y cuando se ajustaran a las directrices trazadas por el Kremlin y, en cuanto a alguna de las razones que se aventuraron para analizar el declive de ellas, es que éstas ya no contaban con la influencia necesaria ni los contactos que tuvieron entre 1985 y 2004.
¿Existía realmente ese poder dentro de los círculos políticos? Misha Glenny establece que no es que la mafia lo tuviera, ya que esto se ha hecho evidente en la época en que el crimen cibernético apareció.
Está convencido de que los mejores “hackers” del mundo están ubicados en Rusia, que al mismo tiempo es uno de los países que menos los persigue, actuando en óptimas condiciones para estafar a sus compatriotas teniendo el cuidado de no meterse con las instituciones del Estado.
En cuanto a la existencia de padrinos como Aslan Usoyan -asesinado por sus rivales en Moscú en 2013-, Sergei Mijaílov y Tariel Oniani, Glenny precisa que ya no hay grandes padrinos mafiosos; pero que sí existe un entramado criminal compuesto por algunas agrupaciones, a las que genéricamente se ha llamado “mafya” rusa.
“Aquellos que -dice- se dedican a transportar drogas a gran escala de hacia a Polonia, Ucrania y Hungría, no podrían hacerlo sin la complicidad de los servicios de inteligencia; pero los grupos más pequeños si actúan en actividades mafiosas habituales, amparados en códigos como los elaborados en Italia y Estados Unidos en el siglo pasado”.
El sistema de justicia de la nueva Rusia fue diseñado por las bandas mafiosas y los oligarcas, define Misha Genny al revisar los orígenes de los grupos delictivos, cuando, entre 1991 y 1996, el Estado ruso renunció al control de la sociedad y las distinciones entre la legalidad y la ilegalidad, lo moral y lo inmoral dejaron de existir.
Para la delincuencia organizada, el lavado de dinero y la extorsión se mezclaban con transacciones comerciales que eran legales e ilegales al mismo tiempo; pero si el estado de derecho, las leyes, se hubieran impuesto, no cae que la conducta de los soberbios oligarcas habrían sido castigada duramente.
A quien el gobierno de Vladímir Putin sí aplicó la ley fue a Mijaíl Jodorkoski, magnate petrolero que fue a la cárcel por evasión de impuestos, como ocurrió a Al Capone, el rey de Chicago, en la década de 1930.
El hecho real es que el antiguo sistema de justicia penal soviético fue incapaz de regular la rampante actividad, con la palabra “recursos” como clave, los cuales, para las mafias consistían en su capacidad para convencer mediante el dinero y la violencia.
El cambio de esos años consistió en que la ciudadanía -en buena parte los empresarios que acudían a la burocracia para poner en marcha los negocios- significó que se debía transitar dentro de una conspiración tripartita que quedó oculta tras el drama que se vivía principalmente en Moscú, sin excluir a San Petersburgo y a otras ciudades.
Los millonarios y los multimillonarios -concluye Glenny- no podían ganar tanto dinero y retenerlo sin el respaldo de los burócratas y sin la protección de los grupos gangsteriles, que prosperaban gracias a la demanda de seguridad de que requerían los oligarcas.
Cuanto más rico era un empresario, más crecían y más dinero ganaban sus protectores: se trataba de una creación de riqueza asegurada mutuamente, sin soslayar las acciones de la burocracia enquistada en los estamentos de un poder que, disminuido, se comportaba ajeno a lo que ocurría a una sociedad empobrecida y desamparada.