viernes, abril 19, 2024

LA COSTUMBRE DEL PODER: ¿Hay vida sin TLC?

Gregorio Ortega Molina

*El más eficiente vehículo para contagiar miedo es la globalización. Ésta detuvo la concreción del proyecto regional que interesó a los auténticos estrategas de la geopolítica y seguridad regional, a los conocedores de las debilidades humanas: el bloque de América del Norte, hoy preterido por el nacionalismo neo monroista de Trump

 

La guerra económica promocionada por Donald Trump inició hace muchos años, cuando los Estados nacionales decidieron empequeñecerse, y sobre el libre comercio colocaron la globalización. Para el éxito del primero no es necesaria la segunda.

     La globalización del siglo XIX favoreció la guerra económica que condujo a la conflagración mundial 1914-1918. El aserto no es mío, es propiedad de Tony Judt, que no es de izquierda, que tampoco promueve a Nicolás Maduro ni a AMLO, y dista mucho de ser un populista. Además abunda: “Sigue habiendo una marcada renuencia a defender el sector público en nombre del interés colectivo o por principio.

     “Hemos entrado en una era de inseguridad: económica, física, política. El hecho de que apenas seamos conscientes de ello no es un consuelo: en 1914 pocos predijeron el completo colapso de su mundo y las catástrofes económicas y políticas que le siguieron. La inseguridad engendra miedo. Y el miedo -miedo al cambio, a la decadencia, a los extraños y a un mundo ajeno- está corroyendo la confianza y la interdependencia en que se basan las sociedades civiles”.

     El más eficiente vehículo para contagiar miedo es la globalización. Ésta detuvo la concreción del proyecto regional que interesó a los auténticos estrategas de la geopolítica y seguridad regional, a los conocedores de las debilidades humanas: el bloque de América del Norte, hoy preterido por el nacionalismo neo monroista de Trump, presidente aferrado a desechar lo que los teóricos estadounidenses de economía y poder, establecieron como tareas a desarrollar para garantizar su hegemonía en Occidente, al menos.

     Amagar con la cancelación del TLC o condicionarlo a la edificación del muro de la ignominia para significar que el mundo está dividido y así permanecerá, no debe quitar el sueño a los gobernantes que están a punto de dejar el tiradero que hicieron durante su administración, ni a aquellos que logren hacerse con el poder. El acuerdo comercial y económico alcanzado en 1994 no resolvió todos nuestros males -porque solucionó algunos y creo otros nuevos, más costosos y sangrientos-, como tampoco quedarán resueltos con los ajustes que se han renegociado en estos meses.

     Lo único que queda claro hasta el momento, es que nuestros negociadores se han achicado, se han dejado amenazar y no han esgrimido las auténticas armas que dan fuerza al país para formar parte del Acuerdo de Seguridad Regional de América del Norte: México es la frontera del Primer Mundo, la garantía de su seguridad contra la violencia de los barones de la droga, y, quizá más importante, sin la mano de obra de mexicanos la economía estadounidense sufrirá más que la mexicana sin TLC.

     El lastre del TLC es que los gobernantes mexicanos están empeñados en seguir fielmente el modelo económico estadounidense. Retomemos a Tony Judt en sus textos de Algo va mal: “En 2005, el 21.2 por ciento de la renta nacional estadounidense estaba en manos de sólo el uno por ciento de la población. En 1968, el director ejecutivo de General Motors se llevaba a casa, en sueldo y beneficios, unas sesenta y seis veces más que la cantidad pagada a un trabajador típico de GM. Hoy, el director ejecutivo de Wal-Mart gana un sueldo novecientas veces superior al de su empleado medio”.

     Así decidieron modelar la economía nacional. ¿Resistirá? Al tigre no lo soltará el resultado electoral, ya lo soltaron las consecuencias de la política económica. La violencia que padecemos también es producto del hambre.

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