viernes, marzo 29, 2024

ÍNDICE POLÍTICO: Pena de muerte a los traidores a la Patria

Francisco Rodríguez

 

 

En uno de los momentos más graves de la historia de nuestro país, cuando todas las mentes lúcidas del planeta se solidarizaban contra las agresiones esquizofrénicas del abanderado de la basura blanca estadunidense, cuando la opinión pública nacional exigía una respuesta valiente a la agresión externa, Peñita y su titiritero Vi(rey)garay volvieron a ponerse de tapete del desquiciado.

Más que eso: protagonizaron un triste espectáculo de abdicación nacional frente al agresor, una sumisión inaceptable, una invitación tácita y explícita a servirse con la gran cuchara, manifestando complacencia hacia la vejación del país, hacia su economía, sus fundamentos políticos, su historia, sus valores constitucionales, su dignidad, su razón de ser.‎ La respuesta debe ser contundente.

Es cierto, la pena de muerte, considerada por todos los juristas del mundo como inusitada y trascendental, ha sido casi erradicada de la legislación mexicana y de los códigos de justicia militar, pero sigue vigente en la centenaria norma suprema para aplicarse a todo aquél que compromete la seguridad exterior de la Nación.

Para la doctrina, es un traidor de lesa patria aquél que causa estragos inmensos a la economía y a la moral del pueblo. Cuando el artículo 22 de la Constitución se nutre de la teoría, sentencia: “…Queda también prohibida la pena de muerte por delitos políticos, y en cuanto a los demás, sólo podrá imponerse al traidor a la patria en guerra extranjera…”

Más claro, ni el agua. Cualquier juzgador, cualquier lego que interprete el espíritu del legislador llega a la conclusión de que la conducta ominosa, lesiva de Peña y Vi(rey)garay ante las amenazas, mentadas de madre  e improperios de Trump, y su intención de militarizar la lucha contra el narcotráfico, a fin de pavimentar la invasión silenciosa del país, merecía algo más que la obediencia lacayuna del atracomulca y del presidentito de facto, merece el juicio inmediato a su traición.

 

 

 

‎Tanto el pusilánime y mentiroso Vi(rey)garay como su alcahuete, el acojonado Peña, han dado la espalda a los intereses de la Patria, para ubicarse de palafreneros y mozos de un desquiciado yanqui, ridiculizado en todo el mundo, para arrastrarse ante los designios invasores y pretender guardar bajo siete llaves los testimonios grabados de esa infamia, para que el pueblo no sepa de su entreguismo desaforado. Inútil engañifa.

Merecen la condena nacional. Deben rendir cuentas de inmediato de sus oscuros intereses, comparecer ante la Nación y explicar, jamás justificar, esas torticeras conductas de vendepatrias. Ser juzgados conforme a las leyes vigentes y ante la exigencia de un país que merece respeto y obediencia.

 

 

 

La revelación de la periodista Dolia Estévez, ratificada horas después por la agencia noticiosa Associated Press –en un principio desmentida afanosamente por la Secretaría de Relaciones Exteriores y los publirrelacionistas de Los Pinos–‎ tuvo que ser aceptada por la Oficina de la presidencia gringa y reproducida en todos los medios extranjeros, desnudando el entreguismo toluquita a todo lo que da.

A base de medias verdades y medias mentiras, esquivando mañosamente los golpes producto de la indignación de la opinión pública embravecida, defendiéndose como gatos boca arriba, los textoservidores trataron a toda costa de menospreciar la calidad profesional de Dolia Estévez y de la AP, hasta que la indignidad no les alcanzó para escurrir el bulto.

Se retiraron por los callejones, a evitar preguntas y omitir respuestas. Se descubrieron frente a la ciudadanía como los cagatintas y lameculos al servicio de una de las castas más ruines de nuestra historia. Cargarán en sus espaldas la marca del deshonor nacional, el agravio de todo un pueblo que estará unido no en torno de Peñita, sino en defensa de sus intereses más preciados, su integridad y dignidad.

 

 

 

Es demasiado serio el agravio al honor nacional y a la historia mexicana, vituperada por las invasiones del ejército yanqui. Es un verdadero ultraje que no tiene nombre, cuyo impacto no se alcanza a entender en su justa dimensión, pues trata de suprimir a la Nación y sus valores. Enfrenta a los ciudadanos a su propio espejo, genera molestia, rebeldía y revancha.

Por descontada, la aprobación del toluquismo y sus aplausos a todas las medidas previas que anunció el de copete anaranjado: la construcción del muro, la adecuación del TLCAN, la aplicación de todos los gravámenes a las exportaciones, la incautación de los ahorros de trabajadores migrantes desplazados,‎ la vejación de sus derechos humanos, la deportación y lo que el patrón decida, más todo lo que se le ocurra.

 

 

 

Es mentira que ahora los mentecatos y espurios gobernantes estén atrapados en un laberinto de negociación diplomática: sólo siguen a pie juntillas un libreto, un infame guión preestablecido de sumisión vergonzosa. Se doblan ante la voz del amo porque así está configurado el ADN de la traición. Casi no han dejado piedra sobre piedra.

Para los traidores Vi(rey)garay y su obediente Peñita, el objetivo es urgente: favorecer la invasión, entregar definitivamente y a la brevedad todos los activos de la Nación, todas las riquezas soberanas, lo que reste del orgullo, pésele a quien le pese. Sin oponer la menor resistencia, al contrario colaborando con los agresores en lo que más se pueda.

‎Al fin y al cabo, son los mismos que ordenaron la tortura y la ejecución de jóvenes en la montaña guerrerense, su entierro en los sepulcros desconocidos, para querer tapar sus complicidades con patrones extranjeros , militares y civiles y capos criollos del narco , para salvaguardar el enorme negocio de la amapola negra, las minas de oro, los financiamientos a sus carreras delictivas.

 

 

 

Una ola de indignación recorre el país. Los mexicanos bien nacidos, formados en las tradiciones históricas de los grandes patriotas, no alcanzan a entender de dónde salieron, quiénes fueron las desafortunadas madres que parieron estos raros especímenes‎. Sólo piden justicia, antes de que por su descastada sumisión, los mismos invasores se los lleven bajo cuerda a juzgarlos en el país que promueve la invasión militar silenciosa. No sería la primera vez.

El felón Videgaray y su pelele Peña Nieto, los que en cuatro años derrumbaron la economía nacional, subastaron el país en favor de empresas extranjeras, saquearon el presupuesto público y se ganaron a pulso el repudio popular por la pavorosa estanflación coronada por sus ruines gasolinazos, son el espejo donde se miran los descastados que se adueñaron del sistema nylon de la corrupción y la fanfarronería.

‎Han logrado que sus conductas  sean adoptadas por todos los que quieren subirse a ese barco. Se viraliza la rapiña y la impostura, como una cascada que baja por los estultos escalones de una pirámide burocrática y empresarial de la miseria humana, de quienes con su ambición y codicia quieren borrar a la Nación, en espera de sus recompensas. Los poderes Judicial y Legislativo, absolutamente doblegados. Ya ni caso tiene enlistarlos, sería perder el tiempo.

 

 

 

Empezando por Carlos Slim, que se aprovecha de los acuerdos tomados con el esquizoide anaranjado desde aquella cena en Florida, de donde se desprendió la oportuna sociedad secreta con empresarios chinos para empezar a producir carritos en Hidalgo. Ya clavó su primera pica en Flandes, el adelantado magnate que zopilotea sobre las exequias del país.

Siguiendo por el servil Salvador Cienfuegos –que ni pío ha dicho de los vituperios de Trump al Ejército Nacional Mexicano– y el absurdo Oso…rio Chong, que aprovechan estos momentos de deshonor y angustia colectiva, azuzada por los textoservidores, para adelantar la aprobación de una absurda Ley de Seguridad Interior, que sólo reproduce las intenciones invasoras del Pentágono y su Comando Norte.

Televisa no se queda atrás. Se dice víctima del efecto Peñita y su cercanía, que provoca el alejamiento de su tradicional audiencia “de jodidos” –El Tigre Azcárraga dixit– y desesperanzados, para exigir otra parte del botín. Impulsar al majadero de Atracomulco los ha quebrado, usted sabe, y depositan lo mal habido en sus paraísos fiscales del extranjero, antes que los arrase la marea indigna que reprodujeron en las pantallas caseras. Sus esperpénticos intelecuales cobran en oro su catatonia, su pequeñez ante la demolición nacional.

 

 

 

Vi(rey)garay y Peñita desfondan al partido que los empoderó. Fracasan en todos los frentes, hasta en Coahuila, tradicional bastión electoral de su infamia, donde los candidatos desconocidos de la oposición ya les rivalizan el triunfo, gracias a su impudicia y estulticia. Imagínese lo que va a pasar en el Estado de México.

‎Las tiendas departamentales, asociadas con Peñita se quejan de millonarias pérdidas, lo mismo que las gasolineras distribuidoras de la importación que provoca los desmedidos impuestos que fabrica y justifica El Guasón Meade  para generar los moche$. El llamado Presidente celebra la exportación de aguacates, y aprovecha para balbucear sus zarandajas: ¡dice que es un honor defender la soberanía y la dignidad nacionales!

 

 

 

Los rateros de la administración, gobernadores y burócratas de ese grupo de mentecatos, operadores de los carteles, aprovechan la confusión para que se olviden sus atracos y agravios, para esconder debajo de la alfombra el producto de su inquina.‎ Primitos y validos se empoderan creyendo que los tiempos de la explotación apenas empiezan con el nuevo padrino en la Casa Blanca.

‎Mientras, la patria tiene una sola esperanza: que se haga efectiva su exigencia de juzgar por traidores a quienes han escarnecido y desfondado su pasado, su presente avergonzado y su futuro, casi imposible después de esto. La reconstrucción será, si se puede, tarea de varias generaciones de los nacionalistas democráticos, que todavía quedan.

¿O usted qué hubiera pedido para ellos?

 

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