jueves, abril 25, 2024

DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: Freud los hace y las patologías los juntan: un ejemplo de codependencia

*Mónica Herranz

 

Llegó el día en el que de verdad le dolió el insulto, había calado en lo más profundo, no era el primero, pero sí sería el último y por todo lo que eso representaba, fue el que más dolió. Buscó un cerrajero, cambió la cerradura y a diferencia de otras veces en las que había puesto punto y coma, esta vez puso punto y final.

Habían iniciado una relación 5 años antes, al principio a ella ni si quiera le parecía atractivo, y es que en verdad no lo era, sin embargo, más que guapo ella fue encontrándolo encantador. Era simpático, inteligente, bromista, trabajador, en fin, parecían cualidades importantes a tomar en cuenta en una posible pareja. Pero había algo más que fue lo que definitivamente terminó cautivándola, parecía que la quería, y digo parecía, porque no fue así.

Tras un año de noviazgo, se casaron, pero esta historia no tiene un “y vivieron felices para siempre”. En cuanto se casaron la cosa se complicó, de hecho, ya estaba complicada desde antes, pero ninguno de los dos hizo por darse cuenta.

Recuerda el día de su matrimonio civil, él no hizo acto de presencia en todo el día, no colaboró en los preparativos, no se involucró, pero ella estaba “enamorada”, y aunque algo dentro de sí le indicaba que la cosa no iba bien, habló con él y decidió seguir. Y es que…¿cómo cancelar una boda cuando los invitados están llegando? ¿cómo pedirle a la mente que haga consciente y aborde de frente las dificultades de una relación cinco minutos antes de la boda? Así que se secó las lágrimas, retocó su peinado, cerró su vestido y sintiéndose dichosa, en compañía de sus amigos y familiares, se convirtió legalmente en esposa.

Al poco tiempo continuaron las decepciones, y digo continuaron, porque aunque ella no las hacía del todo conscientes, sabía que estaban ahí. De forma medianamente consciente alcanzaba a percibirlas pero aún no era momento de hacerlas plenamente conscientes, resultaba muy doloroso y era mejor dejarlo pasar que enfrentarse a ello y así, en estas circunstancias llegó el matrimonio religioso.

La noche antes de la boda discutieron, pero ella lo achacó a los nervios previos, así que de nuevo, como en el matrimonio civil, volvió a justificarlo y hubo boda, y por supuesto, hubo pelea también la noche nupcial. ¡Que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel! – dice Jaoquín Sabina en una de sus canciones- ella no podía encontrarse más lejos de ese estribillo. Esa noche, la que se supone que sería fantástica, romántica, en la que habría fuegos artificiales, hubo lágrimas en sus mejillas, dolor en su corazón y desazón en su alma. Se despertó a la mañana siguiente, triste, pero con el afán inconsciente de seguirlo justificando. Él le había gritado, y le había gritado en su noche de bodas, ¡lo había echado a perder! pero ella entendía los motivos y si no los había, los inventaría en su mente, con tal de encontrar una explicación a las acciones de su flamante esposo y con esto poder seguir evitando y evadiendo la realidad.

De vuelta de la luna de miel, ella pensó que las cosas podrían cambiar, que él se daría cuenta de que ahora las cosas eran diferentes, pero como pudo reconocer tiempo después, la cosa no hizo más que empeorar. Los días de soledad se convirtieron en noches, porque aunque dormían juntos, estaban a kilómetros de distancia y esos días con sus noches se volvieron semanas, las semanas meses, y los meses años. Dicen por ahí y dicen bien, que no hay peor soledad que la que se vive en compañía, pero ella era entusiasta, y se aferraba a que la relación funcionara. No dejó nada en el intento, entregó su autonomía, su autoestima, su profesión, su autorespeto, su valía, su dignidad, su amor propio, entregó todo hasta quedarse vacía y eso, no hacía más que empeorar las cosas, porque después de haberlo perdido todo…sólo le quedaba él. ¿qué ironía no?

Y así fue como él fue apoderándose de ella, de su voluntad, la “sometía” con un te quiero, la calmaba tras una discusión con un ramo de rosas – rosas culposas-, la dominaba con sus besos y un abrazo ya era casi la gloria. Aun con todo esto, ella seguía justificándolo, entendiéndolo. No es que él no quisiera pasar tiempo con ella, es que tenía trabajo, no es que no quisiera divertirse con ella, es que eso lo hacía con sus amigos, no es que él se equivocara, es que ella no lo comprendía, no es que él no quisiera hacer el amor con ella, es que ella ya no lo excitaba, ¿y qué hizo ella el día en que descubrió que él, desde su computadora, sí, la de ella, veía pornografía homosexual? De nuevo encontró alguna justificación para ello, la que haya sido. Ella sabía que él no había perdido el deseo sexual, porque entonces no habría visto pornografía, pero era más fácil justificarlo que pensar por un lado o que su esposo quizá era homosexual o que hacía esto con el propósito de dañarla y devaluarla aún más, ya que el mensaje entonces se convertía en: “hasta ver pornografía homosexual me excita y me complace más que estar contigo”. Terrible panorama…era más fácil justificar.

Con el tiempo, ella optó por mejor no decir nada porque las veces que tuvo la idea de contrarrestar alguna de estas acciones, (la devaluación, la agresión, la nulificación, etc.), en su consecuencia parecían multiplicarse. Recuerda por ejemplo el día en que, ya desesperada y sin saber que más hacer, decidió salir de casa dejando su alianza de matrimonio encima de su mesita de noche, lo hizo a propósito, como una forma de expresarle a su esposo “no puedo más” y cuál fue su sorpresa cuando, al volver, su alianza había desaparecido. Le preguntó a su esposo, quien dijo que no la había visto, la buscó por todos lados, ella estaba segura de dónde la había dejado, porque lo había hecho a propósito, pero la alianza no aparecía. Su esposo había estado en casa mientras ella había salido. El mensaje que ella trataba de darle a su esposo y que no se atrevía a hacerlo de frente, es que se estaba cansando, que no aguantaría mucho más, y es que él sabía lo importante que para ella era la alianza y lo que simbolizaba, él sabía que ella no la hubiera dejado ahí por descuido o distracción y ella esperaba que él entendiera el mensaje,  pero lo que terminó entendiendo es que él no se detendría para mostrarle que a él no se le retaba, que él podía más y que estaba dispuesto a herirla y castigarla por el mensaje que le quiso transmitir. Ella prefirió no admitir frente a él que la acción fue deliberada y lo que le dijo es que había salido de casa con prisa y que justo antes de salir se había puesto crema en las manos y había dejado su alianza olvidada. Pero la alianza no aparecía. Días después, debajo de la cama y como por arte de magia, apareció la alianza. ¿¡cómo era posible!? Ella había revisado cientos de veces en ese lugar y aunque todo el tiempo supo la respuesta, se resistía a enfrentarla…él la había escondido, y se complació viéndola buscarlo y se deleitó mientras veía que ella lloraba por no encontrarla. Nuevamente él había sido implacable, severo en su mensaje: Si tú tratas, si tú piensas en dejarme, primero soy yo quien te va a dañar, yo soy más…yo puedo más.

A la larga ella piensa en lo absurdo de esta situación, ella sabía que él sabía que ella había dejado la alianza a propósito y que la acción iba con mensaje. Ella sabía que él había escondido la alianza y él sabía que ella lo sabía y aun así ambos jugaron al juego del gato y el ratón. Jamás hablaron del tema con verdad.

Pasaron los años y muchas “anécdotas” más como esta, él la devaluó, la chantajeó, la manipuló emocionalmente, la hizo sentir la única culpable y responsable de sus problemas como pareja y ella seguía ahí, aferrándose a intentarlo, porque al fin el amor todo lo puede. Lo que ella no quería terminar de aceptar es que eso no era amor, era codependencia, y si el amor todo lo puede, la codependencia todo lo aguanta.

Un día, ya exhausta de intentarlo, ella le dijo, tengamos una separación temporal, pero se lo dijo claro, con la esperanza de que a ver si así finalmente él reaccionaba y se ponía las pilas de pareja, ¡parecía que no había entendido la lección! A cada acción la reacción se multiplicaba. Él se marchó de casa, pero no a tomar un tiempo de reflexión como ella le había propuesto, él la estaba dejando. Se lo había advertido con lo del anillo, si me la haces me la pagas.

Ella pasó tiempo difíciles, y es que en su codependencia, no podía ver más allá, lo quería. Y si le preguntaban ¿por qué quería seguir con él?, ¿por qué quería que él regresara a pesar de todo?, ella sólo sabía decir que lo quería. Y así llegó el día en que por mensaje de texto, mientras ella buscaba una reconciliación, él le dijo que no quería saber nada de ella, que le daba asco, con mayúsculas, que no quería ni verla. Y finalmente sucedió, ella había aguantado más y peores, pero ese día, no pudo ya dejar de ver la realidad, no pudo acallar más a su inconsciente, no había ya manera de no ver cómo él la devaluaba y ella se dejaba devaluar, como él la maltrataba y ella se dejaba maltratar. Se armó de valor, porque aun cuando la realidad era aplastante, lo necesitó, y fue por el cerrajero para que él no pudiera volver a entrar.

Después de este punto y final, así como ella se encargó de ponerse y  mantener un velo sobre sus ojos durante los cinco años que estuvo con él, así ella se encargó de quitárselo y de enfrentar la realidad. Como parte de esa confrontación atendió su codependencia, y se dio cuenta, con esfuerzo y dolor, que su esposo nunca había sido aquel hombre que ella imaginó, que se enamoró de él por todas esas virtudes que ella había colocado en él, pero que en verdad él no tenía. Lo que él tenía era una estructura de personalidad narcisista que empató y encajó cual pieza de rompecabezas con la codependencia de ella.

Él necesitaba ser admirado y ella alguien a quien admirar, él necesitaba demostrar que él siempre era más y mejor y ella, en su pobre autoestima, se lo proporcionó. Él necesitaba ser reconocido por sus logros, y ella sentir que gracias a ella y a su apoyo y dedicación él los obtenía. Él sentía que todo lo merecía y ella se lo dio todo, hasta quedarse vacía.

Tras el dolor, vino el entendimiento y con él una gran lección, una de las muchas que había habido:  Haberse quedado vacía sirvió para entender que nada estaba perdido si ella tenía por fin el valor de proclamar que todo estaba perdido y que había que volver a empezar de nuevo, esta vez, alejada de la codependencia, entendió que el amor cuida y que la codependencia no es amor.

Tendemos a creer que elegimos pareja de manera más consciente, y muchas veces dejamos de lado los aspectos inconscientes de la elección. En este breve relato se expone una historia difícil y poco afortunada, y es cierto que no todas las historias son así. Todos tenemos rasgos de personalidad que predominan frente a otros, pero no es lo mismo que haya ciertos rasgos predominantes a que haya toda una patología predominante. Así, por ejemplo, en el caso que acabo de plantear, no hubiera sido lo mismo una mujer con rasgos codependientes que hubiera podido no casarse desde que detectó los primeros signos narcisistas de su pareja, a una mujer con una franca estructura codependiente que tuvo que atravesar por una dura experiencia para darse cuenta de su codependencia y de la estructura narcisista con rasgos homosexuales de su marido.  Hay rasgos de personalidad que empatan muy bien en las parejas y que generan vínculos saludables y hay estructuras que se conjugan desde lo patológico y generan vínculos enfermos.  Estemos atentos en la elección y si como dicen por ahí, ya tienes la soga al cuello, no dudes en solicitar apoyo de un profesional, asiste a terapia. ¡Proclama que todo está perdido!, nunca es tarde para volver a empezar.

 

*Mónica Herranz

Psicología Clínica – Psicoanálisis

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