sábado, abril 20, 2024

Empresarios y mafiosos con nombres y apellidos

Luis Alberto García / Moscú

* Hubo grandes y famosos beneficiarios de la Copa FIFA 2018.

* Los oligarcas hicieron uso de ex oficiales del KGB para su seguridad.

* Fortuna desigual para los antiguos agentes de inteligencia.

* El último vínculo entre oligarcas y policías fue el lavado de dinero.

* Grupos de dos ciudades controlaban el monopolio de productos y servicios.

* Las dificultades de algunas fases delictivas estaban en el exterior.

Artyom Tarasov, Vladímir Gusinsky, Mijaíl Jodorkovski, Mijaíl Kushnichev, Roman Abramovich, Mijaíl Fridman, Borís Berezovsky, Vladímir Potanin y casi todos los grandes oligarcas y corporaciones de Rusia comenzaron a emplear a antiguos jefes de la seguridad del Estado como asesores.

Así lo hicieron también cinco empresarios millonarios, conocidos como los “hombres de oro de Rusia”, quienes participaron activamente antes y durante la Copa FIFA / Rusia 2018, como lo consignó la revista “Forbes”, especializada en temas financieros y de negocios, al difundir los nombres de quienes resultaron grandes beneficiarios de ese torneo de futbol.

Ellos son Víktor Velserberg, Arkadi Rotemberg, German Kahn, Alexei Kuzmichev y Piotr Aven, parte de conocidas familias judías, dueños de las empresas que recaudaron miles de millones de dólares con la construcción y remodelación de la mayoría de los doce estadios que sirvieron de escenarios mundialistas.

Favoritismo, amiguismo, contratismo y corrupción fueron los ingredientes que se mezclaron con el balompié, sin excluir la participación de algunos mafiosos con antecedentes poco recomendables, como alguien que contrató Vladímir Gusinsky.

Magnate de los medios de comunicación y uno de los oligarcas más influyentes en un principio -hasta que entró en la mira de Vladímir Putin a partir de diciembre de 1999-, nombró jefe de su seguridad a Filip Bobkov, que se había hecho famoso como jefe de 5º Consejo del KGB, la sección responsable de perseguir a los disidentes de la Unión Soviética.

Cuando los máximos dirigentes del KGB y del Ministerio del Interior observaron que su influencia desaparecía, al mismo tiempo que el poder y la riqueza de la oligarquía, muchos de sus integrantes decidieron cambiar de bando.

Los servicios de seguridad de Rusia experimentaron una fortuna desigual desde la época de Mijaíl Gorbachov, como algunos que crearon empresas en el extranjero como tapadera para dedicarse al espionaje industrial y al lavado de dinero.

Otros ex oficiales no tuvieron tanta suerte, y en 1992 la situación financiera del KGB se deterioró hasta el punto que los agentes se vieron obligados a ejercer el ambulantaje callejero en San Petersburgo, Ekaterinburgo y en la misma capital del país, Moscú, que había sido centro de todas las directrices del espionaje desde el pasado lejano.

La oligarquía estaba en posición de influir sobre las fuerzas residuales del orden en lo que se conoce como el “Estado Profundo”; es decir, las poderosas fuerzas de influencia política que operaron y siguen operando en la sombra e incluso en pleno caos.

Durante la fase terminal de la Unión Soviética, las dos instituciones que simbolizaban el poder soviético, el KGB y el Ministerios del Interior (MVD) se convirtieron en un organismo privado de seguridad más del mercado.

En cierto sentido fundamental, no eran distintos de la “Solntsevskaya Bratva”, la Hermandad de Solntsevo, que ofrecía sus servicios al mejor postor y porque los agentes y las redes del KGB que habían subcontratado sus servicios ocupaban el estrato medio de una pirámide en cuya cúspide vivía instalada la opulenta oligarquía.

En base de la pirámide había un grupo heterogéneo de gente conocido como la “sachchita” o ‘defensa’, compuesto por profesionales de todo tipo: abogados, empresas de relaciones públicas, periodistas -en el caso de algunos oligarcas, periódicos o emisoras de televisión enteras- y cualquiera que pudiese contribuir a la defensa de los intereses del magnate.

El último vínculo entre la oligarquía y las mafias más poderosas se forjó a través de un interés común: la necesidad de lavar dinero: la Hermandad de Solntsevo y los chechenos de Moscú, así como otras grandes organizaciones como la Tambovskaya de San Petersburgo y la Uralmash de Ekaterimburgo, controlaban en régimen total o parcial de monopolio determinados productos y servicios.

Instintivamente, los miembros de la oligarquía comprendieron que Rusia era un entorno caprichoso y peligroso, y que allí sus miles de millones de dólares no estarían seguros, sobreestimando su capacidad para controlar a Vladímir Putin, el hombre por el que apostaron para sustituir al débil, manipulable y alcohólico Borís Yeltsin.

Los grupos delictivos organizados, al igual que todos los componentes del bajo mundo, también tenían que lavar su dinero, y antes de fundar una lavadora mundial, todos ellos -empresarios y mafiosos por igual- tenían que establecerse en el extranjero.

Los grupos criminales entraban ahora en la etapa de mayores dificultades de su evolución: el trasplante al exterior, que no resultaba un operativo fácil, no obstante tener de su lado a grandes contactos, insertos en las redes mafiosas, tendidas por obra y gracia de la globalización.

Artículos relacionados